LEVEDAD

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Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, pareciera que a eso se reduce nuestra existencia, quiénes somos, qué somos, qué hacemos son sólo notas al pie de página, esas que nunca se leen, que están ahí nada más porque tienen que estar, aunque no sean necesarias. Vivimos en un mundo cínico en el que nuestra valía lo da la superficialidad y lo sustantivo es, si bien nos va, cursi; ni siquiera la religión nos salva, creer en una eternidad después de la vida le resta importancia a nuestro actuar en ella y no creer en ella, es incluso peor pues, arrebata todo significado de trascendencia. Nacer, crecer, reproducirse, morir.

Tal vez estés pensando que soy un amargado más o, un lunático de esos que aparecen en cada esquina y ese, es quizá, el argumento definitivo de nuestra banalidad pues, sólo basta ver cuántos han aparecido en las últimas décadas, como decía, uno en cada esquina, una mente que no aguante el cinismo de la realidad, el absurdo de una sociedad que defiende con uñas y dientes posturas ideológicas pero, es individualista a extremos de pasar al lado de un moribundo y clavar la vista en el teléfono para borrarlo de la existencia y tener la justificación de “no lo vi”.

Nacemos desvalidos, se supone que deben cuidarnos hasta que tomemos decisiones razonadas, útiles y productivas para la sociedad, en ese proceso nos entrenan, nos educan, instruyen, nos dicen que pensar, cuando pensarlo, como pensarlo, cuándo hablar o callar y luego, con un aberrante descaro, te sueltan en el mundo y te dicen que seas creativo y tú, que cuando tenías la curiosidad infantil escuchabas la palabra “NO” repetida hasta el cansancio, no lo hagas, no lo toques, no lo comas, no, no, no… esa fue la palabra que más escuchaste mientras la curiosidad te dominaba, y te la repitieron tanto que tu curiosidad se dio por vencida. Después te enseñaron a compartir, a dar tus preciados juguetes a niños que no le daban el mismo valor que tú, que mientras tú los tenías en una repisa en exhibición y los jugabas con el cuidado exquisito de quien aprecia a un amigo después veías a ese objeto dueño de tu cariño, siendo arrastrado por el piso, golpeado, tirado, raspado y cuando salías en su defensa, el amonestado terminabas siendo tú, por egoísta, porque tenías que compartir tus cosas, porque era más importante la opinión de tus padres acerca del otro niño invasor, que las de su propio hijo y si, lo aprendimos bien, dejamos de darle valor y sólo dejamos… el precio. Así que no, no soy un amargado más, el hecho de que esté contándote esto es mi tabla de salvación para la cordura, no importa que no sepa quién eres, esto lo subiré a la red y será lo mismo que tirar una botella al mar con una carta dentro, las posibilidades de que alguien lo lea son microscópicas. Eso no importa, es el proceso el que necesito.

Hace aproximadamente 2 años, yo era uno más de la legión de los que cambió los minutos de su vida por unos cuantos pesos, de los que creyó que solamente el trabajo podría dignificar su existencia aún, cuando eso significara dejar la vida en pausa… vivir para trabajar, no trabajar para vivir.

Y cuando llegó la pandemia, todo eso que creíamos importante dejó de serlo y si bien hubo pérdida de seres queridos, algunos habíamos puesto en pausa todo lo demás creyendo que el éxito se medía en depósitos bancarios y poder adquisitivo, de repente esos trajes bien cuidados, las impolutas camisas blancas de mancuernillas, las corbatas de seda, los zapatos de piel de cordero dejaron de importar, dejamos de ser medidos por nuestra apariencia, el jefe ya no podía llegar a su oficina y encerrarse a jugar con su celular por horas, ahora tenía que demostrar su liderazgo, y de repente los cronogramas fueron importantes, y los resultados estaban en la intranet colaborativa, teníamos que subir evidencia constante de aquello por lo que éramos pagados y entonces supe, que hasta en el trabajo hay simulación, que vivimos en base a lo que creen que somos, y que nos pasamos toda una vida tratando de aparentar lo que creemos que los otros esperan de nosotros.

Baste decir que renuncie yo ojalá pudiera decir que empecé a apreciar la vida, el aire puro, el sol, el césped, los árboles y los pájaros pero, no fue así, sólo me di cuenta de que vivimos en la superficie, en la apariencia y que la mentada profundidad de la que hablan los libros de autoayuda, es tan subjetiva, que no puede ser clasificada como profundidad sino más bien, como olas azotando la playa moviendo solo guijarros, haciendo solo ruido.

No le encontrarás sentido a esto, no lo tiene ni siquiera para mí que lo escribo, como te dije, es sólo por sanidad mental y no obstante, aún tengo la esperanza de que alguien lo lea, me conteste y le encuentre sentido a esta disfunción social en la que el blanco no es blanco, el negro no es negro y, el gris es el color más aburrido de la creación, los tibios dominan el mundo, las ideologías son sólo palabras de dientes para afuera y nadie te dice nada, porque no es educado meterse en la vida de los demás, al menos de frente porque espaldas de la persona implicada, hasta sus amigos hablan mal.

Dejo esta carta en la botella del mar de la red, es constancia no narración, es un susurro de desesperación en un vendaval de apatía… en fin… adiós.