Gomilocas + Shame

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Gomilocas + Shame
Gomilocas + ShameFoto: Cortesía del autor
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¿ENCONTRARÍA A LA GOMITA? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por el Parque México, a Chilpancingo 9… Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos bla bla bla. 

Que 50 microgramos de gomita no es nada… Que febril la mirada, errante en las sombras…

No te vayas a comer una gomita entera, le advertí a mi compa, Chavo. Pero apenas me descuidé un nanosegundo se la metió a la boca. Este cabrón ni pacheco es. Pero antes de despeñarme en los abismos de la preocupación me dije: sopota madre, inge su, vamos a ver a Shame.

La banda que en 2018 me rompió el hocico con Songs of Praise, uno de los mejores debuts de los últimos cinco años. La incipiente pero sólida banda de veinteañeros con músculo de acero. La banda que había amenazado presentarse el año pasado en México y canceló. Así que me dije, qué más da que la gomita nos haga pedazos. Pero no por eso hice lo mismo. De hecho esperé una hora y hasta entonces me metí sólo un cuarto.

Para cuando llegamos al Indie Rocks!, a Chavo ya le había pegado la gomita. Lo perdimos. Se recargó en una columna completamente ido. Exceder la dosis siempre es tentador, pero cuando se trata de cannabis comestible lo mejor es andarse con cuidado. Y más con un coctel como aquel. Una bomba de THC, con delta 8 y otras tres o cuatro clases. Predominaba la índica. En teoría mi cuate debería experimentar un estado de euforia. Pero no le pegó para arriba, lo noqueó. 

A las diez de la noche apareció sobre el escenario un güerillo con el torso desnudo, calzoncitos de luchador dorados y una máscara de Blue Demon. Era nada menos que Charlie Steen. Un sueño largamente acariciado se materializaba por fin ante nuestros intoxicados ojos: los ingleses Shame venían a machacarnos los tímpanos. Era el momento ideal para que me pegara la gomita.

Pero no sentía nada. Volteaba a ver a mi compa y me producía envidia ver cómo se retorcía. 

HICE ALGO QUE NO SE DEBE hacer cuando una persona agarra tal estadazo como el que traía mi compa. Lo dejé solo y me fui hasta adelante. Hay varias maneras de purificar el espíritu. La que a mí me funciona es meterme a los chingazos. Y qué mejor que con Shame para sudar la pedota que me cargaba por culpa de las chelas artesanales con ocho grados. Una vez dentro de la fábrica de moretones no te queda otra que brincar y empujarte contra todo aquello que se mueva. Y eso hice. Qué pinche crossfit ni qué la chingada. En una hora y cacho perdí

más calorías que con un mes de ayuno intermitente.

A Chavo ya le había pegado la gomita. Lo perdimos. Se recargó en una columna completamente ido

Si existe un frontman arriesgado en el presente ése es Charlie Steen. Pinche güero loco, se subió al barandal del lado derecho a cantar y se aventó al público para hacer crowd surfing, le bajaron los calzones, lo nalguearon y el güey aguantó vara. El despliegue de energía arrastraba a la masa de carne de un lado a otro, unos caían al piso y eran levantados por generosos brazos punks. De dónde sale toda esta gente que corea nuestras canciones a la perfección, parecía preguntarse el rostro de cada uno de los integrantes; estoy seguro que no se esperaban ese recibimiento. Y menos porque a las nueve de la noche el Indie lucía a la mitad de su capacidad. Pero para cuando Shame asaltó el escenario se había atascado.

Después de quince todo había acabado. Con la playera empapada fui a buscar a mi compa y no estaba donde lo había dejado. Un aguijonazo de culpa se me clavó en la espina dorsal. Mi cabeza comenzó a fabricar historias. ¿Y si lo vieron hasta la madre y lo sacaron y lo subieron a una patrulla? Descansé cuando me dijeron que otros amigos lo vieron valiendo gaver y se lo llevaron al hotel. Aliviado me fui a echar unos tacos. Me senté, pedí una chela y unos de pastor. Y justo entonces, pum, me pegó la gomita. 

En lugar de pegarme progresivamente, me drogó de madrazo. Las paredes del lugar se dispararon hacía mí. Mastiqué los tacos como un autómata. Y no entendí nada de lo que decía mi interlocutor. Si así estaba yo con un cuarto no me quería ni imaginar lo que había sentido mi compa con la gomita entera. Rogué a los dioses del karma porque no estuviera sufriendo un episodio de paranoia esquizoide en el hotel. 

En lo más clavado de mi pacheca llegué a una conclusión. Mañana me compraré unos calzoncitos dorados como los de Charlie Steen, me dije. Y pedí otra cerveza.