Asalto chido

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Asalto chido
Asalto chidoFoto: shutterstock.com
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Las victorias de los borrachos son siempre pírricas. Pero victorias, al fin y al cabo. Como la de la otra noche.

Mi tocayo y yo salimos de un centro cultural que se encuentra junto a una de las cantinas más chakas del poniente de la ciudad. Nos tomamos unas cuantas cervezas, pero nada que despeinara el hígado de hierro de mi tocayo. Nos trepamos en la troca. Pasaba de la medianoche. Pero era martes, nada escabroso podría pasar. Sin embargo, apenas habíamos recorrido dos cuadras de las 12 que nos separaban de nuestros depas, vivimos en la misma calle, nos marcó el alto lo que en un principio creímos que era una patrulla.

Días antes, el fin de semana, había visto desfilar por una de las avenidas más transitadas del centro a un convoy de la Guardia Nacional. Un par de tanquetas, varios camionetones modificados y un par de patrullas. ¿A poco sí hay tantos malandros peligrosos que combatir?, me pregunté. Parecía un alarde intimidatorio fuera de toda proporción. Si no estamos en Oriente Medio, cabrones. Ya era suficiente con el acoso de los policías municipales. Salir de noche se ha convertido en un deporte extremo. A pie o en coche, la tira te va a detener sin motivo. Pero como ya dije, era martes, y veníamos de un lugar culturoso.

UN CARRO NEGRO se nos emparejó y nos ordenó que nos detuviéramos. No traía placas ni tampoco escudo que los identificara con corporación alguna. Una luz azul y roja destellaba sobre el tablero. Del carro se bajaron cuatro sujetos con pantalones caqui y camisa negra. Ni una sigla en el uniforme. Nada que arrojara una pista de quiénes eran. Un par traía el rostro cubierto por una bandana. El que estaba al mando no se preocupaba por ocultar su identidad.

Nos echaron luz con una linterna y nos ordenaron que bajáramos de la troca. A pesar de lo amenazante que resultaba la situación, había algo de chistoso en toda la escena. Observados bien, estos tipos parecían más una caricatura que alguien a quien deberías tenerle miedo. Un remedo de Juan Garrison. Y a diferencia de la prepotencia de la poli municipal, se conducían con explicita cortesía. Sólo querían que sacáramos la coca. 

Pero no nos dejemos engañar, detrás de esos gestos de amabilidad seguro se esconden sujetos violentos que han torturado a más de uno. Nos preguntaron de dónde veníamos. Al parecer se confundieron y al vernos pasar en la camioneta por la cantina pensaron que habíamos salido de ahí. Era evidente que venadeaban a alguien. Nunca vimos el carro hasta que nos pitaron para que nos detuviéramos. Estaban cazando a alguien.

A ver, cuánto traen pues, nos dijo el que estaba al mando.
Wow, pensé, qué decencia 

DE TODAS LAS VECES que me he topado con la policía ésta era la primera vez que me registraban la cartera. Lo más insólito es que no me quitaron el dinero, una práctica que es muy común entre los municipales según los relatos que he escuchado cuando he tenido la mala suerte de ser inquilino en los separos. No traen coca, nos preguntó por segunda vez el que estaba al mando. Es que toda la gente que sale de ahí trae. Ya me ha tocado. 

Comenzaron a revisar la troca en busca de algo. Con la pinta que me cargo era normal que pensaran que traía droga. Pero estábamos limpios. No nos pusieron contra la pared o el cofre de la troca. Ni nos revisaron la bolsa chiquita del pantalón. Dónde viven, preguntaron. Respondimos que en la Mina, la calle que domina. Como vieron que no traíamos nada, se desilusionaron. Han de haber pensado que éramos un par de puñetas sin güevos para meternos un pase.

A ver, cuánto traen pues, nos dijo el que estaba al mando. Wow, pensé, qué decencia. Qué elegancia la de Francia. Eso ya nunca pasa. Ahora la tira es la que te exige un varote para dejarte ir. No quieren mordidas poquiteras. No se conforman con menos de cuatro mil pesos. Dependiendo. Porque hay unos que hasta te exigen ocho mil. Traemos mil, dijo mi tocayo. A ver pues, préstenlos, dijo el que estaba al mando y nos dejaron ir.

Se me hace que ésos no eran tira, le dije a mi tocayo cuando me dejó en la puerta de mi edificio. Qué iban a ser, me dijo. Son unos güeyes que andan chiveando. Con otros cuatro o cinco cabrones que paren se sacan mil quinientos en una hora. Antes de que alguien les ponga el dedo con los verdaderos polis. No, ps prefiero que me asalten así como estos batos que tratar con los municipales, le dije y me fui a dormir en santa paz.