La experimentación y la indagación son cualidades indiscutibles de la poeta, editora, y senderista Mónica Nepote que en mayo de 2025 obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia por Las trabajadoras (Heredad, 2024). En este ensamblaje poético-ensayístico, la autora hace un homenaje a las mujeres que, desde lo doméstico, sostienen hogares, cuidan a sus seres queridos y dejan un legado lleno de objetos hechos por ellas mismas, cargados de significados y emociones. Implícito en el libro hallamos una crítica a la explotación e invisibilización del trabajo femenino: costureras y mecanógrafas.
En Las trabajadoras hay una elaboración física e intelectual. Me parece que es un artefacto extraño por las emociones que transmite.
¿Cómo fue esta elaboración híbrida?
Al inicio, elaboré una estructura con secciones: la tejedora, la costurera y la mecanógrafa. Una vez que tuve el cuerpo estructural, lo imprimí y empecé a jugar, ahí descubrí elementos que no había considerado, como los materiales. Aproveché mi experiencia como editora y me edité a mí misma durante todo el proceso.
También ocurrieron cosas interesantes que enriquecieron el esquema. Hice varios viajes a Guadalajara para hablar con la familia. Escribí poemas sobre flores que le gustaban o no a mi mamá. Me hice de cuadernos pequeños para cada tema y los llené de reflexiones. Investigué mucho. Leí Del ángel del hogar a oficinista de Susy Porter, vi la película Sisters with transistors sobre las mujeres y la música electrónica. Por citar un par de ejemplos.
Recibí una invitación de Canek Zapata a un festival que curó en el Centro Cultural de España. Hice una lectura performática de mis poemas y de la investigación en proceso con los sonidos de la máquina de escribir. Con la confección de este libro me volví a enamorar de la escritura, porque yo había dejado la práctica textual más convencional y me había dedicado a otras cosas.
Noto una escritura colectiva: mamá, tías, hermanas, hija, rastreadoras. Hay una genealogía del trabajo y una arqueología familiar.
Un día le conté a mi hermana mi proyecto y le mostré el esquema. Ella me comentó que había escrito un texto sobre la tienda de mi tía Luz, que no conocí porque cerró antes de que yo naciera. Es un texto entrañable en el que enumera las telas y los materiales con toda la experiencia del trabajo. Yo no habría podido escribirlo porque nunca aprendí el oficio. Le pedí permiso y su intervención aparece transcrita tal cual en el libro, gracias al consejo de mi lectora Sara Uribe. Mi hermana también me obsequió las etiquetas de la tienda que se llamaba Creaciones Lucero, una de ellas aparece al final del libro. Me habló de la caja de botones con la que me gustaba jugar de niña en la casa de la abuela. Enriqueció mi reflexión poética con su propia memoria. Entrevisté a mi mamá, que me platicó de su experiencia en las academias de comercio. Entendí, gracias a las corrientes feministas, que su labor como secretaria sostenía mucho más de lo que se veía en la superficie.
ME OBLIGUÉ A TRABAJAR CON POCAS PALABRAS, PALABRAS IMPORTANTES
Cuando yo era adolescente, mi cuñado le pidió a mi mamá que transcribiera unos poemas franceses que alguien había traducido al español. Mientras mamá trabajaba, me asomé a la mancha de texto en una hoja mecanografiada y me emocioné. Fue un momento revelador, a pesar de que sólo recuerdo la imagen de un cisne y una sombra. Me sentí tan orgullosa de que mi mamá hubiera tecleado tanta belleza. Ahora descubro que siempre regreso a esa sorpresa de los poemas en prosa.
¿Cómo algo tan pequeño puede contener tanto poder?
Fue una revelación, como la de Clarice Lispector cuando descubrió que el libro lo había hecho el hombre y no dios y se dijo: “quiero ser eso, hacer eso”.
Observo una estrategia de contagio en la elaboración del libro que representa la custodia de la memoria y también la voluntad de enriquecer el archivo familiar.
Mi mamá era el archivo familiar, pero después de su muerte, mi hermana Lilia custodia el archivo. Recuerda cosas de las que nadie se acuerda. Y yo recupero parte de esa memoria en mi libro.
Hay un ritmo muy particular. ¿Cómo lo trabajaste?
Escuché, como inspiración, el disco Sotrs de la italiana Caterina Barbieri, compuesto por patrones musicales, es decir, variaciones y repeticiones. Necesitaba crear patrones y esta música me ayudó porque no es monótona, más bien me permitió entrar en trance. Y tan lo logré, que no recuerdo el proceso de escritura de algunos poemas, que coincidió con la enfermedad de mi mamá; de modo que el duelo está presente.
La edición también es interesante. Valoro que el libro aparezca en una editorial pequeña.
Yo, si no le meto cuerpo al libro, no lo hago. La única manera para sacar ese libro era que yo interviniera en el proceso. Toda la concepción y confección fue pensada como un homenaje a mi mamá. Además, la diseñadora Regina Olivares es una buena lectora. Ella propuso y buscó la mejor opción, no sólo para la forma de las palabras, sino para el espíritu de las mismas. Lo corregimos a la par.
En la brevedad del poema está la profundidad.
La idea original era un proyecto expandido, varias ideas ejecutadas en distintos talleres editoriales, con distintos formatos, pero luego pensé que se corría el riesgo de perder la cohesión y el sentido. Uno de los libros iba a ser un ensayo, pero existen ya varios ensayos maravillosos de autoras poderosas como Susy Porter, Rebeca Barquera y Nina Powers. Entonces opté por hacer ejercicios de cómo sería un poema etiqueta, es decir, cómo hago un poema chiquito a partir de una idea enorme y de una reflexión honda y discursiva. Me obligué a trabajar con pocas palabras, palabras importantes.
En tu libro abordas distintos espacios de trabajo y llegas a las rastreadoras, esto invita a pensar en colectividad, donde nada queda fuera del radar.
He descubierto la fuerza que sostiene la colectividad de las mujeres en varias latitudes. No sólo por causas dolorosas como las de las rastreadoras, sino sencillas como el tejido porque es un lenguaje universal que crea lazos afectivos.
Resulta evidente esa colectividad: lecturas, entrevistas, la apropiación y recreación de pensamiento de otras mujeres, la experiencia propia, que forman un tejido complejo.
El proceso sigue en la ejecución y en la lectura de las otras, el libro no acaba de escribirse mientras haya lectoras. Se sigue escribiendo de alguna manera y más cuando es un libro que habla de un lenguaje común y, al mismo tiempo, un lenguaje proscrito de la intelectualidad porque no aborda los temas “importantes” por tradición.
Silvia Rivera dijo: “Cuando escriban, respiren profundo. Es una artesanía, es un gesto de trabajadora. Y cuando lean lo que escribieron, vuelvan a respirar hasta sentir que hay un ritmo. Los textos tienen que aprender a bailar”.
Qué te dicen estas palabras:
Ensartar –máquinas complejas
Ardor –mi mamá
Punzar –la vida
Gesto –el cuerpo
Crayola –infancia
Conjuro –felicidad, brujería, mujer, quiero ser
Etiqueta –reflexión
Trama –mis hermanas, mis amigas, cantar
Estruendo –rayos
Herencia –mi mamá y mi hija
Ojal –algo que no supe hacer.