Cinco estampas para Leonard Cohen

Cinco estampas para Leonard Cohen
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El zen

del poeta canadiense

En medio de la discusión sobre la poesía de Bob Dylan, que camina de la mano con la música, la muerte de Leonard Cohen nos recuerda que la palabra es a la música lo que el pájaro al cable.

Novelista y poeta en los años cincuenta, antes de convertirse en compositor y cantante en los sesenta, cuando Cohen, ese genio con voz barítona de seda que actuaba en tres dimensiones de la palabra recibió el Premio Príncipe de Asturias, contó un cuento breve en el que reveló al mundo su gran secreto creativo, descubrió públicamente el espíritu que animaba su música desde que aprendió a tocar la guitarra: el guitarrista español de flamenco que conoció en un parque de Montreal, quien le enseñó a tocar seis acordes en dos lecciones, no llegó a la tercera clase porque se suicidó.

Así se entiende en plenitud una canción perfecta como “The Partisan”. Y el nombre de su hija, Lorca Cohen. La guitarra, inconfundiblemente flamenca. ¿Qué hacía un español en Canadá en 1962, viviendo solo y anónimo en una pensión, tocando la guitarra en un parque para sobrevivir, antes de quitarse la vida? La respuesta está en “The Partisan”, de 1969, una canción que habla también, como ninguna otra, por los millones de personas que hoy son migrantes, refugiados, desplazados y perseguidos por las causas y horrores más inverosímiles de la humanidad —terriblemente actual ante el demente presidente electo de Estados Unidos y sus amenazas.

Cohen y sus canciones siempre enarbolaron el amor y la libertad, a sabiendas de que nadie podrá salvarnos de nuestra condición humana. Sólo así se puede explicar su tragedia final y la manera de enfrentarla. Se retiró de la vida pública, de la música y de las letras, para internarse en un monasterio budista. Siempre minimalista. Años después tuvo que salir gracias a la maldad de Kelley Lynch, su manager y amante entre 1987 y 2004, culpable de robarle más de cinco millones de dólares, difamarlo y acosarlo. Literalmente, Songs of Love and Hate. Su deuda alcanzó los 9 millones y el poeta se la llevó a la tumba.

Lo sorprendente es que a los 77 años, endeudado y enfermo de cáncer, Cohen empezó otra vez. Salió de gira, diez años más veterano que los Rolling Stones. El valiente murió luchando, montado en la música, como un hermoso perdedor.

—Rogelio Garza

Una mirada

a la oscuridad

Muchos de los que nacimos a fines de

la década de los setenta o a principios de la de los ochenta descubrimos a Leonard Cohen gracias a las tres canciones de su autoría que aparecen en la banda sonora de Natural Born Killers. Todas ellas pertenecen al álbum The Future, de 1992, uno de los más oscuros e inquietantes de su autor, y en colaboración con las imágenes de la película ofrecen un paisaje terrible del final del siglo XX. Así, tanto “Waiting For the Miracle” como “The Future” y “Anthem” perturban todavía el espacio mental ensamblado con los sonidos y la música a los que vuelvo inevitablemente. “Devuélveme mi noche en pedazos, mi cuarto lleno de espejos, mi vida secreta; estoy solo acá, no queda a quien torturar. Dame crack y sexo anal, toma el último árbol todavía en pie y mételo por el agujero en tu cultura.” Hay que ponerse de pie cuando se lee algo así, pero en ese mundo podrido donde nada tiene remedio y todo está hecho pedazos, la luz se abre camino por las fisuras, como escuchamos en “Anthem”. Había más para descifrar: por algo Cohen aparecía en la letra de la mejor canción de In Utero (ese concentrado de tristeza que se enquistó en mi generación), donde Cobain pedía un más allá en el que suspirar eternamente. En fin, era algo que entendías. Y si no, problema tuyo.

Años más tarde descubrí Beautiful Losers, esa hermosa novela que

Cohen publicó en 1966, y sentí que no podía postergar la exploración de la obra completa. Cosa que fui haciendo, de a poco, con lenta reverencia. Ahora resulta que Cohen murió, y no puedo dejar de pensar en su último álbum, You Want It Darker, que parece mirar hacia la oscuridad de esas canciones de The Future y decirnos: “Bueno, pero esto no es nada. ¿Quieren algo más oscuro? Pues acá está”. Y es el disco de un moribundo, una obra tardía y siniestra. “Estoy listo, Señor”, se escucha en la primera de sus canciones, y yo pienso en Bowie, que también murió este año, que también grabó su disco más oscuro con la muerte respirándole en la nuca. Dos obras maestras, dos finales perfectos para el recorrido de esos artistas que siempre volverán a interpelarnos.

—Ramiro Sanchiz

El monje silencioso

que lo dijo todo

No puedo describir a Leonard Cohen con palabras. Para el día de hoy se ha hablado ya de su historia, su voz, su poesía, pero esos son datos. ¿Quién podría explicar lo que se experimenta al escuchar, al leer a Cohen? Habría que inventar un planeta con seres vivos completamente vacíos, vírgenes, transparentes y llevar la voz y la poesía de Cohen para que estos conocieran los conceptos de amor, sexo, deseo, visión, divinidad, violencia, política, nostalgia, perdón, espiritualidad, silencio, dolor, dignidad, humildad, inteligencia, ironía: todo lo que nos da la obra de Cohen y que escrito aquí, es sólo un conjunto de palabras.

Este año negro para la música trajo la muerte de tres genios: Bowie, Prince y ahora Leonard Cohen. Ninguna me ha dolido como la de este último. ¿Por qué nos duele la muerte de un “desconocido”? Justamente porque no lo es del todo, porque Cohen, para mí, fue un maestro, un consuelo, una confrontación. Él me dio las herramientas para crear mi propia identidad. Y no logro escribir mi propio homenaje.

Cómo puedo compartir lo que fue la noche de la lluvia en Tepoztlán en la que Robles, Brenda y yo bailábamos como pendejos “Take this Waltz”. Cómo describir lo que era ver a Abel Membrillo recitando textos de The Book of

Mercy con una máscara y después bailar con él “I’m Your Man” y escuchar versiones country de “Chelsea Hotel” tomando vodka de naranja hasta las seis de la mañana. Y cómo lo que yo sentí al escuchar “Songs From a Room” la noche en que murió Abel. Cómo explicar la ternura que despertó en mi mamá el día que, estando triste, se soltó a llorar cuando le puse “Hallelujah”, y se secaba las lágrimas con un trapo sucio porque no había Kleenex a la mano. Y la mirada del cajero del Oxxo que me vio llorando como idiota cuando me acababa de enterar que Leonard Cohen había muerto y

necesitaba urgentemente un paquete de cigarros.

Si las palabras alcanzaran para hablar de Leonard Cohen sería porque el mundo entero se ha quedado callado.

—Mariana H.

Leonard Cohen

y México

Existe una postal que le ha dado la vuelta al mundo. Un Leonard Cohen octogenario abraza tres bolsas de Cheetos en el pasillo de un minisúper. Esta imagen nos remite a otra, del mismo Leonard sosteniendo un plátano en su mano derecha en la portada de I’m Your Man. Observar la foto de Cohen de traje sosteniendo la comida chatarra me llenó de esperanza. Por fin va a venir a tocar a México, me dije.

Cohen no visitó nuestro país por tres razones. La primera, por la prohibición post-Avándaro de los conciertos de rock en México. La segunda, porque durante los noventas, cuando las presentaciones de bandas y músicos comenzaron a ser moneda corriente en el territorio nacional, Cohen comenzó a entrar y salir de un monasterio budista. Se le habían pasado las cucharadas grueso. Para combatir su alcoholismo renunció a la vida mundana. Y si su manager no lo hubiera robado y nunca hubiera caído en bancarrota, muy probablemente Leonard hubiera seguido enclaustrado. Lo cual hubiera sido una tragedia para todos. Nos habríamos perdido de El libro del anhelo y de Popular Problems y You Want it Darker. La tercera razón fue la guerra vs. el narco.

Como gobernadora de Zacatecas, Amalia García quiso traer a Cohen para que ofreciera un concierto gratuito en la Plaza de Armas, como antes había sucedido con Bob Dylan. Cohen no se rehusó. Pero su manager sí: no aceptó la invitación debido a la violencia que se desprendía en la zona, causada por la guerra vs. el narco. Zacatecas estaba tomada por los zetas. Y la negociación se cayó. Fue lo más cerca que estuvimos de recibir a Leonard en nuestro país en esa época. El poeta estaba tocado. Su anterior manejador lo había estafado. Y consideró prudente apegarse a la recomendación de su nuevo representante.

Cuando Old Ideas salió a la venta, latía la posibilidad de que Leonard incluyera a México en su gira. Con Popular Problems sucedió lo mismo.

Entonces apareció el affaire con los Cheetos. Y el humor de la foto nos hizo pensar que Cohen, más allá del bien y el mal, por fin reuniría el cinismo del que siempre ha sido abanderado para pisar México. Y con You Want it Darker el momento había llegado. Pero entonces la muerte se interpuso.

Neil Young acaba de cumplir 71 años. Hace menos de diez años sufrió un accidente cardiovascular, del cual se repuso. Recemos porque no ocurra lo mismo que con Cohen. Ojalá y venga a México pronto.

—Carlos Velázquez

No estaba

esperando el milagro

En 1987, Leonard Cohen atraviesa un momento de crisis. La grabación de su noveno álbum se detiene en un par de ocasiones y el momento más álgido sucede cuando el cantante no puede más y la voz se niega a salir de su garganta. I’m Your Man había sido concebido como un disco religioso, con canciones que fueran el resultado de una búsqueda espiritual. “I Can’t Forget” era una canción judía que en principio trataba sobre el éxodo de niños hebreos de Egipto. Quien la haya escuchado notará que Cohen está parado en un desierto sin duda gringo, y en una búsqueda personal más que cultural.

“I can’t forget but I don’t remember what [...] I can’t forget but I don’t remember who”, canta mientras fuma un cigarro y siente que no es él.

Las palabras no salen de su boca, no puede moverse ni levantar el teléfono y el disco no avanza. Tiene una canción que no considera mala y se llama “Waiting for the Miracle”, pero el problema es que en ese momento, a sus 55 años, lo que busca no es un milagro, y la falsedad es algo que no se puede permitir (“Ésa es la pregunta que me hago en cierto momento acerca de todo mi material: ¿es auténtico? No importa si es una metáfora afortunada o no, lo que importa es si refleja con honestidad mi predicamento”). Entonces una amiga le cuenta un par de sueños. Primero: “Soñé que era tú y el dolor era tan intenso que me desperté porque no lo aguantaba”. El segundo sueño lo tiene el padre de ella, el señor atraviesa por un bache depresivo pero un día despierta activo y contento. “Soñé con tu amigo Leonard Cohen. Ya no tengo que preocuparme, pues Leonard está recogiendo las piedras”. Leonard estaba visitando gente en sus sueños y siendo útil para sus existencias. El conocimiento de este hecho rompió el hechizo y regresó al estudio para, entre otras cosas, cambiarle el nombre a “Waiting for the Miracle”, que desde ese momento pasó a llamarse “Everybody Knows”.

El milagro ocurrió.

—Jorge Flores Oliver, Blumpi