Bruno Estañol: literatura y ciencia

Dedicarse a una disciplina artística representa, en alguna medida, un privilegio y una condena. Lo que prima no es el interés por ganar fama o dinero, sino la necesidad irrenunciable de gestar una obra. Creador de novelas, cuentos y ensayos, Bruño Estañol lo expresa de esta manera: “La literatura es una manera de vivir más intensamente... acaso con el afán de ganar experiencias para poderlas contar”. Juan Domingo Argüelles revisa la visión sobre el oficio de las letras de este neurólogo eminente que se reconoce más bien como escritor.

Bruno Estañol (1945).
Bruno Estañol (1945).Foto: Archivo del autor
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Si, atendiendo a su educación sentimental, todos los hombres son románticos, como asegura el axioma, Bruno Estañol lo es y no precisamente a su pesar. Ser es-critor y científico o científico y escri-tor (el orden de los factores sí altera el producto) es como sobrellevar dos vocaciones excluyentes, aunque no tanto si pensamos que Chéjov fue un excelente escritor que practicó la medicina y, además, tomó de esta experiencia elementos significativos para su creación literaria. “Médico, enfermo, melancólico y escritor de genio”, lo llama Estañol en su libro El teatro de la mente, pero, pese al orden de la enumeración, él no privilegia al médico, sino al genio y, para efectos de definir mejor a ese genio literario, ubica incluso al enfermo y al melancólico por encima del médico.

No debería ser extraño que un médico que es escritor o un escritor que es médico proceda así. Sabe lo que dice, por ciencia y por experiencia. Estañol es un eminente neurólogo, pero además es un espléndido escritor, y él mismo ha dicho que prefiere que lo recuerden más como escritor que como neurólogo. Es cuando entendemos por qué uno de sus libros de ensayos literarios y reflexiones sobre ciencia y literatura lleva por irónico título La vocación condenada, que invariablemente nos tienta a invertirlo: la condenada vocación que es, sin duda, la literatura, pues condena a quien la posee porque la visita de la musa, aunque haya quienes la quieran barata o en rebaja, nunca es gratuita.

Bruno Estañol (Frontera, Tabasco, 1945)1 es autor de novelas y cuentos en los que la fantasía y, especialmente, lo fantástico, vencen siempre a la ciencia, pues nos muestran que un libro de literatura fantástica es una puerta a otro mundo, no sabemos si paralelo a éste que vivimos, gozamos y sufrimos todos los días, pero sí semejante a los sueños que, de todas las cosas, es la más parecida a la invención literaria.

Los grandes escritores nunca han escrito libros para enriquecerse. La recompensa crematística no es, jamás, en el gran escritor, una recompensa primordial

Los maestros de atípico escri-tor mexicano (Chéjov, Kafka, Conrad y Borges) tratan de atrapar sus sueños en la escritura, ésos que dejan en el soñador, al despertar, sólo una leve huella en su memoria, pero con la cual pueden reconstruir ese teatro sobre el viento armado, que “sombras suele vestir de bulto bello”, como lo dijo, inmejorablemente, Luis de Góngora. Tal es el teatro de la mente; ese teatro que sólo puede armarse sobre el viento, suspenso en el vacío, en la otra vida: la de la ficción. (Para los fans de las armas y de la artillería, de oídos sordos y poco entendidos, habrá que aclararles que no es el viento el que toma las armas, sino que es el teatro cuyas estructuras el escritor y soñador construye, arma, sobre el viento. Que algunos piensen que el viento sopla armado, tal vez con metralletas, es por su inopia de espíritu; ni siquiera es culpa de la sintaxis gongorina, sino de la ignorancia en el leer y en el soñar).

Bruno Estañol, autor de las novelas Fata Morgana, El féretro de cristal, La barca de oro, La conjetura de Euler y El ajedrecista de la Ciudadela, y de los volúmenes de cuentos Ni el reino de otro mundo, La esposa de Martin Butchell, Passiflora Incarnata, La cola del diablo y Tiempo es sólo un día, sabe que la literatura, más que la ciencia, es una condenación. Nada exige más que la literatura y nada hay más inútil que ella, pero, a la vez, y como paradoja complementaria, nada más necesario, aunque superfluo.

Los condenados a escribir son como los galeotes sentenciados a remar hasta la extenuación y más allá de ella. Karl Marx utilizó un símil que es, a la vez, una metáfora singular para referirse a John Milton. Escribió: “Milton produjo el Paraíso perdido por el mismo motivo por el que un gusano de seda produce seda”.2 Nunca debe sorprendernos el hecho de que Marx, gran lector, haya comprendido mucho mejor que todos los marxistas juntos la vocación y la condena del escritor.

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Un escritor no puede sino producir escritura, esto es, letras, literatura, un fluido tan fuerte y fino como la seda, producto de un trabajo especializado que prácticamente no es trabajo puesto que, con sus excepciones, los grandes escritores nunca han escrito libros para enriquecerse monetariamente. La recompensa crematística no es, jamás, en el genio y en el gran escritor, una recompensa primordial. Lo primordial es escribir; la publicación y el dinero (si es que los hay) vienen después. Marx documenta que, ya escrito el Paraíso perdido (y no antes, porque no fue un encargo), Milton vendió su seda en cinco míseras libras esterlinas. Hay autores, por supuesto, que escriben animados por el dinero, pero no son jamás ni siquiera los modestos escritores a quienes los anima su propia naturaleza similar a la del gusano de seda. Se trata de otro tipo de no-escritores que, sin embargo, publican libros a destajo.

En La mente del escritor, otro de sus libros ensayísticos, Bruno Estañol advierte qué es lo más importante de la vocación literaria:

... La literatura no es sólo una profesión o una vocación libremente elegida entre todas sino, y sobre todo, una manera de vivir. Una forma personal de vivir. El escritor de ficción vive para contar sus historias y cuenta sus historias para vivir. El escritor, como lo quería Pavese, tiene la esperanza de que exista un arte de vivir, así como existe un arte de escribir. A veces quiere vivir más intensamente que otros, acaso con el afán de poder ganar experiencias para poderlas contar.3

Desde el primer ensayo de La vocación condenada, cuyo anticartesiano título es “De la ignorancia como método”, sabe, por experiencia propia y por el estudio de los grandes escritores (y aquí hace acto de presencia su saber y su sabiduría sobre el conocimiento de la mente) que la actividad creativa es, como lo supo Kafka, una condena que, al igual que la locura, es irrenunciable. A decir de Bruno Estañol, todos estamos más o menos locos, pero hay algunos que lo disimulan mejor, y no son por cierto los escritores.

Tal como advirtió Marx, en relación con Milton, éste no tenía elección posible: debía secretar escritura tal como el gusano especializado secreta seda. Algunos se vuelven ricos no sólo con la seda de los gusanos, sino también con su propio fluido escritural, pero esto es secundario y, además, poco habitual. La mayor parte de los grandes escritores vive en la locura y muere en la miseria. En general, quienes triunfan en el teatro estable de la vida, armado sobre sólidos soportes de bien cimentadas relaciones públicas, producen una imitación de la seda y se hacen ricos, pero esa seda falsa es la parte desechable de su existencia, no la parte vital de su vocación.

Por el contrario, quienes viven para la condenada vocación o para la vocación condenada, pagan siempre por ello un alto precio que nada tiene que ver con los bienes materiales. Viéndose a sí mismo y luego de estudiar a sus grandes maestros, Bruno Estañol alcanza tan sólo una certidumbre:

Bruno Estañol alcanza sólo una certidumbre: la creatividad significa aceptar la ignorancia y el misterio del mundo, y una vocación que no sabemos si nos dará las respuestas

... [que] la creatividad significa aceptar la ignorancia y el misterio del mundo, y también una vocación que no sabemos si nos dará las respuestas. Pocos pueden aceptar la ignorancia y la incertidumbre como método. Sin embargo, la historia ha demostrado que bien vale la pena. Para crear es necesario aceptar el no saber y, sobre todo, aceptar la posibilidad de que nunca se sabrá. El én-fasis de la educación moderna en saber responder la pregunta correcta tal vez deba ser cambiado por el de saber generar preguntas nuevas.4

Jean Rostand preconizó: “Antes de soñar es necesario saber”. Estañol, el escritor y el científico, lo refuta: “Antes de saber, soñar”. Muchos de nuestros sueños nos enseñarán algún saber, explorando en las profundidades de nuestro ego y del ego de los demás, pero ningún saber nos enseña a soñar y, más aún, ningún saber nos enseña nada de los sueños que no sean especulaciones sobre lo onírico, llamadas por Freud “psicoanalíticas”. Sin proponérselo, en La interpretación de los sueños Freud escribió un voluminoso libro de las fantasías, y fantasmagorías, no  de un fumador o comedor de opio, como De Quincey, sino de un adicto al tabaco, la cocaína y la morfina; las fantasías, por cierto, de un neurólogo con fobias y supersticiones, más dado a la ficción que a la ciencia misma. No es por nada que Stefan Zweig, infructuosamente, hizo todo cuanto pudo para que al autor de Tótem y tabú se le concediera el Premio Nobel de Literatura, pues Freud fue, sobre todo, un escritor (sus cartas de amor son maravillosas). Quienes le otorgaron en 1930 el Premio Goethe sabían lo que hacían.

La creación literaria de Bruno Estañol incluye, por supuesto, y en gran medida, sus libros de ensayos literarios y sus reflexiones sobre la creatividad científica y artística. Pero debemos prestarle mucha atención a su ficción, a los cuentos y novelas de un rara avis en las letras mexicanas. Su obra literaria en estos géneros es una de las más originales y muy superior a las de algunos que triunfan apoteósicamente en un fin de semana o de aquellos que, con un cuento regular, han edificado su larga fama y han abierto sus alforjas para recibir los premios y las distinciones que se conceden por trayectoria.

Él mismo lo ha dicho más de una vez y no por pretensión, sino por simple sinceridad: “He sido un pésimo difundidor de mi obra”. Otros, en cambio, han sido muy diestros y ambidiestros para difundir las suyas; en lo que han sido pésimos es en su escritura. Es claro que cuando se destina demasiado tiempo a pregonar la mercancía, queda muy poco para cuidar su calidad.

Por ello creo que, en el fondo, Bruno Estañol no lamenta ser tan mal difundidor de su obra.

El escritor “no profesional”, entendido como aquel que no forma parte del gremio literario dominante, sino que se desenvuelve en otro ámbito (por ejemplo, el médico y el científico en general), aquel que escribe porque le resulta imposible no hacerlo, aquel condenado por su vocación de hipergrafía incurable, llega a pensar con espíritu liberal y hasta magnánimo que todos los escritores viven para la literatura, del mismo modo que todos los hombres son románticos.

Ésta es una creencia muy generosa que Kafka, el empleado de seguros, también llegó a tener hasta que sus obras fueron rechazadas por los editores y las pocas que publicó no tuvieron eco alguno. De no ser por Max Brod, Kafka ni siquiera existiría. Hay otro caso aún más aleccionador: el del príncipe de Lampedusa, autor de una novela única y magistral, El Gatopardo, publicada póstumamente, así como de unos muy bellos cuentos, una breve autobiografía y un delicioso ensayo sobre Stendhal. No era Giuseppe Tomasi di Lampedusa un “escritor profesional”; era como el gusano de seda cuya naturaleza encomia Marx. Por ello, hay una ventaja en escribir desde la marginalidad del medio literario dominante. No se escribe pensando en agradar a un público ni a un mercado. Los grandes escritores han sido siempre así, y como nos lo revelara Witold Gombrowicz, “los otros son profesionales que escriben cuatro libros al año y publican cosas horribles”.5

Los hombres de ciencia, los ociosos y aristócratas, los presos, los locos pueden ser excelentes escritores de raza, ya que no de “profesión” (“la profesión de escritor no existe”, dijo Gombrowicz), y todos ellos confirmarán siempre lo dicho por Oscar Wilde: “El hecho de que un hombre sea un envenenador [o un santo] no nos dice nada de su prosa”.6 Bruno Estañol sabe lo propio, por ciencia y por experiencia: “También los locos pueden escribir libros sobre cuerdos”.7

Notas

1 El 21 de noviembre de 2021, a las 12:00 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, la Dirección de Literatura del INBA le hizo un reconocimiento, con motivo de sus 75 años, cumplidos el 28 de mayo de 2020 en confinamiento pandémico.

2 “El empleo del trabajo artístico en la sociedad capitalista”, en Marx y Engels, Escritos sobre arte, Ediciones Futura, Buenos Aires, 1976, p. 187.

3 Bruno Estañol, La mente del escritor y otros ensayos sobre la creatividad científica y artística, Cal y arena / Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, México, 2011, p. 15.

4 Bruno Estañol, La vocación condenada, UNAM, México, 2000, p. 15.

5 Witold Gombrowicz, Autobiografía sucinta, textos y entrevistas, traducción de Javier Fernández de Castro, Anagrama, Barcelona, 1972, p. 71.

6 Oscar Wilde, El arte del ingenio. Epigramas, traducción de Beatriz Torreblanca, Valdemar, Madrid, 1995, p. 181.

7 Bruno Estañol, El teatro de la mente, Cal y arena, México, 2018, p. 16.