Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese

FILO LUMINOSO

Los asesinos de la luna
Los asesinos de la lunaFoto: Landmark Media _ Alamy
Por:

La aparente maldición de la tribu de los Osage, al haber sido expulsados de su tierra y condenados a vivir en una zona árida y sin valor en Oklahoma, se revierte con el descubrimiento de petróleo en 1894, que los hace el pueblo más rico per cápita del mundo. La aparente buena fortuna se vuelve una condena más terrible. Los miembros de la nación Osage contratan blancos como servidumbre; éstos se casan con sus mujeres o los asesinan para quitarles derechos, dinero y tierras.

A partir del ensayo de David Grann, Los asesinos de la luna, Martin Scorsese ha dirigido su primer western, una impresionante épica, coescrita con Eric Roth, sobre el asesinato serial de miembros de ese pueblo originario. A sus 81 años, el director neoyorkino impresiona por su intensidad, la visión sinfónica de la puesta en escena, además de que recorre un rango de géneros (thriller policíaco, melodrama psicológico, drama de tribunal, comedia cruel), que se entretejen con una historia de crimen organizado y un relato de desamor en el contexto del poder colonial.

LA HISTORIA COMIENZA el día en el que Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un hombre ambicioso, sumiso, cobarde y no muy brillante, llega a Fairfax, Oklahoma, tras haber sido cocinero durante la Primera Guerra Mundial. Busca a su tío, el rico ganadero que se proclama el mejor amigo de los Osage, William llámame King Hale (Robert De Niro). Más que ofrecerle trabajo, éste le dice a Ernest que lo importante es casarse con una mujer Osage, para apropiarse de sus tierras y bienes. La plática es una radiografía del filme completo, de la duplicidad de los blancos y sus estrategias para despojar a quienes Will define como “un pueblo con un gran corazón, pero enfermizo y condenado a desaparecer”.

Ernest conoce a Mollie Kyle (Lily Gladstone, quien no es Osage sino de ascendencia nimiipuu) y se hace su chofer. Ella se enamora de él, aunque sabe que es un coyote que quiere dinero. Mollie —junto con sus hermanas Minnie (Jillian Dion), Reta (Janae Collins) y Anna (Cara Jade Myers), la rebelde de la familia—, son herederas de su madre, Lizzie Q (Tantoo Cardinal). La mamá y Minnie, como tantos otros Osage, se enferman inexplicablemente de un mal que las debilita (quizá, envenenamiento). Will espera con impaciencia que mueran, para beneficiarse. La complicidad de Ernest va aumentando, al participar en crímenes contra Mollie, sus hermanas y el resto de los Osage. Will consigue insulina para la diabetes de Mollie; es una droga que en la época era difícil de obtener. Sin embargo, hace que se la suministren con algo más, que la mata poco a poco. Ernest entiende lo que está sucediendo pero acepta la decisión de ella, de que ser él quien le suministre las inyecciones para responsabilizarlo. Inyectarse a sí mismo un poco de esa medicina es un pequeño sacrificio que hace, para expiar sus crímenes.

DiCaprio sobresale al exhibir, por debajo de su ambición y obediencia, un mosaico de culpa, agonía y duplicidad

La tragedia de los Osage en este reino del terror va desde el envenenamiento lento hasta balaceras y dinamita, al tiempo que los indios luchan contra sus propios fantasmas: culpas, traición de sus costumbres, más diabetes, alcoholismo, obesidad y depresión, padecimientos causados por su nueva forma de vida. En su inagotable racismo, el gobierno federal controla a los Osage al declararlos incompetentes e imponerles un sistema de guardianes, con el cual necesitan un cosignatario blanco para acceder a su dinero. En los informativos de la época esta reservación es vista con una mezcla de sorpresa, envidia y burla. Como si fuera un mundo al revés, los indios tienen joyas, autos lujosos y sirvientes blancos, pero esto es un velo sobre la explotación de los pueblos originarios, sometidos al orden legaloide colonial, ya que su riqueza no se traduce en poder, sino en vulnerabilidad y dependencia. Ernest representa a los saqueadores blancos. No tiene oficio ni deseos de trabajar, le gusta el whisky, las mujeres y, sobre todo, el dinero. La historia pone el foco en la criminalidad de William, pero para matar y robar a los Osage cuenta con ayuda de asesinos, ladrones, médicos, enterradores, policías, aseguradoras y agentes del gobierno.

SCORSESE PROPONE UN CONTRAPUNTO entre la eliminación masiva y sistemática de los Osage, con la masacre racial de Tulsa de 1921, en la que cientos de ciudadanos negros fueron asesinados con la complicidad del estado. Cuando el escándalo explota, Washington envía agentes federales del recién formado Bureau of Investigation (que luego se volvería el FBI), bajo las órdenes del agente Tom White (Jesse Plemons), comisionado por J. Edgar Hoover, para imponer justicia, aunque también como una estrategia de control federal sobre la nación Osage.

Los asesinos de la luna es un prodigio formal, que echa mano de pietaje histórico al inicio y culmina con una versión radiofónica de época, que pone en evidencia la perspectiva blanca de los crímenes, al mostrar los prejuicios y el uso comercial de la tragedia. Scorsese aparece en la dramatización como un reflejo caricaturesco de su propia postura, al contar un relato que no le pertenece. Al recrear de forma minuciosa la historia y ofrecer fidelidad del retrato de una época y un mundo, el cineasta se debe a consultores, trabajadores y actores de ese pueblo, cuyo punto de vista se comprometió a presentar. La edición, como siempre, de Thelma Shoonmaker, establece ritmos asombrosos, cargados de pasión, amargura y cierto humor. La fotografía de Rodrigo Prieto es apabullante, desde su manera de capturar la inmensidad de las planicies, el desconsuelo de la explotación, la corrosiva intimidad y la sutileza de las expresiones faciales. El reparto es superestelar, como siempre en el cine del autor, pero en esta ocasión la pirotecnia que provocan De Niro, DiCaprio, John Lithgow y Brendan Fraser no hace sombra a la soberbia actuación de Gladstone y la manera en que muestra su enorme dignidad y humanidad, así como la tragedia inescapable en que vive, a pesar de la ilusión de su riqueza, de la prisión de su cuerpo enfermo y el punzante desamor. DiCaprio sobresale al exhibir, por debajo de su ambición y obediencia, un complejo mosaico de culpa, agonía y duplicidad.

Encasillar a Scorsese es inútil y absurdo. Su talento es expansivo, vital y siempre se renueva. Creer que es un director de cine masculino o que sólo hace cintas de mafiosos es ignorar docenas de obras diversas, que nada tienen que ver con esas temáticas, como Kundun, Silencio, Alice ya no vive aquí o La edad de la inocencia, entre muchas otras. Por momentos, en esta nueva cinta podemos sentir el caos y la intensidad de Pandillas de Nueva York, pero eso convive con momentos de desgarradora denuncia, así como con celebraciones y evocaciones a sucesos y personajes determinantes de la historia.

La pasión de Scorsese es el cine y eso lo lleva a rendirle homenaje en cada película, reinventándolo y evitando fórmulas o recursos probados. Somos muy afortunados de contar en estos tiempos con un artista y activista fílmico infatigable, como él.