La exactitud de la risa

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La exactitud de la risa
La exactitud de la risaFuente: fineartamerica.com
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¿Quién no ha confundido al que ríe con el que llora?, pregunta Francisco González-Crussí en sus ensayos sobre la grandeza y miseria del cuerpo humano. Hace un par de años, abrí la puerta de mi consultorio y encontré a la señora N. M., quien se comportaba según las palabras de González-Crussí (descripción que corresponde, por igual, a la risa y el llanto): en las dos cambia extrañamente el sonido, como si la laringe vibrara durante una inspiración profunda, seguida de movimientos cortos, sacádicos y espasmódicos. En ambas la cara se cubre de rubor y lo más notable, en las dos, las lágrimas pueden correr.

Me acerqué al asiento de esa mujer de mediana edad, agitada por la emoción.

—¿Por qué llora? —le pregunté.

—Es que no lloro —dijo—. ¡Me estoy riendo! Desde hace meses no puedo dejar de reír.

La semiología neurológica de los neuropsiquiatras europeos encontró nombres dispares para los fenómenos de esta naturaleza: afecto pseudobulbar, risa y llanto patológico, afecto patológico, incontinencia afectiva. Hoy, un científico anglosajón le llama trastorno de la expresión emocional involuntaria. ¿Qué significa todo esto? Existen condiciones clínicas en las cuales el aspecto subjetivo de las emociones (es decir, los sentimientos) ha quedado disociado de su expresión: la risa o el llanto. La persona ríe sin alegría. O llora sin tristeza.

EN EL CASO de mi paciente, había una malformación de los vasos sanguíneos de su tallo encefálico. Un día perdió el conocimiento y cayó en estado de coma: la malformación había sangrado. Cuando el sangrado se reabsorbió, la señora N. M. recuperó el estado de consciencia. Desde entonces intentaba hacer una vida tranquila, con muchos cuidados, pero el mayor obstáculo era su incapacidad para detener la risa. Probamos un medicamento y funcionó bien; recuperó el control de sus expresiones. El medicamento le permitió ajustar la expresión emocional, para conectar la sonrisa del rostro con la sonrisa del alma.

EN LA FISIOLOGÍA cerebral, la emoción activa la corteza cerebral encargada del movimiento, y luego transmite este mandato a través de fibras blancas que viajan hasta el tallo encefálico. Allí se encuentra el origen de los nervios que controlan la musculatura del rostro. A veces una lesión interrumpe la conexión entre los centros generadores de la emoción y los nervios que controlan la cara, y el paciente se retuerce en episodios incómodos de risa o llanto; el paciente puede decir que su llanto es estúpido, porque [no] se acompaña de tristeza alguna. O se queja de ese comportamiento que nos describe González-Crussí: Las comisuras de los labios se estiran y se elevan; el labio superior se tensa y los dientes quedan expuestos; las mejillas parecen hincharse y apretarse contra los párpados inferiores; los ojos entreabiertos y brillantes. Entonces aparece una extraña vocalización: el aire se inhala profundamente y luego es expelido con contracciones cortas y espasmódicas, para las cuales los fisiólogos usan el término “microciclos de inspiración y espiración”. Cuando aumenta su intensidad, el cuerpo entero parece convulsionarse y la respiración se altera profundamente.

El acto de poner en palabras un fenómeno cotidiano como la risa revela su complejidad; casi diría que hay una monstruosidad natural en esta función, al considerar los múltiples niveles automáticos de coordinación y control necesarios para soltar la carcajada y seguir con vida.

Intentaba hacer una vida tranquila, con muchos cuidados, pero el mayor obstáculo era su incapacidad para detener la risa

ES UNA TRAGEDIA perder el dominio de la risa, la más noble expresión del sentimiento que nos salva de un mundo acotado por accidentes y adversidades. El enfermo con afecto pseudobulbar dirá que sufre por reír tanto. Pero en el campo de la experiencia feliz, lejos del territorio intimidante de las enfermedades, ¿es posible padecer la alegría? En su ensayo sobre la tristeza, Montaigne relata el caso de una mujer romana que murió de alegría al ver que su hijo regresaba vivo de la derrota en Cannas, y comenta los casos de personas ilustres que murieron en paroxismos de alegría: Sófocles, el tirano Dionisio y el Papa León X, quien murió al padecer un estado febril, provocado por un acceso de alegría al conocer la toma de Milán, que había deseado ardientemente.

Creo que estas narraciones de la antigüedad y el Renacimiento son exageraciones que simplifican al máximo la realidad para destacar el lado poético o dramático; quizá el Papa León X murió en un acceso de alegría porque ya padecía alguna otra condición cardiopulmonar relacionada con la edad, o alguna infección. Y sin embargo, los estudios de fisiología contemporáneos de Pierre Rainville y Antonio Damasio han mostrado que las emociones básicas (el miedo, la tristeza, la alegría y el enojo) se corresponden con patrones característicos de actividad cardiaca. En personas susceptibles a padecer un problema del corazón, las emociones intensas pueden ser el factor que altere el equilibrio vital. Rainville y Damasio mostraron una relación específica entre el tipo de emoción y los cambios en la frecuencia y variabilidad de los latidos cardiacos, la respiración y la temperatura de la piel: es decir, todo el sistema nervioso autónomo, con su lenguaje químico, se activa en patrones diversos de contracción y relajación muscular para transformar el organismo durante la emoción.

¿Puede suceder lo contrario? Es decir, ¿existen casos de personas con sentimientos intensos que no tienen la expresión muscular correspondiente? Un maestro de psiquiatría hablaba sobre la afectividad de cristal, observable en algunas personas con estados de psicosis: el sujeto se observa impávido, inexpresivo, totalmente indiferente a la comunicación con los médicos o sus seres queridos, y así permanece durante un largo rato, hasta que sin previo aviso salta y destruye algún objeto, o agrede a otras personas, o comete actos súbitos, desesperados, como el suicidio. Así ocurrió hace tiempo, cuando un paciente que había permanecido inexpresivo durante años estaba en la sala de espera del hospital. Quería comunicarme el problema intolerable de “una voz telepática”, presente en su mente noche y día. Pero una mujer anciana con melancolía y pérdida de la memoria me ocupó más tiempo de lo previsto adentro del consultorio. El paciente tocó a mi puerta y preguntó, con voz monótona, si lo atendería de inmediato. Le pedí un par de minutos para terminar la consulta con la señora. “Voy al baño”, dijo entonces. El paciente consultó su reloj, advirtió los minutos de retraso y decidió (sin un sobresalto aparente), salir del hospital y arrojarse al tren subterráneo. La afectividad de cristal (un término demasiado romántico para la psiquiatría contemporánea) demuestra que bajo un “rostro de piedra” puede ocultarse una emoción intolerable o ardiente. Esto parece ser válido, por igual, para el gozo y el sufrimiento. Dice el ensayo de Montaigne: Se cuenta que el rey de Egipto, derrotado y cautivado por Cambises, rey de Persia, vio pasar a su hija, prisionera también, vestida como sirvienta, yendo a buscar agua... él permanecía impertérrito y silencioso con los ojos en la tierra. Cuando vio pasar a su hijo camino de la muerte mantuvo el mismo talante, pero divisando luego a uno de sus domésticos conducido entre sus cautivos, comenzó a golpearse la cabeza y a mostrar extrema aflicción. Preguntando Cambises al rey de Egipto el motivo de que no le conmoviera la suerte de sus hijos, mientras llevaba con tal impaciencia la de un amigo, el cautivo respondió: “este último sinsabor se puede expresar con lágrimas, los dos primeros sobrepasan con mucho todo medio de expresarlos”.