El dolor de la experiencia y la inocencia

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Foto: larazondemexico

Socorro Venegas escribe cuentos y novelas. Sospecho que también es poeta de clóset, porque no es posible escribir páginas de espuma tan poderosas si no se tiene una irremediable vena poética.

Ciertamente, su estilo (no sólo en los cuentos de La memoria donde ardía) es poético, si se entiende la poesía como el arte de concentrar un máximo de significación en un mínimo de espacio. Pero no es lo poético suave, es lo poético duro, lo poético áspero, como creo que en México lo ha hecho sólo Juan Rulfo y sólo en Pedro Páramo.

SERES QUE SE HAN IDO

Los diecinueve relatos de La memoria donde ardía, publicados por Páginas de Espuma, son duros más allá del estilo. Son historias de pérdida, de ausencia, del ser humano atrapado en su condición de isla. Y aquí hay que recordar que las islas son uno de los ejes metafóricos del imaginario de la autora. Son el centro significante que articula la visión del mundo de varios de sus relatos, y además dan el título de uno de sus cuentos —“La Isla Negra”— y de uno de sus libros: Todas las islas.

Por su título, éste que comentamos ahora es un libro sobre la memoria, sobre la obstinada y terrible fidelidad de la memoria, que tanto angustiaba a ese gran escritor mexicano que fue Salvador Elizondo. Y hablar de la memoria es hablar del pasado, de lo que se perdió, de lo que se fue. En este sentido, los personajes de Socorro Venegas —niñas, niños, borrachos, embarazadas, madres, padres, moribundos— son seres perdidos. Se han ido de los demás, de nosotros. Se están yendo o están por irse. Están muriendo o están por morirse. Deambulan en el mundo y sin embargo fuera de él; han encontrado una manera —siempre dolorosa— de ponerse a salvo de él. Sufren para no sufrir tanto, porque si no sufrieran, la culpa sería insoportable.

Dice Socorro Venegas en su novela Vestido de novia: “Los muertos dejan rastros de los que no nos desprendemos del todo. Atesoramos vestigios de vida pasada para recordar que somos de esa escoria a la que Dios le dio el regalo de una conciencia sobreviviente, culpable siempre”.

En especial, me llama la atención el tratamiento de la infancia, ese estado de desamparo que desde el Siglo de las Luces se insistió en representar como un estado de bendición. ¿Cuál bendición? ¿Vamos a hablar de bendiciones a los niños enfermos, a los que saben que la muerte está a su lado y cada día viene por alguien, a los ciegos, a la niña que debe buscar a su padre borracho?

Y estos, los borrachos, forman también parte de los grandes protagonistas de Socorro Venegas. Quizás porque son como los niños. Por eso la pequeña de uno de sus cuentos anteriores dice: “Los borrachos son la gente que más me gusta. Sólo con ellos puedo entenderme y sólo ellos me entienden”. Ciertamente, el alcohólico es un ser que, desde su insalvable aislamiento, ha recuperado alguna forma de inocencia primigenia; un adulto que ha podido volver al desamparo de la infancia, a ese estado de dependencia en el cual necesita que lo cuiden y lo lleven a dormir. El alcohólico es hermano del niño. El padre borracho del relato “El coloso y la luna” es hermano de su hija: el hermano pequeño.

"El conflicto del yo narrativo no ocurre con la maternidad: es con la existencia toda. La maternidad sólo tiene la mala suerte de ser parte de este mundo".

EL MAR QUE NOS CONVIERTE EN ISLAS

En cuentos como “El hueco” y “Real de Catorce” están presentes las madres y la maternidad, el embarazo, la condición femenina como una de las islas que flotan en el mar muerto de la condición humana. Pero la maternidad en la obra de la escritora es algo más complejo de lo que han visto algunos críticos. Parecería que hay un rechazo hacia ésta, hacia el hijo o los hijos, hacia el hecho biológico de saberse invadida por otro ser y luego extenderse en el mundo a través del mismo. Pero esta visión unidimensional se cae si uno lee, por ejemplo, su novela Vestido de novia, donde el hijo es el hilo de Ariadna que la protagonista necesita para no perderse. Entendemos que realmente el conflicto del yo narrativo en las obras de Venegas no ocurre con la maternidad: es con el mundo, con la existencia toda y sus angustiosos límites. La maternidad sólo tiene la mala suerte de ser parte de este mundo, de ser uno de los límites que hacen de la existencia algo tan insuficiente. La maternidad es parte de ese inabarcable mar que nos convierte en islas.

En todo libro de cuentos uno tiene sus favoritos. Aquí no es posible señalar uno ni dos ni cinco, porque los diecinueve relatos de La memoria donde ardía son favoritos: los preferidos entre los libros que la autora publicó antes y entre los que ha escrito recientemente.

Una novela que leí por recomendación de Socorro Venegas es Belleza y tristeza, de Yasunari Kawabata. Lo saco a colación porque ése podría ser el título de este libro: sintetiza perfectamente lo que encontramos en él: La memoria donde ardía es un libro bello y triste. También podría llamarse como la serie de poemas de William Blake, Cantos de inocencia y experiencia, porque también eso es: lo dolorosa que es la experiencia, lo aún más dolorosa que es la inocencia.