Palabras y mundos: El cerebro literario

Palabras y mundos: El cerebro literario
Por:
  • fernanda_perez_gay_juarez

A través de una serie de marcas negras en una hoja de papel o una pantalla, la literatura logra construir universos enteros: transportarnos a otras épocas, mostrarnos lugares desconocidos, presentarnos personajes con los que nunca nos cruzaremos en la vida real; hacernos vivir aventuras y padecer tragedias y compartir los sentimientos de otros. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué es lo que pasa en nuestro cerebro cuando nos sentamos a leer un libro?

En las últimas décadas, la neurociencia cognitiva ha estudiado desde distintos ángulos lo que sucede cuando leemos, mostrando que la literatura activa muy diversas redes en el cerebro. Más allá de las áreas clásicas del procesamiento de lenguaje, leer ficción o poesía activa desde los circuitos emocionales hasta los relacionados con la interacción social, pasando por las complejas redes en que el significado de las palabras se almacena y recupera. Esto ha llevado a algunos investigadores a sugerir que la literatura genera en nuestro cerebro una simulación de la realidad.

Áreas de lenguaje

Nuestro cerebro nace preparado para el lenguaje —al menos, para el lenguaje oral. Algunos lingüistas proponen que éste surgió hace al menos cien mil años, por lo que no es sorprendente que tengamos áreas cerebrales destinadas a procesarlo. En cambio, escribir es una adquisición relativamente reciente, que evolucionó hace menos de cinco mil años. Al aprender a leer y a escribir transformamos nuestras redes cerebrales, generando nuevas conexiones para adaptarlas al lenguaje escrito.

Cuando hablamos del lenguaje hablado y sus patologías, apuntamos siempre hacia dos áreas principales, localizadas en el hemisferio izquierdo. El área de Broca, o área motora del lenguaje, está localizada en la parte inferior del lóbulo frontal y se encarga de emitir un lenguaje coherente, bien pronunciado y con estructura gramatical correcta. Las neuronas del área de Broca analizan la pronunciación y estructura gramatical de lo que escuchamos, planean aquello que vamos a decir y mandan señales a la corteza motora, donde se controla el movimiento de los músculos de la boca, la lengua y la laringe, haciendo posible la fonación. Cuando esta área se lesiona, los pacientes pierden la capacidad de expresarse verbalmente: aunque comprenden lo que se les dice y pueden seguir órdenes, son incapaces de emitir frases bien estructuradas.

El segundo asiento cerebral para el lenguaje es el área de Wernicke o área de comprensión del lenguaje; se encuentra en la parte superior del lóbulo temporal, junto a la corteza auditiva, que será la primera en activarse cuando escuchamos lenguaje. Las neuronas del área de Wernicke reconocen las palabras escuchadas y las asocian con su significado, almacenado en la memoria de la persona en cuestión. Al hablar, el área de Wernicke también es importante para elegir las palabras correctas, tanto por su sonido como por su significado. Cuando el área de Wernicke se lesiona, los pacientes articulan palabras completas y frases con estructura aparentemente correcta, pero carentes de sentido; además, no comprenden lo que se les dice.

El cerebro lector

Lo primero que se activa al posar nuestros ojos en un libro es la corteza visual. Sin importar las diferencias entre idiomas y sus sistemas de escritura, existe un área especial en la corteza visual que se activa en los cerebros de todos los lectores. Para encontrar esta área, los neurocientíficos del equipo de Stanislas Dehaene realizaron una serie de estudios que midieron la actividad cerebral mientras una persona miraba palabras, rostros, objetos y otros estímulos visuales.1 Encontraron una pequeña zona en el lóbulo occipital izquierdo que se activaba invariablemente al ver palabras escritas, a la que Dehaene llamó la caja de letras del cerebro. Si esta zona se daña, el paciente en cuestión tendrá un síndrome llamado alexia pura, en la cual es incapaz de leer y reconocer letras mientras que el resto de sus funciones lingüísticas se conservan.

Una vez reconocidas las letras, la información viajará por dos vías. A través de la vía fonológica, la imagen de la palabra escrita se traduce a sonidos en una zona del cerebro llamada giro angular; este proceso nos permite escuchar en nuestra cabeza las palabras que leemos. Al mismo tiempo, la información visual de la palabra viaja por la vía lexical, en la que se accederá a su significado a través del área de Wernicke.

A su vez, la producción del lenguaje escrito estará también a cargo del área de Broca que, en vez de enviar señales a las áreas de la laringe y la boca, las enviará a aquellas que mueven las manos, con las cuales escribimos. Como escribir implica integrar lo que vemos, el movimiento de las manos y la interacción con objetos, como una pluma o un teclado, requiere mayor control y por lo tanto activa más áreas cerebrales que las que usamos para hablar.

Lo que sucede en el cerebro al aprender a leer es un ejemplo de reciclaje neuronal, en que los circuitos existentes se adaptan para adquirir nuevas funciones. Aprender a leer y a escribir transforma nuestras redes cerebrales, adaptando las áreas de Broca y Wernicke y reutilizando las neuronas de nuestro sistema visual para procesar el lenguaje escrito. Por ejemplo, una serie de estudios en niños y adultos ha mostrado que, en personas analfabetas, la caja de letras se utiliza principalmente para procesar caras y que, al aprender a leer, el procesamiento de caras se desplaza hacia la misma zona en el hemisferio derecho, de modo que el hemisferio izquierdo se especialice en reconocer letras.2

[caption id="attachment_1017946" align="alignnone" width="696"] Foto: Alexandra, vía Unsplash[/caption]

Significado, simulación

En una instalación hecha de luces neón, el artista británico Tim Etchells construyó un ingenioso juego de palabras en inglés: “All we have is words. All we have is worlds” (“Todo lo que tenemos son palabras. Todo lo que tenemos son mundos”). Si estamos de acuerdo con la frase cabe entonces preguntarse, ¿cómo es que las palabras construyen mundos?

Las palabras son esos ladrillos que componen el gigantesco muro del lenguaje. Si una palabra puede definirse como un símbolo asociado a un significado, ¿dónde está el significado en el cerebro? Ya mencionamos que el área de Wernicke, o de comprensión del lenguaje, asocia las palabras a su significado. En realidad, esto es una simplificación. El área de Wernicke no funciona sola, sino que se integra una red neuronal que ocupa buena parte de nuestro lóbulo temporal. Distintas áreas coordinadas por el polo anterior de éste funcionan como un enrutador hacia lo que llamamos significado. El lóbulo temporal es fundamental en la experiencia literaria (tanto en la creación como en la apreciación) pues no sólo juega un rol en el acceso al significado literal, sino también en el significado emocional, pues está densamente interconectado con el sistema emocional del cerebro, llamado sistema límbico.

Sin embargo, es importante entender que no existe un área única donde se almacena el significado, sino que éste se distribuye en distintas áreas de la corteza cerebral, en lo que llama-mos la memoria semántica, es decir, nuestra memoria sobre los conceptos del mundo. Distintos investigadores han mostrado que, por ejemplo, una palabra que denota una acción concreta —nadar, correr, saltar, tocar— activará áreas de movimiento en el cerebro. En cambio, palabras como rosas, canela, sándalo o madera, activarán las mismas áreas que procesan los olores reales, y palabras como alegría, tristeza, risa o llanto, activarán áreas de movimiento de la cara y áreas de procesamiento emocional. Aunque el acceso a la memoria semántica —o diccionario cerebral— depende del lóbulo temporal, está distribuida en diversas redes del cerebro y procesar una palabra implica recuperar las características sensoriales de lo que nombra (cómo se ve, cuál es su textura, a qué huele y sabe), y también los patrones de movimiento con los que interactuamos con ella. Esto resulta muy interesante para estudiar la metáfora, que combina a través del lenguaje distintos sentidos. Un estudio reciente mostró que cuando decimos, por ejemplo, “voz aterciopelada”, se activa la zona cerebral destinada al tacto, mientras que si decimos “voz agradable” no se observa respuesta en esta área.3 Estos resultados explican mucho sobre los poderes evocativos del lenguaje.

Por esta razón, la poesía ha generado creciente interés en los neurocientíficos, pues es el más claro ejemplo de que las palabras pueden no sólo contar historias, sino evocar en nosotros imágenes y sensaciones diversas. Más aún, usando únicamente lenguaje, la poesía es capaz de activar áreas del hemisferio derecho que también se activan cuando escuchamos música, y favorece la activación de la red neuronal por defecto o red neuronal básica, aquella relacionada con la introspección, las ensoñaciones y las divagaciones mentales. Leer poesía puede, entonces, activar nuestra memoria sensorial, despertar nuestro instinto musical y hacernos soñar despiertos.

"Leer poesía puede, entonces, activar nuestra memoria sensorial, despertar nuestro instinto musical y hacernos soñar despiertos".

Ficción y mentalización

Las simulaciones en la ficción no se limitan a evocar palabra por palabra. Existe evidencia para sugerir que, cuando leemos sobre algún tipo de situación o experiencia más compleja (por ejemplo, un intercambio entre personajes), el cerebro se activa de forma similar a cuando la encontramos en la vida real.

Una novela, por ejemplo, es un excelente vehículo para explorar la vida social y emocional, pues nos revela los mundos interiores de sus personajes. Los estudios realizados por el investigador Keith Oatley, en la Universidad de Toronto, muestran que los personajes, al compartir sus miedos y alegrías y tratar de entender las razones de sus actos, activan las mismas áreas cerebrales con las que nos conducimos en el mundo social, sugiriendo que el cerebro trata las interacciones con personajes ficticios de forma semejante a los intercambios sociales en la vida real.4 Esto podría explicar por qué, cuando terminamos un libro, sentimos cierta nostalgia de sus personajes, o seguimos pensando en ellos.

A la capacidad humana de adivinar deseos, creencias y estados emocionales de los demás se le llama mentalización o teoría de la mente. En neurociencia, ésta se estudia con una prueba especial llamada leyendo la mente en los ojos. En los experimentos se muestra a los participantes fotografías con ojos de actores expresando alguna emoción, y se les pregunta qué emoción, deseo o estado mental pueden inferir de la fotografía. Con este tipo de prueba se han realizado estudios diversos donde personas que leen ficción con regularidad muestran mejor capacidad de mentalización que quienes no lo hacen.5 El mismo resultado se encontró en niños de edad preescolar. Entre más historias les habían leído a los niños, mejor era su desempeño en las tareas de mentalización. Tomando en cuenta esta evidencia, todo apunta a que leer ficción puede mejorar nuestro entendimiento del mundo, de nosotros mismos y de los demás.

Alianzas neuroliterarias

La literatura nos revela una forma de comunicación indirecta entre dos cerebros: el del escritor, que transforma imágenes, recuerdos, sensaciones y emociones en palabras, y el del lector, en quien cada palabra, frase e historia resuena entre conexiones neuronales para convertirse de nuevo en imágenes, emociones, pensamientos y recuerdos. Keith Oatley afirma que la ficción nos simula a nosotros mismos en interacción con escenarios posibles e imposibles, y puede considerarse una forma de conciencia que se transfiere del escritor al lector para extender nuestra cognición cotidiana.

La neurociencia y la literatura tienen más de un punto de encuentro. Entender cómo nuestro cerebro procesa el lenguaje nos da armas para entender el poder evocativo de la literatura, y el estudio de la ficción nos ofrece una plataforma para estudiar la forma en que el lenguaje reproduce distintos aspectos del mundo, generando en el proceso nuevas formas de entender a los otros, pero también nuevas formas de concebirnos a nosotros mismos.

En una época en que los avances tecnológicos y la velocidad de la información parecen desplazar la vieja costumbre de sentarse a leer una novela, un libro de cuentos o poemas, la neurociencia se ha vuelto aliada de los humanistas, pues ha generado evidencia científica para defender los beneficios de leer literatura.

Notas

1 S. Dehaene, “Inside the letterbox: how literacy transforms the human brain”, Cerebrum: the Dana forum on brain science,  7, 2013; S. Dehaene, El cerebro lector, Siglo XXI, México, 2014.

2 S. Dehaene, et. al., “How learning to read changes the cortical networks for vision and language”, Science 330, (6009): 1359-1364, 2010. DOI: 10.1126/science.1194140

3  S. Lacey, R. Stilla & K. Sathian, “Metaphorically feeling: Comprehending textural metaphors activates somatosensory cortex”, Brain & Language, Mar 2012; 120(3): 416-421. DOI: 10.1016/j.bandl.2011.12.016

4 K. Oathley, “Fiction: Simulation of social worlds”, Trends in Cognitive Sciences 20(8): 618-628, 2016. DOI: http://doi.org/10.1016/j.tics.2016.06.002

5 D. C. Kidd & E. Castano, “Reading literary fiction improves Theory of mind”, Science

342, (6156): 377-388, 2013. DOI: 10.1126/science.1239918