Katya Adaui aborda relación compleja entre hijos y padres

Llega a México la literatura de la narradora peruana Katya Adaui (Lima, 1977), autora de los libros de cuentos Aquí hay iceberg y Algo se nos ha escapado además de la novela Nunca sabré lo que entiendo. Registrada en más de veinte antologías en Perú y en otros países hispanoamericanos, su obra ha sido traducida al inglés y al italiano. Llega a México Geografía de la oscuridad (Páginas de Espuma, 2022), cuaderno de relatos que ha recibido elogios de la crítica y notoria recepción de los lectores.

La familia vista desde adentro en una develación de cómo lo más próximo, lo aparentemente afectivo en las franjas de un amor incondicional, puede conjugar un sumario de perjuicios insalvables. Muestrario de la sigilosa clemencia de la intimidación en historias aciagas, frágiles, injuriosas y punzantes trazadas a través de un habla provocativa, sinuosa, desprovistas de adornos en apelación de algunos índices del montaje cinematográfico.

“He querido presentar una carpeta narrativa, donde preponderan trances inconclusos entre padres e hijos; por ejemplo, un hijo que se propuso no parecerse a su padre, el vínculo de amor-odio entre una hija y su madre, la fragilidad afectiva de una familia o la soledad de un hombre que se encubre como Papá Noel en Navidad para remedar una paternidad ilusoria: éstas son algunas de las situaciones puntualizadas en estos relatos”, comentó en entrevista con La Razón Katya Adaui, quien radica en Buenos Aires donde imparte talleres de escritura creativa.

¿Sintagmas breves donde los personajes interrumpen la ‘progresión discursiva’ del narrador? Me interesa narrar desde lo inmediato, desde el centro de la trama; no uso guiones para los diálogos, quizás está presente la suscripción de un estilo impetuoso que huye de los rodeos.

¿Ímpetu emocional sobrepuesto a la ‘claridad’ de la historia? Los personajes de estos cuentos nunca logran una comunicación con los otros, sus expresiones no explican los gestos que despliegan. Por eso pongo por encima la intensidad emocional. Estos hijos hablan desde la conmiseración; mientras que los padres en algunos casos, exhiben su autodestrucción.

¿Escritura anfibia en las rutas de un empalme entre la poesía y la narrativa? No soy consciente de esa articulación entre la poesía y la narración, lo que sí me preocupa es que cada historia consiga una expresividad donde el lenguaje es protagonista. Tributos a las posibilidades y a los influjos del arrobo de una prosa presta, sugerente y cordial.

¿Asomos de Clarice Lispector y Virginia Woolf? Dos autoras que he leído con cuidado. En toda escritura está el reflejo de lo leído. Leo a las escritoras contemporáneas y me identifico con las mexicanas Amparo Dávila, Socorro Venegas, Fernanda Melchor, Daniela Tarazona, Valeria Luiselli o Laura Baeza, por mencionar algunas.

¿Autor que duda desorientado ante las improntas de sus narradores? Esos narradores hablan por mí, son mi voz ramificada en circunstancias distintas. Claro, la duda me asedia. Los escritores estamos acechados por el temor.

¿Presencia de un conmiserado humor triste? Cómo presentar a estos padres despiadados, protagonistas de relaciones familiares abrazadas por tinieblas rastreadoras del estado vital de los hijos. Me valgo de una gradación narrativa en diálogo con un compasivo humor.