La invención de la empatía

La figura paterna está presente, ya sea en cuerpo, memoria o —aunque suene a paradoja—, en su propia ausencia. Así lo demuestra el hilo que comparten La cabeza de mi padre (Alfaguara, 2022), de Alma Delia Murillo, y Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2023), de Aura García-Junco. En ese panorama se inserta Didí Gutiérrez, con su novela La alegría del padre (Alfaguara, 2023), que indaga en la amenaza de la orfandad. Rogelio Pineda Rojas explora los recursos que singularizan el solvente trabajo de la autora

Portada "La alegría del padre"
Portada "La alegría del padre"Foto: Especial
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Ningún autor o autora se ha colocado frente a la hoja en blanco y dicho: “Estoy obsesionado(a) con tal tema y de eso tratarán mis cuentos y novelas”. Por lo general sólo se dejan llevar cuando escriben, no piensan en nada más. Así, las fijaciones de los escritores las desentraña primero quien los lee y después los críticos literarios, que jalan aquí y allá hilos que conducen al corazón de su objeto de estudio. Es una labor complicada que, ciertamente, luego rasga las páginas de muchos libros, como si de tela fina se tratara. Y como La alegría del padre (Alfaguara, 2023) es satín, me iré con tiento para profundizar en los tres temas que apuntalan tanto la primera novela de Didí Gutiérrez (Ciudad de México, 1983), como parte de lo escrito por ella, sobre todo, cuentos sueltos.

LA VIDA ENTRE DOS

Su protagonista es Abigaíl, de 18 años, quien convive con su padre, el médico Rafael Ángeles; la madre de la chica desapareció cuando ésta era niña y desde entonces padre e hija sólo se tienen mutuamente. Las páginas avanzan hasta que Rafael le confiesa a Abigaíl que ha desarrollado una condición que podría separarlos para siempre.

A partir de ese momento, la muchacha escribirá una bitácora en la cual convergerán el pasado junto a su papá y la incertidumbre del presente, así como sus recuerdos de niña. El conjunto da como resultado una novela que reivindica la desprestigiada imagen paterna vigente, que además se lee como agua, por su estilo envidiablemente claro y fluido. Esto es La alegría del padre, aunque sólo la superficie. Si se jala cada hebra, puede descubrirse más.

Gran parte de la narrativa de Gutiérrez trata la vida entre dos. No precisamente parejas sentimentales, sino el vínculo entre dos seres: padres e hijos, amigos, novios. Relaciones donde sus integrantes comparten la vulnerabilidad. Sin embargo, suele ocurrir que si alguno se resiste a llevar a cabo este intercambio, sea por temor, indiferencia o alguna otra razón, el vínculo termina rompiéndose. Hace años, la autora dio visos de esta línea temática en el cuento “Hermosas liebres”,1 donde un joven abogado y aspirante a escritor mira desde la ventana del departamento —en el que su novia lo encierra para que él escriba cuentos— cómo un gordito practica yoga en el parque aledaño. Sin conocerlo personalmente, lo llama “Hugo” y a la distancia se compenetra con él, a tal punto que le duele ignorar su nombre real.

En otro relato publicado en 2021, “Bufet chino”,2 los protagonistas Otar y Jura trabajan en un restaurante asiático y viven juntos, aunque nunca se precisa si son amigos o novios. No obstante, uno abandona al otro sin razón, a pesar de que parecían muy unidos. “Toda relación superficial está condenada a la ruptura”, se da a entender en la narración.

Algo parecido ocurre en La alegría del padre. Articulan el libro los intentos de Abigaíl por fundirse con su pa-pá, sentir lo que él siente durante su enfermedad, y fortalecer su relación amenazada por la tragedia. Para este propósito, la autora utiliza una técnica arriesgada, aunque coherente con su tema: rompe la focalización en primera persona de su narradora: “[Papá] se aproximó […] con las manos en las sienes. Había recuperado la nitidez en la vista, pero ahora le punzaba la cabeza”. O: “[Papá] comenzó a experimentar las punzadas que habían iniciado a la altura del abdomen como buriles”. En teoría (literaria), Abigaíl no podría sentir dichas punzadas. Sin embargo, la técnica puede justificarse si, por una parte, su padre se las describió después y ella las anotó en la bitácora o si, por el contrario, lo que le importa a Abigaíl es vivirlas ella misma y, por lo tanto, imaginarlas. Muy probablemente sea lo segundo.

El recurso se replica en “Hermosas liebres” y “Bufet chino”, dos cuentos que por los siete años de distancia que median entre su publicación no dejan ninguna duda de que Didí Gutiérrez ha deseado desde siempre que sus personajes posterguen sus propias percepciones para cederlas al otro: son una invención de la empatía.

La narrativa de Gutiérrez trata la vida entre dos. No precisamente parejas sentimentales, sino el vínculo entre dos seres: padres e hijos, amigos, novios .

SENTIDO DEL HUMOR

Por último existen dos distintivos más en el trabajo de la también autora de Las Elegantes (Paraíso Perdido, 2021), que no pueden soslayarse. El primero: sus personajes aman la lectura, lo mismo cuentos de hadas que manuales. “Iba a tener que aplicar los consejos […] para flotar [en la alberca] según las enseñanzas de mi libro, uno que conseguí de segunda mano para apoyar mi camino autodidacta. No sólo papá adquiere conocimientos de los libros; yo soy hija de tigre pintito”. Acaso cultivarse probablemente sea la mejor manera de hacer menos amenazante el mundo.

El segundo rasgo es su sentido del humor. Si bien La alegría del padre tiene momentos dolorosos —el accidente del tío escalador y la historia con Minolta, por ejemplo—, mantiene su gracia en todo momento —hay un brindis con leche y una “mesa de regalos para los invitados” a una fiesta. Así, en cada párrafo se encuentra una mirada que sabe ser profunda, sin deprimirse. 

Notas

1 La Peste, núm. 18, noviembre, 2014, pp. 10-14, disponible en lapeste.mx.

2 Narrado por la autora en agosto, 2021, para el pódcast Cuentos en Red del Centro Cultural de España, disponible en Spotify.