Antes de morir, Luis González de Alba cedió derechos a editorial Cal y Arena

Antes de morir, Luis González de Alba cedió derechos a editorial Cal y Arena
Por:
  • raquel_vargas

Reproducimos el siguiente fragmento de Los días y los años, obra nodal

de Luis González de Alba, con autorización de la editorial Cal y Arena, a la que el autor cedió

los derechos de esta obra.

Los días y los años

CAPÍTULO I

(Fragmento)

Hemos vuelto a entrar en la crujía. Alrededor del patio oscuro todas las celdas están abiertas de par en par. Es un extraño espectáculo; siempre hay puertas abiertas pero nunca antes de ahora había estado en medio del patio mirando todas las celdas abiertas a la vez, y todas sumidas en la oscuridad; son agujeros, pasadizos secretos que llevan a otras cárceles. En el piso superior también están abiertas todas las celdas: dos pisos de puertas que a veces el viento empuja y de celdas oscuras que rodean completamente un patio cubierto de basura, papeles, vidrios rotos, cáscaras de limón, azúcar, libros sin pastas, cintas de máquina desenrolladas en el suelo, manchas de sangre. Entré en una celda, vacía como todas, y me senté en la litera de cemento, ahora sin colchoneta ni mantas. Bajo la litera se escucha un rumor de papeles que arrastran y levanto las piernas por temor a las ratas.

No quiero entrar a mi celda, ¿para qué? Además, da lo mismo: ahora todas son iguales. No quedó una mesa, un libro o una cobija. Es enero y hace frío.

Sólo se ven papeles arrugados y vidrios rotos.

En la pared de enfrente hay una mancha de sangre. Es una mancha grande que escurre hasta el suelo. La rata sigue corriendo bajo la litera. No debe ser muy grande, tal vez sólo un ratón. Bajo las piernas de nuevo. El piso está pegajoso, pero muevo los zapatos para oír como se despegan. ¿Porqué habrán cortado la luz? Es una pregunta absurda en este momento. Igual se podrían hacer otras mil ¿por qué romper lo que no se llevaron?, ¿por qué tirar el agua? ¡Ah! Hasta ahora siento la sed, creo que en toda la noche no he tomado ni un trago. Tengo un poco de náusea. En la llave no hay agua. Al regresar a la litera pisé un foco roto… tal vez sí hay corriente; pero no, claro que no hay. Los focos del patio también están apagados. Sólo nos llega la luz lejana de los reflectores instalados en la torre de vigilancia: el polígono. Los reflectores dan al patio un aspecto aún más irreal, es un luz difusa y brillante, con un desagradable color verdoso. Los alambres de la instalación cuelgan un lado de la puerta, están a medio arrancar. Maldita rata. Junto a mi zapato hay una envoltura de caramelo. Hoy tenemos veintidós días sin comer y sólo algunos tienen permiso para chupar caramelos en lugar de ponerle azúcar al agua de limón, pues esto les produce náusea. A mí siempre me ha gustado el agua de limón, en mi casa la hacen desde que yo recuerdo; pero ya son veintidós días de tomarla y el olor me revuelve el estómago. ¡Claro!, es este olor. La celda está impregnada de olor a azúcar y limón, por eso el piso se siente pegajoso. Hay agua de limón y cáscaras sobre los papeles rotos, los trozos de tela, los vidrios; en todas partes se huele y se siente.

En la escalera me encontré el clavo con que cierro mi celda, con el que la “apando”. Quedó completamente torcido pero resistió un buen rato, casi una hora, creo. No habría aguantado tanto si yo no hubiera detenido al puerta desde dentro con todo mi peso. Posó mucho rato antes de que el clavo empezara a doblarse. Fue cuando trajeron la palanca, sin ella no hubiera abierto. Como en general las puertas no cierran herméticamente, fue fácil introducir una palca en la ranura y hacer saltar los apandos. Cuando desde afuera, pensé que había cometido un error: aflojé un momento la puerta.

Pero no, después vi que no había sido un error mío; de cualquier manera no podía evitarlo pues mi puerta deja de mucho espacio al cerrar. Ahora sólo me quedaba colgarme de la puerta, literalmente, para ayudar al clavo que se iba torciendo lentamente. Ya no sentía las puntas de los dedos pues el alambre de la agarradera me cortaba la circulación, toda la mano la tenía agarrotada y empezaba a ver mas brillante la luz de mi celda y unas manchas oscuras flotaban ante mis ojos: me siento mal, ya no aguanto.

—¡Espérense! ¡Voy a abrir , pero el calvo se dobló!

Las celdas superiores están igual que otras. No quedó nada. En ninguna de estas celdas he visto sangre, Por aquí debe de estar el agujero del máuser. Estoy seguro de que a Roberto no le dio, porque vi caes tierra; se tiró al suelo por si el guardia volvía a disparar, pero no estaba herido.

La celda está tan oscura como si la puerta estuviera cerrada. Entre las dos planchas de metal que forman los muros se oyen ruidos muy leves, carreras de pies diminutos que llegan a parecer murmullos.

Ahora nos miran desde la reja. Nosotros dentro y ellos fuera: una cárcel dentro de la otra. Esperan detrás de la reja, pasándose de un lado a otro.

Algunos no se mueven, están prados, con la mirada fija en el patio cavío. Hay una celda que no pudieron abrir. Cierra sin dejar ninguna ranura de metal y dentro se puede apandar por tres lugares distintos con trozos de metal mucho más gruesos que un clavo.

—¿Crees que vuelvan a entrar?

—No, ¿para qué? Ya no queda nada.

—Estamos nosotros…

—¡Qué piensas?

—Que podría entrar a cumplir “encargos”.

El guardia había vuelto a poner el candado de la reja; pero en el pasillo, frente a la crujía, seguían vigilándonos los presos que habían tomado por asalto la crujía una horas antes.

—Y la vigilancia, ¿no crees que intervenga?... No, claro, estoy diciendo tonterías. Primero los soltaron, ahora no los encerrarán mientras no hayan cumplido … y si dices que pueden traer “encargos” especiales…

—Asómate, no hay ni un solo vigilante, salvo el de la puerta; y pro supuesto ni siquiera intentaría oponerse. Si lo hiciera sería el primer muerto, pero no lo hará.

Pasó un largo rato. La celda que no lograron abrir está en el piso superior. Ahí estábamos casi todos: cincuenta en total. La aglomeración era incómoda pero se tenía menos frío. Era la madrugada del 2 de enero.

—¿Estamos todos?

—No sé, creo que hay más en una celda de enfrente.

—¿Sabes cuántos?

—Unos diez.

Se hizo otro silencio, pesado, sin otro ruido que alguna tos.

—Debiéramos revisar cada celda —dijo uno que tenía las rodillas recogidas para que otro pudiera estirarse.

—¿Cada celda? ¿Para qué? No hay nada, estuve buscando una cobija.

—¿Viste debajo de las literas?

—No, no tenían para que echarlas ahí.

—No es por eso —el otro hizo un gesto de interrogación—; es que no sabemos si estamos todos.

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El 2 de octubre marcó vida

y muerte de Luis González de Alba

Por Raquel Vargas >

raquel.vargas@3.80.3.65

Justo en la conmemoración del 2 de octubre, mientras algunos se alistaban para marchar, uno de los protagonistas del movimiento estudiantil de 1968 dejó de existir: Luis González de Alba, falleció en su casa de Guadalajara, Jalisco, a los 72 años de edad.

El Presidente Enrique Peña Nieto escribió en Twitter: “Lamento el fallecimiento del escritor y periodista Luis González de Alba. Mis condolencias para sus familiares y amigos”. Mientras que el Secretario de Cultura Federal Rafael Tovar y de Teresa señaló: “Escritor, militante, periodista; protagonista de la vida nacional. Lamento el deceso de Luis González de Alba”.

Escritor, divulgador de la ciencia y periodista, pasó dos años en la crujía C de Lecumberri tras ser apresado en la plaza de Tlatelolco. En el encierro escribió su primera novela Los días y los años, testimonio de aquellos años de conflicto y además aprendió el idioma hebreo.

La crítica, la claridad de su pensamiento y lo directo de sus dichos eran lo que lo caracterizaban. “Se ha quitado la vida Luis González de Alba, uno de los hombres más libres de México. El último acto de su salvaje libertad”, escribió en un tuit Héctor Aguilar Camín, después de que la noticia de su fallecimiento se conociera.

Mientras que el escritor Enrique Krauze posteó: “Luis González de Alba, elegiste morir justamente hoy, 2 de octubre, a las 6.10. Fuiste la conciencia histórica del 68. No te olvidaremos”.

Por su parte la escritora Ángeles Mastretta le dedicó varios posts, entre ellos: “Querido Luis González de Alba: Hace años que escribías como un condenado a muerte. Ya no nos veremos. En ninguna parte y en tantas otras”.

González de Alba se instaló en la Ciudad de México en los años 60 para estudiar Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México, ahí se involucró con el movimiento estudiantil del que llegó a ser dirigente. Después de su paso por Lecumberri se trasladó a Chile donde trabajó como barrendero y corrector de estilo en una imprenta, según una entrevista que le realizó Teresa Zerón- Medina Laris en la revista Nexos.

Luego de que él y otros dirigentes no encontraron apoyo en ese país, se trasladó a Argentina y Brasil.

De regreso en México, en agosto de 1975, junto con el escritor Carlos Monsiváis y la directora de teatro Nancy Cárdenas, González de Alba publicó el primer manifiesto en defensa de los homosexuales, el cual fue plasmado en el suplemento México en la Cultura de la revista Siempre!

La libertad de decir lo que pensaba era uno de los ejes de su vida y nunca ocultó su homosexualidad, escribió el libro La orientación sexual. Reflexiones sobre la bisexualidad originaria y la homosexualidad, fue un gran activista en la defensa de los grupos que buscaban el reconocimiento de la diversidad en la sociedad del país.

Son 11 novelas las que escribió González de Alba, entre ellas: Y sigo siendo sola (1979), cuya protagonista es la historia de México; un libro de cuentos, El vino de los bravos (1981); dos volúmenes de poesía; su celebrado ensayo Las mentiras de mis maestros y a seis textos sobre divulgación científica.

Agápi Mu (Amor mío)

Dicen que la muerte lo sorprendió en el preámbulo de la siesta, al mediodía, en Guadalajara donde vivía entre sus libros y avíos memoriales. Nunca olvido sus gestos solidarios con la disidencia anticastrista aquí en México. Me lo presentó Carlos Payán una tarde de noviembre de 1986 en la sala de redacción del periódico La Jornada. Hablamos de Cuba, de su literatura y su música. Me dijo que admiraba a Reinaldo Arenas, pero más que todo El mundo alucinante: “la novela sobre Fray Servando que ninguno de nosotros fue capaz de escribir”. Yo estaba descubriendo los parajes de la literatura mexicana: fue Víctor Roura, quien me recomendó Los días y los años y el poemario Malas compañías: descubrí a un seductor hombre de letras, a quien he seguido durante todos estos años. Cuando se publicó en 1993 Agápi Mu (Amor mío), la devoré con total entusiasmo: novela desolada y sombría.

Relato de cruzamiento: pasión homoerótica en las orillas del Lago de Como y las avenidas de la Ciudad de México. Fábula de ánimo trazado en los recodos de kavafis, Ritsos y Seferis. Amores golpeados y quiméricos. La memoria: espiral de nostalgias sacudidas. El meridiano acoge siempre a los desamparados. Veo a González de Alba trasponiendo las acechanzas en el sueño y la vigilia del otoño. “Son para siempre los adioses: / queda el amor, / el barco en el puerto, / la vid que reverdece en parra /[…]/ Un día tan cierto como la muerte, / no volverá.”, escribió esquivando los follajes abrasadores del verano.

Carlos Olivares Baró