Rodin y Giacometti pasean por Madrid

Rodin y Giacometti pasean por Madrid
Por:
  • miguel_angel_munoz

A mi amigo Antonio Romero, con quien viví un par de días en cuarentena en Madrid.

MADRID.ESPAÑA. Una de las pocas exposiciones que pude ver en Madrid estos días – momentos antes del cierre total de país ibérico- fue la extraordinaria exposición Rodin-Giacometti. Pude disfrutar casi para mí solo cada una de las salas de la Fundación Mafre en el Paseo de Recoletos. A pesar de estar separaos por más de una generación, las trayectorias estéticas de Auguste Rodin y Alberto Giacometti ofrecen paralelismos y disparidades que se desvelan por primera vez en esta exposición conjunta. A través de cerca de doscientas obras, Rodin-Giacometti muestra cómo ambos creadores hallaron, en sus respectivas épocas, modos de aproximarse a la figura que reflejaban una visión nueva, personal pero engarzada en su tiempo: en Rodin el del mundo anterior a la Gran Guerra; en Giacometti, el de entreguerras y el inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. La exposición hace visibles las conexiones entre la escultura de Auguste Rodin (París, 1840 – Meudon, 1917) y la de Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901 – Coira, 1966) y hasta qué punto el escultor suizo miró, admiró y aprendió de la obra del francés. Lo que podemos ver y entender de la muestra es que Rodin se convirtió en el padre de la escultura moderna por la expresividad del rostro y la gestualidad con que dotaba a sus figuras, algo insólito en su tiempo. Giacometti continuó por ese camino, a su manera, adelgazando la figura hasta revelar el hueso de lo humano como quizá no lo haya hecho nadie con posterioridad.

Los numerosos grupos de figuras que Augusto Rodin dibuja, detalla, modela y que dan su sentido poético y estético, constituyen un repertorio de formas, que el artista reutilizó hasta el final de su carrera, con una inventiva siempre renovada. Muchas de sus obras más conocidas proceden de este ímpetu que propulsa a Rodin al primer plano de la escena artística, empezando por El pensador, El beso, Ugolino, Danaide y Las tres sombras. La lectura de La puerta del Infierno arroja luz sobre toda su obra. En ella se condensan sus indagaciones estilísticas y es el punto de partida de muchas variantes realizadas con sus técnicas preferidas: fragmentación, reunión, ampliación, reducción, repetición…Cuando el escultor francés acababa de redefinir su guión formalista con una libertad técnica instigada por la estética del modernismo europeo en el momento de la escisión figurativa que apunta, emergente ya, el nacimiento de las vanguardias. Un innovador de su tiempo, cuyo proceso creativo dio paso, no sólo a la vanguardia escultórica, sino que dejo una gran influencia en infinidad de artistas y escultores de primer orden, como en Giacometti.

Pintor primero, escultor más tarde y dibujante cerebral siempre, ya que este proceso creativo fue para Alberto Giacometti, algo más que una apresurada síntesis formal, para convertirse en la radiografía siempre borrosa del progreso imaginativo del artista. Su padre, Giovanni, había sido pintor de querencia tardoimpresionista, que orientó a Alberto hacia la disciplina de la academia: École d’ Arts et Métiers en Ginebra, y un año entero en Florencia copiando imaginativamente el naturalismo de manual para aventurarse después en la experimentación. A partir de 1925 se instala en París, y comienza la búsqueda de un lenguaje sensible personalizado de incuestionables influencias de época: las planimetrías cubistas que configuran el valor visual del volumen y el descubrimiento del arte tribal – no sólo africano – de potente impronta en la emancipación creativa de la escultura moderna temprana. Si Torso (1925) acusa la mirada de Laurens, The Couple (1926), parece explicar una estética cubista sometida a los imperativos expresivos del artista. Hombre y mujer traducidos a figuraciones formales estilizadas a través del relieve que acentúa su frontalidad.Cada escultura de Giacometti el ritmo es forma, el espacio materia. Un aliento estético pudoroso que se impone con delicada fuerza. Spoon Woman, sin embargo, deja ver su clara desviación del simplismo decorativo ancestral, absorbido sobre todo en el Musée de I’ Honme. La estela casi artesanal de Lipchitz ocupa los años 1926 – 1927, cuando se fundamenta la armonía constructiva que connotan los primeros bocetos figurativos. Búsqueda de “conjuntos”, en efecto, dijo David Sylvester, pero persecución casi monotemática de un equilibrio sensible exclusivamente formal. Sin duda Cubist Composition (1928) es un buen ejemplo. Desde entonces la talla y el modelo definen el campo de acción en el que se afirma el trabajo escultórico de Giacometti. Siempre entre oscilaciones bruscas hasta alcanzar esas poéticas figuras – solitarias o en conjuntos de presencia coral – que han definido la visión del artista. Pero, con todo, Giacometti es un genial “destructor” del espacio escultórico. Su obra quiere ser un hábil ejercicio de composición, de transformación. Giacometti entiende que la escultura, el dibujo y la pintura deben nacer de la memora ancestral, de los viejos mitos de la humanidad y transformarse en la “presencia de lo sublime, que habita el proceso de la creación.

“Creo que para comprender bien el trabajo – dice el poeta francés Yves Bonnefoy- de Giacometti es preciso advertir, de entrada, que encontramos en él siempre viva y activa la preocupación por el Otro: entiendo por esta palabra a cualquier persona, conocida o desconocida, que aparezca en el campo de nuestra existencia o esté ya en nuestra memoria. Una persona, por ello, real. A Giacometti no le interesaban en absoluto las figuras imaginarias; como no le interesaba tampoco, por otra parte, esa presencia ficticia que es, para el artista, en la mayoría de los casos, su modelo: ese rostro, esos rasgos, ese cuerpo al que observa e imita de modo sobrecogedor, a veces, pero sin vincularse no obstante, a lo que son, en su vida privada, el hombre o la mujer que van a posar para él. Todos los que conocen, por lo que sea, el arte de Giacometti, perciben en él, naturalmente, ese interés por el Otro; y saben incluso hasta qué extraordinario grado de intensidad lo llevó en muchos de sus cuadros y de sus esculturas”.1

Rodin- Giacometti se pasean por Madrid – aunque por lo pronto no, pero si virtualmente- es una exposición imponderable, que nos ilumina sobre las vanguardias escultóricas, y nos abre los ojos a la creación de dos genios del arte.