Puerco de montaña

El corrido del eterno retorno

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ME CONVERTÍ en lo que más detesto: un hípster.

La culpa de todo la tuvo La Jirafina. Y como en ese momento estaba derretido de amor por ella le hice caso a su recomendación de que me comprara una bici. Pero no la que ella me sugería. Que básicamente sólo sirve para farolear por toda la Condesa. Consulté a mi compa Roger, que es una autoridad en la materia. Autor de Bicicletas y otras drogas. Rilas, roles y rolas de un cletómano, un denso viaje que uno realmente entiende hasta que va de bajada en el pinche cerro, con la amenaza punzante de partirse toda la madre.

Cuando era niño iba en la bici por las tortillas. Según recuerdo, la última que tuve fue a los catorce años. Pero seguí dándome roles ocasionales en la bici del Caballo hasta pasados los veinticinco. En esa época, subirte a una rila en La Laguna no era un deporte extremo como lo es ahora. Ésta es una ciudad donde hoy salir a andar en bici es un acto suicida. Y aunque varios grupos de activistas luchan día a día por ganar espacio para la cleta, no hay manera de meterle en la cabeza al pinche automovilista que el ciclista no es un objetivo a derribar. Hace años, uno de los promotores más intensos de la bici en La Laguna, Lalo Rentería, fue arrollado por un camión y estuvo a punto de morir.

En estos días hay un debate porque muchos automovilistas están descontentos con la ciclovía que se puso en la Colón, una de las avenidas principales del Centro, y quieren que sea removida.

Vino lo más peligroso, la bajada. También lo más divertido. Me partiría la madre .

ME SIENTO MÁS SEGURO en la bici en la Ciudad de México que en La Laguna. De ese pelo están las cosas. En la capital jamás me he sentido en peligro.

Por recomendación del Roger, me agencié una bici Trek híbrida. La razón principal no fue por hacerme el ecologista, pero sí porque ya estaba hasta la madre del carro. Y he salido a darme roles vespertinos por la ciudad. Y he puesto mi vida en peligro. Han estado a punto de atropellarme dos camiones. Una vez un carro golpeó el manubrio de mi bici con su espejo retrovisor. Pero como a Lance Murdock, me encanta exponerme. Por eso acepté la invitación de mi compa Padawan a debutar en el ciclismo de montaña.

Yael Weiss, que es adicta a este deporte, me había contado que se deshizo el hombro en una caída. Y más gente me advirtió que no le jugara al Kaliboy. Pero aun así acepté el reto. No miento si me sentí, a pesar de mi edad, como un delincuente juvenil. Desde que llegué al pie del cerro y bajé mi bici del rack la gente del grupo con el que haría la ruta me señaló que las ruedas de la bicicleta no eran lo suficientemente anchas. En pocas palabras: no estaba usando el equipo adecuado. Pero no me iba a rajar. Como traía guantes, luces y casco, tenía chance de salir con vida.

Lo más doloroso es la subida. ¿Se acuerdan del entrenamiento que hizo Rocky en Rusia, antes de pelear con Drago? Es una mamada comparado con esto. Y si le sumamos todo el menudo que traigo cargando en el abdomen. Hold my beer. Pero con ocasionales paradas para jalar aire conseguí subir a la cima. Si no fuera porque nado, jamás lo habría logrado. No niego que sí hubo un momento en que pensé que si quería emociones fuertes mejor hubiera hecho acrobacias en un semáforo. Traía la playera empapada. Como si me hubieran aventado una tina de agua a quemarropa.

Entonces vino lo más peligroso, la bajada. Pero también lo más divertido. Al parecer me partiría la madre. Y sí, me caí. Pero fue una caída medio pendeja, frené en seco sobre la tierra roja y me fui hacia adelante. Puse las manos, me paré y seguí el camino. Como mi bici era veinte kilos más ligera que las otras, en las pendientes alcanzaba una velocidad de miedo. Y en una curva estuve a punto de matarme, pero logré controlarla. En el terreno pedregoso entendí a qué se referían con el grosor de mis ruedas, patinaban más que un hielo en una cuba medio vacía.

Otros dos ciclistas experimentados se cayeron bien gacho. Uno fue a estamparse contra un nopal y acabó todo espinado. El único saldo negativo de mi andanza, además de la caída, fue un rin un poco enchuecado. Pero mi rila aguantó los putazos. Y eso me hizo sentir bastante orgulloso de ella.

Ahora entiendo por qué la raza se clava con el ciclismo de montaña. La adrenalina que se siente arriba es adictiva como la droga. Y obvio, quiero más. Volveré. Pero ahora con una mejor bici que me haga ver menos temerario.