Todo gira aquí, Bajo la misma falda

Durante los setenta y ochenta, usar la falda larga o mini representaba distintos caminos para manifestar la identidad de las mujeres, a partir de una autoconciencia cada vez más aguda. En ese marco, la artista plástica
Magali Lara y la escritora Carmen Boullosa llevaron a cabo un gozoso trabajo interdisciplinario,
en el que imagen y texto se retroalimentaban. En la exposición Bajo la misma falda, que ahora puede disfrutarse
en el Museo Nacional de Arte, ambas creadoras dialogan con obras de ese acervo museístico
para indagar bajo qué faldas se gestaron revueltas, quiebres. Aquí nos comparten un vistazo a esa propuesta creativa.

Juan Cordero, Retrato de las hijas del licenciado Manuel Cordero, óleo sobre tela, detalle, 1875.
Juan Cordero, Retrato de las hijas del licenciado Manuel Cordero, óleo sobre tela, detalle, 1875.Las imágenes que publicamos son cortesía del Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México y provienen de la exposición Baja la misma falda.
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En tres escalones antes de tocar piso: Primero: la falda es la astuta representación externa de nuestros labios más íntimos, los inferiores, los escondidos, los labios privados que sólo en la falda dejan ver su forma, al no dejarse ver. La falda es prenda de vestir que habla íntimo, habla interior, habla memoria, y dialoga con Mundo;

Segundo: la falda es la primera prenda de vestir (si atendemos a las pinturas paleolíticas), temprano intento para resignificarnos, para redoblar la protección del cuerpo y del ser. La falda nos convierte en seres desnudos, necesitados de las palabras y de la piel social y de la imaginación —falda es también la de serpientes de las diosas prehispánicas, nido de muerte y vida;

Tercero: nosotras no optamos por la espada, la rígida arma protectora y amenazante, sino por la suave falda: nos protege mostrándonos. Es tradición y es moda. Nos cubre desnudando gustos y comportamientos. Es lucida, pulida, flexible, social. La espada no dialoga: fuerza, busca la derrota, mata. En el mejor de los casos, refleja amenazante: es el espejo letal. La falda persuade; por sus dobleces es palabras, gramática en su costura, memo-ria dúctil, móvil como un segundo cuerpo. No es inofensiva, como no lo son las palabras, como éstas oculta y muestra a un tiempo.

Magali Lara, Sin título, acrílico sobre tela, 1986.
Magali Lara, Sin título, acrílico sobre tela, 1986.

EL PISO. En 2018, la doctora Mary Pear nos invitó a mostrar nuestras colaboraciones ochenteras en la biblioteca del Macaulay Honors College, en Nueva York. Ahora, gracias a la generosa (y provocadora) invitación de la directora del MUNAL, Carmen Gaitán, a enlazarlas con el acervo del museo, es que evocamos la falda.

La falda en sí es un espacio de libertad: bajo ésta danzamos pensando. Desde los ochenta, la falda de Frida Kahlo. Estrechamos enlace con ésta cuando creamos la obra de teatro 13 Señoritas, en 1983: Magali Lara hizo la escenografía; Jesusa Rodríguez, el cuerpo escenificador; Liliana Felipe, la música original; yo, textos muy breves, escritos tras mucho conversar con la pintura de Frida y sus contemporáneas. Damos vida escénica a trece pinturas de Kahlo tras devorarlas. Más que interpretación, es apropiación, encarnación. Magali Lara usa como telón de fondo su versión de las faldas de Las dos Fridas, las volvemos nuestro horizonte, más que un paisaje, más que una habitación, matriz, Naturaleza.

Para la exposición Bajo la misma falda buscamos más raíces y formas de la falda común que habitamos.

María Izquierdo, Retrato de Margarita Urueta, óleo sobre tela, ca. 1950.
María Izquierdo, Retrato de Margarita Urueta, óleo sobre tela, ca. 1950.

Buceamos en el acervo inmenso del MUNAL. El equipo del museo colabora con conocedora disposición. Junto con ellos, y la generosidad de una coleccionista (Martha Villaseñor), a la que el museo convoca, se incorpora una pintura formidable de María Izquierdo, Retrato de (la escritora) Margarita Urueta (1950), que se instala como eje de sereno fundamento.

El XIX tiene también tela-que-cortar. Elegimos un óleo de Juan Cordero (con mano negra de una pintora poco recordada: Sofonisba Angui-ssola, porque años atrás me engatusó con las faldas de Minerva, su hermana menor, a la que ella pintó, y a la que relacioné, en un ensayo publicado hace más de doce años, con Rosario Castellanos, por quien entendí una vida distinta en la pintura de Sofonisba...).

Por ella (y por la presencia de Ángela Icaza y otras pintoras olvidadas que obsesionan), adoptamos la obra de Cordero. No es una revancha: es el anuncio: ya llegamos a apropiarnos de ustedes. En el retrato de las sobrinas del pintor estamos bajo la falda que no compite por el afecto del padre (como en Sofonisba), sino que demuestra poder, clase, lugar, color. En la apariencia de esta falda, el color intenso roza lo estridente y es al tiempo melancólico, expresa la mexicana amalgama de la fiesta y el dolor, del grito, del retraimiento.

Damos vida escénica a trece pinturas de Kahlo tras devorarlas. Más que interpretación, es apropiación, encarnación. Magali usa como telón de fondo su versión de Las dos Fridas

Atrás de la falda de las sobrinas de Cordero está el cuerpo que reposa en la silla (sostén construido por mano humana), atrás, Mundo, y ahí otras faldas, las de las montañas. Falda, cuerpo, silla, Mundo: seguimos con las obras el camino del círculo.

Incorporamos a la exposición la fallida historia de amor entre un sillo y una silla, El libro del olvido, novela gráfica de Magali, y sus reinterpretaciones o apropiaciones por Lourdes Grobet, Límenes, Kurticz, entre otros —convidamos a escritores y artistas a señalar la cosificación recíproca—, y de ahí a la carne desnuda en 13 Señoritas, Cocinar hombres, Lealtad, y de nuevo a Mundo. Todo gira en esa pequeña exposición: solamente María Izquierdo, en el retrato de Urueta, parece haber dado ya todas las vueltas: esa pintura nos observa, nos acoge: nos comparte su hogar.

Magali Lara, Frida ama a Diego, pastel, grafito y recorte de papel sobre papel de algodón,1979.
Magali Lara, Frida ama a Diego, pastel, grafito y recorte de papel sobre papel de algodón,1979.

DE FERMÍN REVUELTAS dudamos entre Pueblo con montañas o La cerca rota, que nos parece representa la fractura atrás de las faldas: la columna que no es silla ni Mundo, sino tortura y aislamiento. Queda Pueblo con montañas, que invita a las diferentes montañas que Magali pintó a fines de los setenta por la cercanía que desmonta las décadas que los separan —y que se vuelve a expandir. (El cuerpo y dolor explícitos quedan en la muestra con La flagelación de Nicolás Enríquez).

De la tierra brotan lo subterráneo y lo epitelial: las flores son elemento expresivo: ahí está La orquídea de Julio Ruelas, las de la serie de La infiel de Lara (y atrás, Boullosa), y en su indagar Exhibición de la vida marina en el globo terrestre, el estudio científico de José María Velasco en una flor.

Fermín Revueltas, Pueblo con montañas, acuarela sobre papel, 1924.
Fermín Revueltas, Pueblo con montañas, acuarela sobre papel, 1924.

Al ondular, la falda desplaza los ochenta a siglos pasados, y en un giro reanima, altera, es más fiel al ser infiel. De Bajo la misma falda se desprende el volumen Lealtad alterado (UNAM / UANL, 2022), hijo del anterior que Juan Pascoe editó en 1980 en el Taller Martín Pescador (impreso en papel húmedo, prensa plana, fotogra-bados, cosido a mano).

En Bajo la misma falda rastreamos las faldas de algunas obsesiones de nuestra generación. No las raíces, si-no la falda que necesita rupturas —somos la generación de la minifalda—, y que insinúa distintos caminos a seguir, o a evitar. Breve es la exposición, brevísima mi semiexplicación, aunque los círculos que se recorren, bajo una misma falda, corren por varias pistas.