Patti Smith: El lago en llamas

Patti Smith: El lago en llamas
Por:
  • rogelio_garza

Se anunció como una lectura del poema Hecatomb de Patti Smith, dedicado al escritor chileno Roberto Bolaño, y resultó ser un concierto. Tampoco esperaba un mitin en honor a Frida-Diego, Bolaño y Ayotzinapa, sin embargo, para uno que se decanta por la música fue un conciertazo acústico en el que leyó, recitó, compartió anécdotas y cantó, acompañada por su guitarrista de cabecera, el también escritor y productor Lenny Kaye. Sábado a la una de la tarde en la Casa del Lago Juan José Arreola, creí que sería un atasque de gente por la gratuidad del asunto. Pero a caballo regalado no se le ve el diente, mucho menos si son los Caballos de la doña, la bruja del punk.

Éramos unos dos mil quinientos afortunados bajo la carpa y los alrededores: rockeros, esmithianos, punketos, bolañeros, izquierdosos e invitados especiales con expresión profunda. La tribu que sobresalía era la de los lectores hardcore del chileno a quienes ubiqué como Los Bolañitos. Cortados con la misma tijera. Frente a mí había algunos que parecían sus hermanos trillizos: suéter rotito, blazer gastado, lentes de arillo, pelo revuelto y rostro abismado. Todo menos el talento. Por suerte, entre ellos y yo mediaba la obra completa de Bolaño y la reja de un espacio reservado para los invitados. Sobra decir que yo estaba del lado del populacho. Hasta en los conciertos gratuitos en recintos públicos hay VIP. En vez de buscarme un lugar para ver a Smith, sacarle fotos y videos, mejor me acomodé cerca de una bocina para grabarlo todo, junto a un deadhead autorizado con una sudadera de Grateful Dead. Y ya sabemos que donde dos o más se reúnen en nombre de Jerry Garcia, ahí está la grifa.

Patti Smith apareció sonriente, vestida de rojo y negro, como si subiera a la azotea de su casa para otear el vecindario. Y empezó recitando “People Have the Power”, una de tantas canciones que coescribió con su esposo, el fallecido Fred Sonic Smith, guitarrista del tremendo MC5, el grupo de activistas del ácido y el garage rock más ruidoso de Detroit. Luego platicó sobre el espectacular que la Galería Kurimanzutto colocó en las calles de Nuevo León y Sonora (con un número telefónico al que si marcas escuchas un poema en voz de Patti Smith), antes de leer un fragmento de su libro Just Kids sobre el fotógrafo Robert Mapplethorpe y el espectacular navideño que colocaron John y Yoko en Nueva York: “WAR IS OVER. If you want it.” Y aquí Lenny Kaye se acomodó la guitarra y empezó a rasgarla. Un guitarrista no menos legendario que ha tocado en los discos más importantes de Smith, además de tener una docena de libros y colaborar con R.E.M., Susan Vega (le produjo el fino Solitude Standing y el éxito “Luka”) y The Fleshtones, quienes tocaron acá el año pasado. Además es el compilador del clásico del garage rock Nuggets. O sea que no estábamos frente a cualquier guitarrista, sino ante un chingón que siempre ha evitado las pirotecnias, un artífice del sonido punk. Se reventaron la balada espacial del disco Gone Again, “Wing”.

El momento incómodo para los que no contábamos con una “manifestación” (porque nunca se mencionó en la difusión) llegó cuando Patti Smith hizo un comentario polite sobre Ayotzinapa. “Desaparecidos por fuerzas terribles. No podemos traerlos de regreso. Pero sí podemos llevarlos en nuestros corazones.” Hay quienes consideran que el arte y la política deben ir de la mano. Pero a mí no me cuadra poner el arte al servicio de ninguna ideología, causa o lucha, con el argumento del “compromiso político del artista”. Además, apreciar el arte a través de cualquier ideología o religión es como ponerse una venda en los ojos antes de entrar al museo o unos tapones en los oídos para filtrar el concierto. Smith cantó a capela un fragmento de la canción “Mothers of the Dissapeared” de U2, se la dedicó a las madres de los 43 normalistas desaparecidos, antes de entonar “Ghost Dance” con Lenny Kaye. Después contó que en días pasados fue a la Secretaría de Educación Pública a conocer los murales de Diego Rivera, “a ser educada”. Y dijo que un color la penetró en ese momento, el rojo, al que le escribió un poema en la SEP, “Red Song”. Se puso los lentes y lo leyó. Su voz salió volando, las palabras flotaron en el aire como lenguas de lumbre entre los árboles del Bosque de Chapultepec, y se apagaron en el lago donde remaban los paseantes.

Siguió recordando, aquél poderoso concierto del Anahuacalli en 2012, cuando conoció la Casa Azul de Frida Kahlo. Que se acostó en la cama de Diego Rivera y se le ocurrió una canción. La escribió en una hoja y se las dejó de regalo. No supo más de ella hasta que volvió y la encontró escrita en una pared de la casa. Confesó que no se sabía la letra de memoria. Entonces alguien del público le alcanzó un celular con una fotografía de la letra en la pared. Y con esa imagen cantó a capela “Noguchi’s Butterflies”. Se siguieron con la clásica “Dancing Barefoot”, una canción a la que se le han hecho más de veinte covers, escrita con su bajista Ivan Kral en el disco Wave. Se transformó en una bruja, con el pelo plateado y el corazón ardiendo. He visto los sagrados corazones de Dee Dee y Joey Ramone, envueltos en las flamas del rock. Escuchando a Patti Smith, pensé que ella también era un sagrado corazón del punk, tan solo con una guitarra y su voz. Me pareció chingón que a los setenta años, y habiendo perdido a su marido, a su hermano y a sus mejores amigos, la Patti Punk mantuviera la energía, la intensidad musical y el humor. Artista y rockera que hasta la fecha hace encabronar a sus haters sin proponérselo y sin darse cuenta.

“HE VISTO LOS SAGRADOS CORAZONES

DE DEE DEE Y JOEY RAMONE,

ENVUELTOS EN LAS FLAMAS DEL ROCK.

ESCUCHANDO A PATTI SMITH,

PENSÉ QUE ELLA TAMBIÉN

ERA UN SAGRADO CORAZÓN DEL PUNK.”

Cantó una gran canción del disco Gung Ho, “Grateful”, dedicada a las personas que hicieron posible su presencia en México. Y a todos los presentes, por estar ahí y acompañarla. Tocaban sus guitarras y ella cantaba, atrayendo con melancolía lo mismo a las abuelitas que a los milenials, a los vendedores de algodones de azúcar y a los policías que se comían una torta en armonía con el planeta. Por un instante tuvimos paz en esta ciudad que nos despoja de la energía, el tiempo y la tranquilidad para sobrevivirla. Un oasis donde brotaba la música. Entonces llegó el momento estelar, la hora en que Los Bolañitos empezaron a mojarse. La canción dedicada al escritor. Para serles honesto sólo he leído un par de libros de Bolaño, Putas asesinas y Los detectives salvajes, que me dejaron satisfecho; es decir, sin hambre de seguir leyéndolo. Por supuesto, el ciego soy yo, porque no alcanzo a leer la grandeza que se le atribuye. Pero se ve que Patti Smith es fan del great Rowertu Bowlano, así que cantó “My Blakean Year” del disco Horses al autor de los Savage Detectives. A continuación presentó al mexican writer Guan Vieworo, quien subió al escenario a leer una traducción del poema Hecatombe. Villoro, fogueado con el grupo Mientras nos dure el veinte, subió puestísimo al palomazo y dijo, entre otras cosas, que Smith considera 2666 “la primera obra maestra del siglo XXI”. Y procedió a leer. Aún no leo esa novela, tan solo sé que trata sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez —supongo que algún allegado le regaló a Smith Bones in the desert del fallecido Sergio González Rodríguez—, pero quién es uno, pobre diablo, para dudar así de la palabra de los grandes. Patti Smith apareció de nuevo y habló sobre un homenaje que en esos momentos se le rendía a su ex amante y amigo, el actor y escritor Sam Shepard, fallecido a finales de julio. Dijo que Sam amaba México y siempre planeaban venir en coche a descubrirlo. Entonces cantó “Beneath the Southern Cross”, del disco Gone Again. Y aquí es donde para mí llegamos al meollo de la tarde, al vórtice del concierto, un paisaje sonoro que sirvió para construir un puente musical con sus muertos. No un escritor chileno que nunca conoció en vida, sino un amigo del alma, un personaje entrañable para ella. Así ha sucedido desde tiempos remotos y repachecos, y sigue sucediendo en todas las culturas, nos comunicamos con los muertos a través de la música. Smith terminó haciendo un ejercicio liberador que seguramente le aprendió a su magister Allen Ginsberg:

Rise your hands.

Feel your blood.

Feel your life.

Feel you creative spirit.

Feel your fucking freedom.

Después, abierta la puerta y establecida la conexión con el inframundo, la voz femenina en los discos del enigmático Blue Öyster Cult, le dedicó “una canción y sus letras, a mi hermoso amor Fred Sonic Smith”, fallecido en 1994. Y se aventaron “Because the Night” del disco Easter, una canción que desde el título estremece. Terminaron con una versión de “Can’t Help Falling in Love” de Elvis. Y así como abrieron, cerraron de nuevo con la guitarrera “People Have the Power”.

Dont forget it.

Use your voice.

We love you.

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La madrina del punk

Respuestas de Patti Smith a David Fricke

 

>Mi padre peleó en la Segunda Guerra Mundial. Lo reclutaron y sintió que debía cumplir con su obligación patriótica. Pero era un pacifista. Cuando lanzaron la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki se sintió devastado. Mis padres eran idealistas. Ni siquiera puedo llamarlos liberales. Eran personas que desconocían las diferencias por homosexualidad o raza. Abrían su casa a cualquiera. Crecí en una casa sin prejuicios. Y crecí sin creer en un enemigo.

>Soy una persona de los años setenta. Abracé los sesentas musical e ideológicamente, pero no como un estilo de vida arrogante. No me gustaba la idea de una cultura de las drogas masiva... Pienso que las drogas eran una cosa sagrada que los indios americanos usaban para purificarse y autorrealizarse; los jazzistas las utilizaban para hablar con Dios. No como una herramienta recreativa. Luego algunos las convirtieron en un estilo de vida. Al final, terminaron cansados, consumidos. Se divirtieron mucho pero querían formar una familia, hacer una vida, vivir en el confort. Lo consiguieron en las administraciones de Reagan y Clinton.

>La guerra de Vietnam me deprimió mucho en el sentido de hacia dónde me dirigía y dejé de hacer arte por un tiempo. Me sentía inútil como ser humano. Sentía que el arte carecía de sentido, que era una manera equivocada de pensar. Me prometí que no volvería a permitir que las acciones del mundo me deprimieran tanto como para ser improductiva.

>Lo que me decepciona es cómo, si todos nosotros vimos lo horrible que fue Vietnam, otra vez nos hemos permitido —con los líderes que elegimos— caer en lo mismo.

>Me encantaba Grace Slick [Jefferson Airplane]. No era una cantante de rhythm & blues o jazz o blues. Su vocalización en “White Rabbit” era para mí el primer rock vocal hecho por una mujer, era el principio del género. Yo no pensaba en cantar en esos días, pero me atraía, siento que esa experiencia primigenia con Grace Slick me dio una facultad especial. Johnny Winter es uno de los grandes intérpretes que he visto. Te confronta con su humor demoniaco. Salta directo al público y te canta a la cara. Causó un gran impacto en mí.

>Mi esposo Fred [el último guitarrista de MC5, Fred Sonic Smith] solía decirme que los MC5 creían en verdad que podían cambiar el mundo. No sólo lo decían. Estaban intoxicados con el sentimiento de que podían detener la guerra de Vietnam, acabar con los prejuicios. Y su música lo reflejaba. Estaban dispuestos a comenzar la maldita revolución.

>Odié las tarjetas de crédito cuando aparecieron. Debí protestar contra las tarjetas de crédito. Mis amigos las adquirían por correo, compraban cosas. Yo les decía: “¿Qué están haciendo? No pueden pagar eso”. Y me respondían: “¿Qué van a hacer, arrestarme?”. Eso transformó a nuestra sociedad de una manera insana.

>El rock & roll es más que música. Es una conciencia. Se fusionaba con nuestras  ideologías, el movimiento por los derechos humanos, Vietnam. La música de los años sesenta era sinónimo de lo que ocurría en nuestro mundo. Y siguió siendo, de manera consciente o inconsciente, un patrón para el activismo.

>Yo sólo rezo y doy gracias a Dios por la gente que no sólo es consciente sino también activista.

Entrevista en Rolling Stone, mayo de 2007. Traducción: Carlos Velázquez