Mujeres: de la liberación al poder

Mujeres: de la liberación al poder
Por:
  • larazon

Salvador del Río

“Para la mujer, siempre

hay vida por delante

en la que se pueden hacer cosas

buenas, malas, peores, pero se puede”

Sara Sefchovich, La suerte de la consorte.

Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer… y a un lado está la esposa, reza un dicho del ingenio popular. Y a fe cierta que la gran historiadora, socióloga y, sobre todo escritora, Sara Sefchovich narra en La suerte de la consorte vida y milagros, sueños y sufrimientos de las  mujeres que han acompañado a los hombres del poder desde el México prehispánico hasta nuestros días.

El reciente anuncio de la ex primera dama Margarita Zavala de sus intenciones de contender por la Presidencia de la República mueve a un recuento —con todo respeto a la obra de Sara Sefchovich— de la proyección de las esposas de los presidentes de México, por lo menos desde el comienzo de la institucionalización de la Revolución Mexicana, origen de la vida política de nuestros días.

Leonor Llorente, soprano del género clásico, fue la madre de los dos últimos hijos de Plutarco Elías Calles, su segunda esposa antes de su muerte en 1932, en plena época del llamado Maximato, que vivió en el casi anonimato de su hogar.

Carmen González García vivió al lado de su marido Emilio Portes Gil, el primer civilista después de la Revolución, creador de la autonomía universitaria y pacificador en la solución del grave conflicto cristero, Carmelita inauguró la política de altruismo de las primeras damas con la creación del programa Una gota de leche para los niños de las clases populares. La sorna del entonces joven Ramón Beteta propagaría en ese año 1929 una broma que le valió ser cesado de la Dirección General de Estadística —antecedente del actual Inegi— quien comentó que el programa, dado el generoso busto de doña Carmelita, sería, más que una gota, un chorro de leche.

Josefina Ortiz y Ortiz, prima lejana y esposa de Pascual Ortiz Rubio, no se repondría del terror que vivió aquella mañana de diciembre de 1929, día en el que el presidente tomó posesión cuando  recibió un tiro en el rostro, disparado desde el atrio de la catedral metropolitana por un fanático religioso. Doña Josefina —referiría después de la renuncia de Ortiz Rubio en 1932— que ella, su esposa, cambiaba subrepticiamente el plato servido al Presidente en los banquetes oficiales ante el temor de un envenenamiento.

Poco conocida, la esposa del general Abelardo Rodríguez, Ana Sullivan, dejó sin mayores sobresaltos el Castillo de Chapultepec, residencia oficial hasta la inauguración de Los Pinos en el gobierno de Lázaro Cárdenas para disfrutar de la inmensa fortuna de su marido en la costa del Pacífico norte.

La historia registra la fotografía de doña Amalia Solórzano, tocada con sombrero, recibiendo en el pórtico del Palacio de Bellas Artes gallinas, puercos, ropa, dinero y enseres del pueblo al día siguiente de la Expropiación de las empresas petroleras, el 18 de marzo de 1938. Doña Amalia, solidaria con la política nacionalista de Lázaro Cárdenas, se convertiría en una figura presente en la política de los años siguientes, sin por ello intervenir directamente en la vida pública sino como emblema del cardenismo.

A doña Soledad Orozco de Ávila Camacho se la comparó con Eleanor Roosevelt por su influencia de salón que reunía a la clase política, figura determinante que conservó hasta su muerte en la políticamente mítica residencia del rancho de La Herradura.

Doña Beatriz Velasco vivió, en silencioso recato, los años del esplendor de su marido Miguel Alemán Valdés, testigo y sostén de un emporio político y económico que se ha prolongado por decenios.

La señora María Izaguirre, segunda esposa de don Adolfo Ruiz Cortines, vivió los años de austeridad y solemnidad republicanas repartiendo juguetes en los días del Niño, de Navidad y de Reyes, en medio del recuerdo de los años idos.

Doña Eva Sámano de López Mateos institucionalizó la labor en favor de la infancia y la familia. Maestra de profesión, creó escuelas, impulsó sistemas educativos y se proyectó como una primera dama interesada, sin aspiraciones políticas,  en las causas populares.

La señora Guadalupe Borja vivió en la discreción del hogar los años difíciles del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, sosteniendo la integridad de su hogar frente a las veleidades matrimoniales inherentes al poder y las tormentas políticas que lo acompañaron.

Enérgica, enamorada del arte y el folclore, severa en el orden de su numerosa familia, doña María Esther Zuno dio al gobierno de Luis Echeverría el toque nacionalista que incluso provocó, por primera vez, rumores sobre sus presuntas aspiraciones políticas, nunca confirmadas.

La banalidad que rodeó a la familia y el entorno del presidente José López Portillo envolvió sin remedio a la figura de doña Carmen Romano, impulsora de grandes manifestaciones musicales y culturales que  no lograron detener la desintegración familiar ni acallar los rumores en su entorno.

Discreta, apegada a la sencillez del hogar, doña Paloma Cordero de De la Madrid encarnó los propósitos de renovación moral en medio de  las crisis económicas del sexenio que marcó el comienzo del neoliberalismo y el arribo de la democracia.

El paso de Cecilia Occelli como esposa del presidente Carlos Salinas de Gortari, fue, a la vez que discreto acompañado de los sacudimientos políticos y económicos de ese gobierno. Sin una presencia relevante en la vida pública, la señora Occelli vivió también la ruptura de su matrimonio y se retiró a la vida privada al término de la administración.

En un silencio no menor de segundo plano transcurrieron los años de  Nilda Patricia Velazco, la esposa del presidente Ernesto Zedillo, antes del rompimiento de su matrimonio y su desaparición de la escena pública.

Martha Sahagún hizo pública —por primera vez —su ambición por suceder a su esposo Vicente Fox en la presidencia de la República. Muy poco en serio se tomaron sus intenciones, hundidas en el protagonismo y las críticas a la administración, cuyos tropiezos de toda índole decepcionaban a quienes creyeron en el arribo de un cambio hacia la democracia prometida.

Se comparta o no la idea de un panismo que en dos administraciones gubernamentales no satisfizo las expectativas de una transformación política ni respondiera a las aspiraciones de la mayoría de la población hacia una vida  mejor, se puede convenir en que el anuncio de Margarita Zavala es una propuesta seria, digna de consideración, que abre un horizonte en la tradicional suerte de la consorte en el devenir del país.

srio28@prodigy.net.mx