Pregunta urgente

Pregunta urgente
Por:
  • larazon

La idea de “la oposición” fue una idea políticamente útil durante buena parte de los años ochenta y noventa, cuando la afinidad estratégica entre las distintas oposiciones comenzó a adquirir mayor relevancia que sus diferencias ideológicas. Y es que en aquellas décadas los partidos de oposición compartieron, antes que un programa, la búsqueda de nuevos espacios en los órganos de representación y gobierno. Los unía, pues, un enemigo en común: la hegemonía priista.

De ahí que el espectro político mexicano se dislocara, entonces, en dos ejes. Un eje, el ideológico, respondía a la distinción tradicional entre izquierda y derecha, misma que en aquel contexto de crisis, ajuste estructural y privatizaciones se refería, básicamente, al modelo económico. Ser de izquierda era preferir la intervención del Estado; ser de derecha, la liberalización de los mercados. El otro eje, el sistémico, respondía a la identificación con el sistema político y la tolerancia al riesgo. Ser pro-sistema era estar más dispuesto a aceptar el carácter autoritario del régimen, en el entendido de que “más vale malo por conocido…”; mientras que ser antisistema era querer la democracia, lo que en la práctica significaba derrotar al PRI, en el entendido de que “el que no arriesga…”

La historia de la transición mexicana fue, en ese sentido, la historia de cómo la lógica del voto antisistema fue imponiéndose por encima de la del voto ideológico. La victoria de Vicente Fox en las elecciones presidenciales del 2000 fue, así, la victoria de una campaña que supo reconocer y capitalizar, haciéndola suya, esa historia.

Cuando el PRI abandonó Los Pinos el eje sistémico perdió su razón de ser y el eje ideológico se reconfiguró para adquirir un renovado predominio que alcanzó su apogeo durante la elección presidencial del 2006.

No obstante, luego de la victoria de Felipe Calderón, ciertos sectores en la izquierda (encabezados por Andrés Manuel López Obrador) han buscado revivir el eje sistémico poniendo en duda el significado de la elección del 2000, es decir, relativizando o de plano negando que se haya tratado de una elección de cambio de régimen. Esa estrategia tiene a su favor el hecho, entre otros, de que la narrativa de la transición sembró muchas expectativas pero cosechó aún más desencantos.

Ocurre, sin embargo, que ni esos empeños por poner en entredicho el cambio de régimen, trazando una línea de continuidad entre los gobiernos priistas y los panistas, ni el cada vez más generalizado desencanto con la democracia, han logrado desplazar al electorado hacia la izquierda. Todo indica, más bien, que las preferencias están gravitando hacia el PRI.

He aquí una pregunta urgente para estudiosos de la opinión pública y el comportamiento electoral: ¿por qué?

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fdm