Celebración de Stephen Vizinczey

“Nunca más he tratado de desflorar a una virgen, ni me ha pasado por la imaginación casarme con una de ellas.
Puedo haber hecho muchas cosas, pero me he mantenido alejado de las puras. A ellas les asustan
las consecuencias; a mí me aterran los preliminares”, confiesa András Vadja, protagonista de En brazos
de la mujer madura. Su autor, el húngaro Stephen Vizinczey, fallecido recientemente, mantuvo durante veinticinco
años una correspondencia amistosa con el escritor mexicano Juan Domingo Argüelles, quien lo rememora aquí.

Stephen Vizinczey (1933-2021).
Stephen Vizinczey (1933-2021).Fuente: amazon.com
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El 18 de agosto, a los 88 años, en Londres, murió el novelista húngaro Stephen Vizinczey (1933-2021), autor de En brazos de la mujer madura (1965), Un millonario inocente (1983) y El hombre del toque mágico (1994), novela con la que no quedó satisfecho y, por ello, se dedicó a perfeccionar en el último tramo de su vida, bajo el título If Only, que publicó en 2016. Fue también un lúcido crítico y ensayista, autor de The Rules of Chaos (1969) y, sobre todo, de su obra ya clásica en este género, Verdad y mentiras en la literatura (1986), cuya edición revisada y aumentada publicó en 2001.

En octubre de 2020 había muerto su querida esposa, Gloria Fisher, quien solía revisar sus manuscritos en inglés. Los vi dos veces. En México, el 18 de junio de 1992, cuando los conocí, y luego en 2006, en Londres (recorrimos la Galería Nacional). A pesar de habernos visto únicamente dos veces, tuvimos una amistad epistolar de 25 años. Admiro su literatura, pero también su insobornable búsqueda de libertad.

En el famoso decálogo que prologa Verdad y mentiras en la literatura (“Los diez mandamientos de un escritor”), refiere sus inicios, cuando abandonó Hungría y llegó a Canadá:

A la edad de 24 años, tras la derrota de la Revolución húngara, me encontré en Canadá con unas cincuenta palabras de inglés. Cuando me di cuenta de que era un escritor sin una lengua, subí en ascensor al último piso de un alto edificio de Dorchester Street en Montreal, con la intención de arrojarme al vacío. Al mirar hacia abajo desde la azotea, con terror ante la idea de morirme, pero todavía más de romperme la columna vertebral y pasar el resto de mi vida en una silla de ruedas decidí tratar de convertirme en un escritor inglés. Al final, aprender a escribir en otra lengua fue menos difícil que escribir algo bueno y viví durante seis años al borde de la miseria antes de estar listo para escribir En brazos de la mujer madura.1

Efectivamente, al igual que Joseph Conrad, Vizinczey adoptó el inglés como su lengua literaria, y su novela inaugural fue exitosa en Europa, aunque no en Estados Unidos, un long seller que, cuando se redescubrió en Francia, en 2001 (Éloge des femmes mûres), llegó a vender, en menos de tres años, más de treinta reimpresiones. Fue traducida a varias lenguas y ello contribuyó a su fama literaria que aceptaba con orgullo íntimo, pero no con vanidad, pues uno de los mandamientos de su decálogo es “no serás vanidoso”, explicando el porqué: “Dejé de tomarme en serio a la edad de veintisiete años y desde entonces me he considerado sencillamente materia prima. Me utilizo del mismo modo que se utiliza a sí mismo un actor: todos mis personajes —hombres y mujeres, buenos y malos— están hechos de mí mismo más la observación”.2

En esta convicción flaubertiana fue intransigente, lo mismo que el ermitaño francés, pero, a diferencia de él, que cedió a la tentación de la gran vida pública al final de sus días, Vizinczey se mantuvo firme en su divisa. En cuanto a su “método literario” llegó a decir: “No busco temas: cualquier cosa en la que no pueda dejar de pensar es mi tema”.

Fue difícil de complacer y se rebeló contra “un mundo lleno de farsantes” (así definidos por él), incluidos muchos escritores y críti-cos, y millones de lectores. Para él, “un escritor debe ser dirigido por sus obsesiones sin hacer caso de modas cambiantes e ideologías populares”. Sus grandes admiraciones como lector y como escritor, sus modelos, fueron Balzac, Stendhal, Kleist y Shakespeare. Todos sus libros constituyen un cuestionamiento del poder y, más aún, del poder absoluto. Por ello, en El hombre del toque mágico (después If Only), el personaje que tiene el poder de castigar la maldad, antes de ser corrompido por él, abandona este mundo hacia un astro mejor.

NACIÓ EN KÁLOZ, Hungría, y participó en la Revolución húngara de 1956 contra el régimen comunista que había prohibido las obras de teatro con las que inició su vocación literaria. Salvo un premio en Italia, no obtuvo prácticamente ningún reconocimiento de los ámbitos literario y editorial contra los cuales fue lapidario. No es casual que al final de su vida haya decidido autoeditarse (If Only), a pesar de haber conocido el éxito y de vender más de siete millones de ejemplares.

Consideró la “crítica literaria” como “la política de la literatura” y esto no se lo perdonaron los críticos. En “El poder de la crítica literaria” refirió la siguiente anécdota que involucra ni más ni menos que a Edmund Wilson:

Mientras En brazos de la mujer madura obtenía en Nueva York silencio e injurias (y los estadunidenses apenas leen nada que no haya recibido la bendición de Nueva York) recibí una llamada del Gran Pope de las letras estadounidenses, Edmund Wilson, quien me telefoneó para decirme cuánto le gustaba la novela. Le pedí que lo dijera públicamente, pero se rehusó. Me sorprendió que Wilson quisiera felicitarme “en secreto”, pero esto me dio una idea de los críticos y lectores que desde entonces he venido verificando: si su reacción ante una novela difiere de la opinión aceptada y es probable que despierte desaprobación u hostilidad, la mayoría de ellos se guardan la opinión para sí mismos.3

Escribo estos párrafos no como un obituario, sino como una celebración de mi admirado y querido Stephen Vizinczey que incluso en su muerte fue discreto. Lo último que le agradecí fue el envío de If Only, en junio de 2016 (24 años después de nuestro primer encuentro), en cuyo capítulo tres de la primera parte me hace un guiño cariñoso al bautizar a un cometa con el nombre de mi hija (“Comet Claudina”), “astrónoma amateur mexicana que lo descubrió en 2005”,4 escribe. Siempre supo consentir el amor para la intimidad de quien lo sabe, aunque para los demás sea únicamente literatura.

Notas

1 Stephen Vizinczey, Verdad y mentiras en la literatura, edición revisada y aumentada, traducción de Pilar Girlat Gorina, Seix Barral, Barcelona, 2001, pp. 9, 10.

2 Ibidem, p. 11

3 Ibidem, p. 184.

4 Stephen Vizinczey, If Only, The Happy Few, London, 2016.