Nicolás Maduro y sus “elecciones”

Nicolás Maduro y sus “elecciones”
Por:
  • leonardo-nunez

Una de las formas más funcionalistas de concebir a la democracia es verla como un sistema político que permite la rotación pacífica de las elites que, por ende, implica la posibilidad de echar a la calle a un grupo en el poder por la vía de las urnas. El corolario de este principio consiste en la incertidumbre de los resultados: nadie tiene garantizado su espacio de poder y puede perderlo en cualquier momento.

Cuando este requisito mínimo no está presente, cualquier cosa que se haga llamar una elección democrática es una falacia. Cuando el PAN no participó en las elecciones presidenciales de 1976 en México, por ejemplo, la victoria de José López Portillo con prácticamente 100% de los votos desnudó al régimen en su profunda falta de democracia y ayudó a iniciar el largo camino que nos llevó al fin del partido hegemónico y a que ahora, a pesar de todo, la elección de 2018 tenga un halo de incertidumbre en el que no es un hecho saber quién ganará.

Ayer hubo elecciones presidenciales en Venezuela y, aún escribiendo este texto con las casillas electorales todavía abiertas, hay casi la certeza absoluta de que Nicolás Maduro “ganará” y tendrá una justificación “democrática” para tratar de gobernar hasta 2024.

El camino a estas elecciones ha sido por demás accidentado y se ha descarrilado cualquier posibilidad de tener incertidumbre en los resultados. El régimen ha hecho de todo. Desde haber eliminado políticamente a las principales figuras de la oposición real, como Leopoldo López o Henrique Capriles, que han sido procesados judicialmente e inhabilitados para presentarse a la elección; hasta haber puesto la fecha de las elecciones cuando y como quiso Nicolás Maduro, ya que legalmente debían realizarse en diciembre, luego se decidió unilateralmente adelantarlas a abril y, finalmente, recorrerlas al día de ayer. Sin certidumbre siquiera en la fecha de las elecciones ni con candidatos, claramente cualquier intento de la oposición para participar hubiese sido un despropósito.

Precisamente por ello la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que aglutina a buena parte de los partidos y opositores del régimen, decidió no participar para no darle ni una pizca de legitimidad al juego de Maduro. Igualmente, la comunidad internacional casi en consenso ha decidido que no reconocerá estos comicios, desde Estados Unidos, México, hasta la Unión Europea.

Las elecciones de este domingo en Venezuela son una burda simulación que tratan de investir a Maduro de una supuesta legalidad con la que presentarse, ya no hacia el mundo, sino ante las propias instituciones ficticias de su país. Sin embargo, la farsa no puede sostenerse más.

La crisis económica y política en Venezuela, por demás conocida, ya es insostenible, y está camino a convertirse en una de las tragedias humanitarias más severas de la región. Las vías democráticas internas han sido canceladas y la comunidad internacional sólo ha podido presionar con sanciones y desconocimientos que no han logrado calar en el régimen. Maduro seguramente será el presidente “constitucional”, pero con estas condiciones, es poco probable que la frágil “estabilidad” venezolana se mantenga. “Ganar” las elecciones ya no es suficiente para que Maduro siga en el poder.