El Dr. Hugonzo, la retorcida mente de un escritor chilango

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Hugo César Moreno en Comala, junto a la estatua de Rulfo.
Hugo César Moreno en Comala, junto a la estatua de Rulfo. Foto: Cortesía del autor

Hugo César Moreno, mejor conocido en los bajos fondos como el Dr. Hugonzo, nació en la Ciudad de México en 1978. Y es sin duda una de las personas más auténticas con las que puedan encontrarse. No lo busquen en las canchas de pádel. Es buen amigo de las cantinas. Es la prueba viviente y supurante de que existen las letras más allá de la literatura Condechi. Es autor de varios libros de relatos, entre ellos Cuentos porno para apornar la semana (Tierra Adentro) y Desnudo de cuento entero (Libros Sampleado). Irreverente y desprejuiciado, no se debe a modas ni a juicios externos. Con el humor como defensa y ataque, mantiene viva la tradición de los autores sin domesticar que cada tanto produce Ciudad Godínez. Platiqué con él en la cantina Salón París en Santa María la Riflera y estas fueron las charras que me inventó.

¿Qué es lo que te atrae del cuento?

Sin duda, soy producto de la realidad social y de mis decisiones. Cuando empecé a escribir me sentía poeta. No me sentía seguro en la narrativa y como estaba empecinado en que la buena literatura era sólo la ciencia ficción, no me creí capaz. En el bacho leí La Tumba, de José Agustín, sin embargo, no me estimuló a escribir debido a las andanzas clasemedieras del personaje, me gustó mucho, pero me reflejé poco en él. La verdad es que no fue sino hasta que leí a Charles Bukowski cuando entendí que podía escribir narrativa sin la necesidad de saber algo más que mis apetitos y frustraciones. Lo primero que leí de él fue Hijo de Satanás, y desde el primer cuento quedé obsesionado con la facilidad en la forma y la potencia de la expresión. A la fecha me siento cómodo escribiendo cuentos cortos, he intentado la novela, pero, no sé, quizá sea mi conformación psíquica la que me obliga a terminar todo lo que empiezo porque me angustia lo incompleto, y el cuento es algo que puedo iniciar y terminar de una sentada. Por otro lado, me parece que el cuento, de cualquier extensión, es tan contenido que su promesa es el cumplimiento. Abre y cierra aun cuando quede totalmente inconcluso, como lo hace Aldo Nove en Superwoobinda.

¿Cuáles son tus cinco libros de cuento favoritos?

Hijo de Satanás de Charles Bukowski.

Superwoobinda de Aldo Nove.

El Aleph de Jorge Luis Borges.

El principio del placer de José Emilio Pacheco.

Catedral de Raymond Carver.

¿Qué es para ti escribir desde la Ciudad de México

La posibilidad de un lenguaje capaz de absorber lo ajeno. La posibilidad de un territorio siempre en expansión y, a la vez, contraído por espacios significativos. La posibilidad de odiar la ciudad con amorosa insidia. La posibilidad de amar la ciudad a pesar de su odiosa existencia. Crecí a las faldas del cerro del Chiquihuite, del lado de Tlalnepantla, Estado de México. Esa situación me hizo atravesar de norte a sur la ciudad, sobre todo desde mis años universitarios, pues estudié en la UAM Xochimilco. Quizá por ello, el centro de la ciudad es lo que más disfruto. Soy feliz caminando sobre Juárez con un café en la mano izquierda y un cigarrillo en la derecha. Extraño mucho el cine Arcadia y el Ciudadela. Para mí la Ciudad de México significa una geografía intrincada, cambiante, pero permanente en el recuerdo y extraviada por los cambios constantes. Significa un universo donde habito mi planeta y puedo despreciar galaxias. Ahora que vivo en una ciudad más pequeña, como Puebla, extraño la avaricia con que se aprecia el tiempo, la prisa por llegar, la aflicción de la tardanza. Me pienso como el niño de “Un hilito de sangre” de Eusebio Ruvalcaba mirando el itinerario del metro y tomando el tiempo de llegada del convoy, apesadumbrado por la forma en que éste se ha deteriorado y arrebata tiempo valioso. El metro es parte esencial de mi deambular por la página, ahí vivo en mis cuentos y en él está la profundidad de la ciudad como significado.

¿Qué papel juega la música en tu proceso creativo

No escucho música mientras escribo. Aprendí a trabajar con mucho ruido alrededor y para concentrarme tuve que ensordecerme. Creo que nunca he acompañado el teclear con escuchar música. Sin embargo, la música es central para el desarrollo de mis historias, de alguna manera, al no tenerla de fondo, se convierte en parte del proceso, ahí están las canciones permitiendo que funcione alguna escena o forzando la escena para que se relacione con una canción. Lo mío son las canciones, no tengo oído musical, no tengo habilidades para descubrir cómo se ensamblan los instrumentos o cuál es cuál, pero el discurso y la música me dejan disfrutar. Todavía me tomo el tiempo de comprar un disco, ponerlo, abrir el librito y revisarlo mientras escucho. Tardé mucho en llegar al iPod y al streaming, sigo poniendo discos completos. Lo disfruto mucho.

¿Te consideras parte de la corriente del realismo sucio?

No me ofendería si me consideraran dentro de esa corriente. Me gusta. Me gusta Carver, Ford, no sé si Hunter S. Thompson quepa ahí además de lo Gonzo o si lo Gonzo sea sucio. Me gusta escribir, como dije, sobre lo cotidiano y no hay nada más sucio que la vida cotidiana. Pero creo que el realismo sucio, sin llegar a ser un subgénero, trata de contar con un lenguaje minimalista y desde ahí logra una tensión narrativa que yo no he podido alcanzar, quizá cuando tenga más oficio. En ese sentido, al usar tantos adjetivos y forzar tropos (guardando proporciones, insisto) me siento más cerca de un José Revueltas o un Gonzalo Martré. Además, no sólo he escrito sobre la calle y la vida cotidiana, también me gusta lo fantástico. En casi todos mis libros hay un cuento fantástico o de subgénero. Me gusta, eso sí, incluir fluidos humanos: saliva, secreciones, lágrimas. En el libro próximo a salir, La intimidad de los monstruos, hay novios despechados, como siempre, asesinatos, crímenes horribles, pero también hay un golem sexual, brujas, fantasmas, duendes. No sé si existe la fantasía sucia, pero esa podría ser la etiqueta.