Sergio Ramírez, Premio Cervantes

Sergio Ramírez, Premio Cervantes
Por:
  • raudel_avila

Sergio Ramírez es un escritor de primera, perteneciente a una especie en peligro de extinción: el político culto. Si bien funda su fama internacional en novelas de época, como Margarita, está linda la mar o policíacas, como Castigo Divino, también fue vicepresidente de Nicaragua en el período de la Revolución sandinista.

Hace unos días leí con delectación el discurso de Sergio Ramírez durante la recepción del Premio Cervantes. En esta temporada electoral, ojalá alguno de los candidatos presidenciales mexicanos se tomara la molestia de leer el texto de Ramírez para entender lo que es una pieza oratoria bien escrita. No solamente comunica ideas de contornos precisos y analiza la realidad contemporánea de su país, sino que testimonia su enorme respeto por la palabra. No se dirige al público con bromas vulgares, frases gastadas o aburridísimos recetarios técnicos; mejor lo invita a reflexionar a su lado.

En la primera parte del discurso, Ramírez celebra un sentido homenaje a la vida y obra de Rubén Darío. El tributo no se sustenta en el orgullo nacionalista de un compatriota, sino en la admiración de un lector ante la belleza de la poesía. De paso, tiene la elegancia de agradecer a sus maestros mexicanos, grandes escritores que influyeron en su formación, como Carlos Fuentes o Sergio Pitol. Todo el texto evidencia su gran amor por Nicaragua; desde su geografía hasta su comida o población, pero no necesita fundar ese afecto en el odio a otros países.

Hay en el discurso una meditación política muy pertinente para el México contemporáneo. Habla Ramírez, el ciudadano desencantado con las utopías, el escritor que quiso cambiar su país, pero involuntariamente entronizó un gobierno dictatorial. Ramírez era un izquierdista convencido de la necesidad de cambio radical; pero lo que consumó fue una transformación causante de la bancarrota financiera de Nicaragua. Se arrepiente de haber participado en el gobierno de Ortega, otra manifestación de la corrupción política que con medidas populistas empobreció más a Nicaragua.

Dice Ramírez: “La realidad, que tanto nos abruma. Caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males. Y los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Y el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos, impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida y la violencia como la más funesta de nuestras deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios”. Pocas cosas se sufren tanto como el arrepentimiento de haber dado un voto de confianza al político equivocado.