Mayakovski en México

Mayakovski en México
Por:
  • larazon

Ilustración Rafael Miranda Bello La Razón

A Vladimir Mayakovski (1893-1925) le habían dicho que el camino de Veracruz a México era uno de los más hermosos del mundo. Había desembarcado del Spain después de una estancia en París y un viaje a España. También estuvo un corto periodo en Cuba, donde hizo anotaciones sobre la presencia estadounidense en La Habana.

El puerto veracruzano no le gustó y así lo escribió en una carta a Lila Brik, a quien amaba de manera intensa, viviendo con ella una relación apasionada, a veces difícil. Era ella su musa secreta, aunque como poeta futurista y bolchevique sólo la Revolución debía inspirarlo:

Yo/prodigioso de todo lo festivo,/no tengo con quien ir a celebrar./Ahora mismo me caeré de espaldas,/me saltarán los sesos en las piedras del Nevski./He blasfemado, sí,/voceado que no hay Dios;/ pero Dios de las honduras infernales saco a una,/ante quien la montaña se echa a temblar, vacila;/ordenó:/ ¡Quiérela. (Trad. Gerardo Denis).

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La neblina cubría las montañas, pero el poeta ruso advirtió el verdor del paisaje. Le gustó a pesar de ser distinto a lo imaginado. Era de origen cosaco y ucraniano, por padre y madre, nacido en Georgia como José Stalin, era el mayor artista de la palabra en idioma ruso, junto con Serguei Esenin, el poeta campesino. Pero mientras Esenin se hundía en una humildad religiosa, en un recogimiento frente a la naturaleza y los animales, Mayakovski se exaltaba con una lírica moderna, exultante, egocéntrica, con la cual pretendía estar a la vanguardia.

El tren seguía su marcha implacable. La noche fantasmal comenzó a cubrir esa tierra del trópico, vigilada por millones de estrellas. El poeta, asomado a la ventanilla se inspiró: Aclárame/¿cuál es la estrella/y dónde/están los ojos del jaguar?/…Mi vida entera/suspiré por el trópico./El tren sigue su marcha/entre el paisaje,/entre el aroma/ de los plátanos. (Trad. Carlos Antonio Castro).

Al desembarcar, el poeta laureado de la Revolución exigió conocer inmediatamente a los indios. Alguien le señaló más tarde en los portales a unos boleros: “esos son los indios”. Los observó detenidamente y le decepcionaron. Así le escribió a Lila: “Yo me imaginaba a los indios como los describía Fenimer Cooper”. Los indios del Viejo Oeste no tenían nada que ver con los negros de los portales: ¡estos no tenían plumas!

Este hombre era exagerado, infantil

—como si estuviera descubriendo el mundo— exaltado cantor de una transformación épica que prometía ni más ni menos la creación de un Hombre Nuevo. Durante un tiempo, cerró los ojos a la realidad. Aunque la Revolución lo reconocía —estaba afiliado al Partido bolchevique desde adolescente— los medios oficiales desconfiaban de una voz tan singular.

Había adoptado el futurismo de Marinetti, quien cantaba las loas del fascismo italiano, al mismo tiempo de romper violentamente con la lírica tradicional, pero en su caso, si bien exaltaba la Revolución bolchevique con un estilo estridente expresaba también ironías, imágenes fantasiosas y tiernas que denotaban una personalidad íntima necesitada de amor como todos los poetas, pues si no para qué escriben.

Antes de viajar al extranjero, Mayakovski escribió un largo poema titulado “La aventura más extraordinaria”, en la cual ni más ni menos, el Sol lo visita en su casa de campo para beber té con él y platicar de poesía:

Y el sol

Dice –imposible aventajarle:

“Bueno, camarada, reconozco

Que estamos a la par!

¡Vámonos!

Tú, poeta, canta

Y grita para asustar

A la monotonía del mundo.

Yo entretanto derramaré luz,

Y no será menos lo que tú hagas

Dejando fluir tus versos”.

(Trad. Lila Guerrero)

La egolatría del artista es simplemente una infancia no resuelta. ¿Todos los poetas serán en el fondo como hombres niños, y las poetisas como mujeres niñas? Su voz puede ser desesperada, un lamento, pero en el caso de Mayakovski traslucía una confianza infantil en el espíritu de la poesía, asociada además a la convulsión del mundo.

En la Estación de Buenavista, lo esperaba al amanecer Diego Rivera, el Julio Jurenito de la novela de Ilya Ehrenburg, amigo de Mayakovski, quien era experto en la bohemia parisina. Para el poeta fue algo semejante a una aparición, la de un pintor renacentista, gordo y bonachón, quien se presentó con una botella de tequila para calentar los ánimos pues hacía frío.

Después de estar hospedado en un hotel donde podía contar a las chinches infestando su cama, se cambió para la embajada soviética donde vivió durante su estancia en México. Guadalupe Marín, en ese tiempo esposa de Diego Rivera, lo agasajó con banquetes a los que acudieron todos los poetas comunistas del país, cuyos versos le traducían puntualmente al francés, le parecieron malísimos, pero los consideró a ellos unos camaradas divertidos que cantaban la Internacional ya borrachos.

Como en España no pudo ir a una corrida, lo hizo en México. Fue a la plaza de toros, fuera vio a unas muchachas paseando con un changuito al que llevaban con una cuerda amarrada al cuello, eso bastó para que escribiera que las mexicanas “paseaban a sus changuitos y comían corteza de cerdo (chicharrón)”.

La corrida le pareció, por supuesto, espantosa, un acto de crueldad inaceptable, con la gente gritando: ¡mátalo! Le apenó ver los ojos agonizantes del toro al caer. Para explicar su indignación con la llamada (cursilonamente) fiesta brava, le escribió a Lila Brik: “Ojalá en lugar de cuernos tuviera el toro dos ametralladoras”, y concluía que así podría dirigirlas contra ese público de idiotas. Salvo por la fiesta de los toros, México le pareció un lugar agradable con gente hospitalaria.

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Cinco años después de este viaje, el 14 de abril de 1930, siguió los pasos de Esenin, decepcionado del amor y de la Revolución, se mató de un disparo. Ya en su poema La flauta espinazo, había previsto: Por todas/ las que me gustaron o me gustan,/guardadas como íconos en las grutas del alma,/copa de vino en un brindis/alzaré mi cráneo colmado de versos./Pienso más y más/si no sería mejor poner/punto con bala a mi fin/Hoy/por si acaso/doy un concierto de despedida.

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