Amanecer al ritmo de un pedaleo

En esta segunda entrega de la sección “Crónicas en bicicleta”, Nazul Aramayo —director del portal Ruedas Rebeldes— describe la vitalidad que lo acompaña al pedalear, incluso, esa vez que tuvo un accidente.
Aquí, su experiencia personal se entrelaza con reflexiones críticas sobre la cotidianidad y política coahuilense. El autor celebra la resistencia y libertad que da la bicicleta: un vehículo que no distingue edad ni clases sociales, y el cual permite a través de su cadencia armónica, una conexión con el entorno.

Amanecer al ritmo de un pedaleo
Amanecer al ritmo de un pedaleoFoto: Cortesía del autor
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A orillas del Río Bravo, en una hacienda escondida, en la sierra, en los valles industrializados, en la planicie desértica, hay una bicicleta. Aun con todo en contra, una persona pedalea. Lo comprobé: mi cuerpo hizo crack sobre el asfalto, una tarde del 30 de septiembre del año pasado. Me levanté. El brazo izquierdo estaba inmóvil, y con una protuberancia a la altura de la clavícula. Fractura expuesta. Quedé incapacitado por dos meses y mi pensamiento más alegre sólo giraba en torno a regresar, en montarme a estas ruedas rebeldes. Qué buen vicio.

Esta historia no es una lección de autoayuda ni desarrollo humano. Aunque estoy seguro de que a más de uno la bici nos ha salvado de colgar los tenis y cruzar al otro barrio. Las deudas y la familia quizá te enganchen al mañana, pero en bicicleta disfrutas el presente. Me sucedió aquí y en los 38 municipios de Coahuila, que pude recorrer en dos meses con una bicicleta plegable, mientras viajaba cubriendo la campaña política de un aspirante a la gobernatura del estado. Spoiler: para los políticos y empresarios, que se mueven a más de 180 kilómetros por hora en una SUV al igual que sus escoltas, los ciclistas somos seres invisibles.

Siempre me pregunté si las personas que acudían a esos mítines políticos realmente empeñaban alguna esperanza, sobre todo aquéllas que fueron víctimas de abusos policiacos, despojos de tierras, falta de agua y otras tragedias, como ser familiares de mujeres asesinadas y gente desaparecida. Ellas y ellos, ¿sabían que se trataba de un negocio? Y también me pregunté: ¿habrá sido real la amenaza de los guaruras en Parras y por eso sacaron las armas y nos fuimos en caravana por terracería en medio de la noche? Ese día, como en los 60 que duró la campaña, ningún candidato —ni para gobernador ni para diputado— habló sobre la aspiración a ciudades más humanas, en las que usar el coche no sea una necesidad; nadie dijo nada sobre seguridad vial o los cientos de muertes que provocan cada año los choques y atropellamientos, que son al menos 52 en la capital del estado, durante 2022, es decir, una por semana, según la investigación que hicimos en el equipo de Ruedas Rebeldes. Periodismo en bicicleta.

Pero las rilas eran omnipresentes en la campaña: los adultos mayores que se movían en dos ruedas y abarrotaban las plazas públicas donde tenían lugar los eventos políticos, las mamás y los papás que recogían a sus niños de las escuelas, los trabajadores de zonas rurales que agarraban los acotamientos de las carreteras para llegar al jale o a su casa, los vendedores en triciclos, los niños que avanzaban por las calles —quizá aprendiendo independencia y una especie de rebeldía contra el estado de cosas al apersonarse sobre el asfalto—; de Acuña a Piedras Negras, de Saltillo a Torreón, de Ocampo a Monclova, de Sabinas a Múzquiz.

Y todo, bajo las condiciones climáticas más inverosímiles o, al menos, desde el punto de vista de quien sólo se mueve en coche: bajo la lluvia o el solazo, en medio de una tolvanera, entre la neblina, la oscuridad o el resplandor sin fin, ya sea por subidas y bajadas empinadísimas, en caminos rurales o carreteras, bulevares o callecitas atiborradas de baches. Y entonces recuerdo cómo una fisura en el pavimento me mandó al hospital; aunque las indicaciones médicas fueron aguantar al menos cuatro meses sin treparme a la bicicleta, después de 60 días me monté en el sillín y pedaleé con miedo, porque cada irregularidad en la calle me parecía un cráter y cada automóvil, una sentencia de muerte.

Quedé incapacitado por dos meses y mi pensamiento más alegre sólo giraba en torno a regresar, en montarme a estas ruedas rebeldes

Pero imaginemos a Sísifo feliz: todas las personas que entrevisto cuando me las topo rodando en la calle, sonríen cuando les pregunto por qué usan la bicicleta. Es que si las drogas no fueran ricas, nadie se las metería, alguien podría argumentar. Entonces, una obviedad cobra sentido: no estoy solo en esta ruta endemoniada. Alguien más se ha caído, se ha levantado y ha seguido su camino en bicicleta, y cuando llega el frío o la humedad, esa parte rota que duele es el claro recordatorio de que esa persona es más fuerte de lo que pensaba. Quizá es sólo el niño interior que descubre la energía de su cuerpo y supera las fronteras

del barrio.

Lo cierto es que no importa cuántos kilómetros avanzáramos: al finalizar un evento en cualquier municipio, la práctica de soltar feria a los reporteros y camarógrafos de pasquines locales o medios grandes era la constante. Nuevas calles, nuevos perros. Y la misma lengua del trabajo precarizado.

Las esquirlas de hueso se fundieron. La clavícula regresó a su lugar. Llegué a casa una noche después de haber salido semanas atrás en un viaje que inició antes del amanecer, cuando la luz apenas empezaba a dibujar el contorno de las cosas. En el cuarto para medios hay gente que llora la derrota. Se acabó el flujo de efectivo. A 180 kilómetros por hora no puedes sentir el pulso de la oscuridad. Ahora trabajo en una oficina con olor a caño. Entre paredes falsas, espero la hora de salida, cuando el bule-

var principal de Saltillo luce aperrado de coches y transportes de personal. Yo avanzo a un costado. Sé que también otro ciclista de esta tierra coahuilense seguramente está viendo el mismo cielo y, también, tal vez sin pensarlo, percibe el ritmo simultáneo de sus piernas con la transfiguración de los colores.

Nazul Aramayo (Torreón, 1985). Director y cofundador de Ruedas Rebeldes. Periodismo en bicicleta. Reportero, editor y autor de Cantinas que merecen ser amadas y personas que no, La Monalilia y sus estrellas colombianas y Eros díler.