Los Rolling Stones sin filtro

Con la resistencia que han mostrado durante casi seis décadas, los Rolling Stones siguen rodando. Algunos
de sus integrantes han quedado en el camino y por lo tanto el grupo sabe de los relevos en su formación.
Sin embargo, la más reciente ausencia —la muerte de su baterista original, Charlie Watts— golpeó el corazón
rítmico de la banda y puso una vez más a prueba de qué está hecha. Para empezar, los sobrevivientes
no suspendieron la gira que tenían en puerta, aún con el rastro de la pandemia: aquí tenemos la crónica de su regreso. 

Los Rolling Stones sin filtro
Los Rolling Stones sin filtroFuente: antimusic.com
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He dedicado casi toda mi existencia, desde la primera vez que escuché “Get Off Of My Cloud” a los doce años, a reflexionar sobre el mito de los Rolling Stones. Un mito que parecía indestructible pero ha comenzado a resquebrajarse. Si una banda ha conseguido sortear todos los obstáculos que aniquilan a las agrupaciones, ésa es la de los Stones. Han desafiado al tiempo, al cambio inescrupuloso de integrantes y a la muerte. Pero esta última les acaba de asestar hace poco un golpe que los ha hecho tambalearse. La muerte de Charlie Watts.

Es imposible desentrañar el misterio de la vida. El candidato número uno para abandonar este mundo siempre ha sido Keith Richards. So pretexto de sus excesos. Sin embargo, la cuerda se ha roto por lo más delgado. El baterista ha sido la primera baja significativa que marca el final de una era. Hay que decirlo, los Stones siempre están muriendo. Cuando se fue Brian Jones, el que engendró el catedralicio Let it Bleed, murió un sonido. Cuando Bill Wyman abandonó la fila de Sus Satánicas Majestades también murió un emblema Stone. Cuando Mick Taylor renegó de ellos, también hubo un cambio de piel trascendental. Sí, los Stones siempre están feneciendo. Pero también siempre están resucitando.

SU ÚLTIMA REENCARNACIÓN lucha por ser una de las más sorprendentes de su historia. El lanzamiento de Blue and Lonesome (2016). Un retorcido regreso a las raíces bluseras que tanto han transitado. La puesta en escena de este disco, que podría parecer una especie de coda a tan kilométrica carrera, demostró que los Stones no han dejado de apoyarse ni de nutrirse del blues para reconstruirse. El alimento espiritual no ha mutado. Si bien es cierto que han coqueteado con el country y con la música disco, siempre ha sido desde el tamiz del blues. Así que Blue and Lonesome ameritaba una gira, pe-ro nunca llegó. Lo que sí apareció en 2017 fue un disco doble: On Air, con grabaciones para la radio donde lo que más predomina, obviamente, son los momentos bluseros.

Excepto Olé Olé Olé!, casi todas las giras de los Stones han sido respaldadas por una nueva grabación. Desde A Bigger Bang no han sacado material inédito. Pero durante la pandemia lanzaron un sencillo que desde su estreno se colocó como un clásico indiscutible del dietario Stone: “Living In A Ghost Town”. Y el final de la pandemia lanzó a la banda a una gira obligada cuyo nombre no podía ser más atinado: No Filter. Sí, los Stones siempre han sido crudos. Pues éstos son todavía más al desnudo. Y como si una premonición maldita pendiera sobre el nombre de la gira, antes de que las piedras comenzaran a rodar por Estados Unidos, Charlie Watts dejó este mundo traidor.

Traidor, porque Watts había conseguido remontar una cirugía del corazón. Y hasta había anunciado que se incorporaría a la gira, pero su familia y la banda lo convencieron de tomarse unos días de descanso antes de volver a agarrar la carretera. Fue entonces cuando el destino le jugó una mala pasada. Con el cadáver de Charlie todavía caliente, la banda emprendió la gira. Los Stones no serían los Stones si hubieran cancelado o pospuesto sus fechas. Para una banda como ésta nadie es indispensable. Ni siquiera Keith Richards. El único al que no puedes sustituir es a Jagger. Nadie puede adivinar el futuro, pero desde aquí se vislumbra a Mick sobreviviendo a Richards. Y con el descaro que siempre los ha caracterizado, hasta se antoja que haga una última gira. Ojalá que esto suceda, pero ya que no sea bajo el nombre de los Rolling, que la haga en solitario.

Los Stones sacaron la casta por Charlie. Pareciera que el fantasma del baterista había descendido al escenario. La banda a la que estábamos acostumbrados.aparecía ante nuestra jeta

DESDE LOS AÑOS NOVENTA hasta el presente, todas las giras de los Stones han contemplado Latinoamérica. Excepto No Filter. Y aunque existen rumores de que tocarán en nuestro continente en 2022, las posibilidades son bastante remotas. Al menos en México. La gira pasada la banda durmió en Tepoztlán. Los altos índices de contaminación alborotaron la quisquillosidad de Jagger al grado de que sólo pisaron la capital para tocar.

El temor de no volver a verlos en concierto motivó a una gran cantidad de compatriotas a lanzarse al gabacho para disfrutar del último tramo de las Piedrotas. Yo soy uno de ellos. En cuanto supe que el tour pasaría por Dallas le escribí a mi amigo Javier García del Moral. Vamos, le dije. Pero me sorprendió con el notición de que ya había comprado boletos, uno para mí, por supuesto.

Existen polémicas que nunca perecerán. The Sopranos vs. The Wire. Lo análogo vs. lo digital. The Beatles vs. The Stones. Y para algunos, como yo, no hay vuelta de hoja: las Piedras. Y es que detrás de la polémica pende el título de la banda más grande de la historia. Entonces nadie quiere perderse la última parte de esa Historia, con mayúscula. Y en unos años se lanzará una interrogante similar a aquella que apunta: ¿Dónde estabas tú cuando murió Elvis?, pero ésta será: ¿Estuviste tú en alguna tocada de la última gira de los Stones? Y ocurrirá lo mismo que con la leyenda de aquellos que juran que fueron a Avándaro, pero en realidad nunca estuvieron ahí.

NADIE PUEDE con los Stones. No pudieron los imecas del chilango y tampoco la lluvia texana. Un día antes del concierto el sol brillaba con nula austeridad republicana. Jagger subió una foto a su cuenta de Instagram por las calles de Dallas con lentes oscuros. Pero al día siguiente el clima se descompuso. Al aterrizar en la ciudad el termómetro marcaba doce grados y una amenaza de tormenta del 80 por ciento. Chispeaba con una insistencia chingaquedito que hacía que te dieran ganas de todo, menos de salir a la calle. La gente del desierto es bastante timorata con el tema del agua. No puede caer una gota porque se resisten a salir. Pero esa noche no. Esa noche tocaban los Stones y la fila para acercarse al Cotton Bowl era larguísima. Tanto que Mariana H, Javier y yo nos bajamos del coche y procedimos a pie.

Semanas antes había convencido a Mariana H a que se sumara. Le había insistido tanto en que quizá estuviéramos ante un momento histórico. Caminábamos bajo la lluvia con la mayor de las emociones. Y nos topamos con la pendejez humana en pleno. Si ustedes piensan que la eficacia gringa es a prueba de conciertos, se equivocan. A las puertas del Cotton Bowl había una masa apelmazada de gente que pasaba por dos minúsculos filtros. Cientos de rucos de apariencia jipiosa, cuarentones como nosotros y morros de todas las edades. Se hacía un embudo tipo el metro. Era el detector de metales. Qué desmadre había. Me cae que Mijangos le habría puesto orden en putiza. No podíamos creer lo que teníamos ante nuestra jeta. Eso sí, si te quitas el tapabocas en el aeropuerto de Forth Worth te multan, pero ahí codo con codo no sólo era posible pescar el Covid-19 si-no cualquier tipo de chancro volador.

Apenas cruzamos el detector de metales, que lo entiendo, a más de un gringo sí se le ocurriría llevar una fusca a un concierto, vimos otra masa informe de miembros indistinguibles unos de otros en los puestos de merchandise. Y yo que me quería comprar una t-shirt. Ajá, pendejo. Y lo mismo adentro, con la fila para las chelas. Ingresamos al Cotton Bowl y aquello estaba más atascado que el Mercado de la Viga.

Al llegar a nuestro lugar no nos permitían pasar. Necesitábamos una pulsera. De lo cual nadie nos informó. Así que nos metimos a la brava. La logística era un verdadero desmadre. Les digo que deberíamos mandar a Mijangos a enseñarle a los gabachos a organizar. Nomás que, eso sí, con la aclaración de que se va a gastar la taquilla en tacos El Güero.

Rolling Stones
Rolling StonesFuente: wvli927.com

LAS LUCES SE APAGARON, comenzó a escucharse una bataca. Y en las pan-tallas apareció la imagen de Charlie Watts. Por eso respeto a los Stones. Desde que me había trepado al avión, oyendo “Living In A Ghost Town” en los audífonos, y mientras un señor se persignaba a mi lado al despegar, pensé en ese momento lacrimoso en que las fotos de Charlie Watts aparecerían en medio de alguna canción. Pero los Stones no son dados al chantaje emocional, así que el tributo a Charlie se presentó así, sin zacate, sin decir agua va, al principio de todo. Después de la tercera rola Jagger apuntó que el toquín estaba dedicado a Charlie. Pero no le dieron oportunidad a nadie de que se exprimiera la lagrimita.

Se escuchó entonces la frase “Ladies and Gentleman: The Rolling Stones” y comenzó el show. Compramos un par de cervezas y estaban al tiempo, lo que agradecimos porque el frío estaba duro. Precavido como todo borracho que se respete, llevaba medio litro de Bushmills Black encajado entre los güevos. Que fue lo que nos tiró el mayor de los paros. Abrieron con “Street Fighting Man”. Y no quiero ser carrillento, pero es la primera vez que veo a los Stones tan jodidos. La cara de Jagger parece la de Lyn May. Es obvio que cada gira se da una restiradita, pues parece que ya no da más. Una cirugía más no la aguanta.

ACUDÍ A LA CITA con las Satánicas Ancianidades sin expectativa alguna, sepa Dios por qué. Algo dentro de mí me decía que aquello sería un mero trámite. Ahora que lo razono, era la muerte de Charlie. Estaba acusando, más que la banda misma, el síndrome del miembro fantasma. El escenario estaba mojado, lo que quizá explique por qué Keith se mantuvo casi todo el tiempo detrás de su micro. No se adelantaba en el escenario como de costumbre. Amén de la panzota que se carga. Y eso fue un signo de alarma. Es ahí donde pude ver que los Stones decidieron que siempre sí son humanos. Y nadie resiente más la muerte de Charlie que Keith, lo exuda.

Después vinieron “You Got Me Rocking” y “19th Nervous Breakdown”. Hasta aquí todo normal. Los Stones profesionales. Apegados al guion. Na-da de sorpresas. Y quizá obedeciera a la misma ausencia de Charlie que al wataje le faltara punch. Después vino “Tumbling Dice”, una rola que anuncia que lo heavy está por venir. Pero pese a todas las ganas, los Stones como que no arrancaban. Y menos lo hicieron con “Heartbreaker”, que Jagger cantó a regañadientes. Aprovechó la oportunidad para disculparse por no bailar tanto, debido a lo resbaladizo que podría tornarse el escenario. Y mientras Keith parecía estar en la luna toda la chamba la sacó Ron Wood, que requinteó como nunca. Con un protagonismo que no había tenido nunca antes.

“You Can’t Always Get What You Want” suele ser un highlight pero nomás no levantaban. Y no era el clima o el público. El estadio estaba a rebosar. Y la gente estaba más que dispuesta a entregarse. Luego tocó el turno a “Living In A Ghost Town” y la noche comenzó a tornarse diabólica. Las leyes de la naturaleza se rindieron a los Stones. Dejó de llover y yo creo que eso fue clave, quizá la artritis dejó de incordiar a Jagger y compañía porque de ahí en adelante comenzó la metralla. “Life was so beautiful / Then we all got locked down / Feel like a ghost / Living in a ghost town”.

A partir de ese instante los Stones sacaron la casta por Charlie. Pareciera que el fantasma del baterista había descendido al escenario desde las alturas. La banda a la que estábamos acostumbrados por fin aparecía ante nuestra jeta. Y ora sí, agárranse putos.

Con “Start Me Up” aquello adquirió tintes de aquelarre. Y lo primero que vino a nuestras mentes fue “Brown Sugar”. Una rola que ya no tocan porque sus primeros versos pueden incordiar al Black Live Matters por su referencia a la esclavitud. Lo políticamente correcto alcanza hasta a los Stones. Que se llevan las cosas con mucho tacto. Steve Jordan, quien se quedó en el lugar de Charlie, es de color. Y la pantalla no dejaba de tomarlo. Y no tanto porque los Stones quisieran congraciarse, sino porque los malditos seguro tienen planes de seguir girando y desean que su público se familiarice con el nuevo miembro. Ojalá y todo les resulte y tengamos la oportunidad de verlos en el 2049.

Rolling Stones
Rolling StonesFuente: dallasnews.com

CONOZCO MUCHOS VIEJOS mariguanos que matarían por escuchar “Honky Tonk Women” en vivo. Espero que no lean esto y quieran hacerme carnitas. Tras esta rola vino la intervención de Keith. Que se reventó dos rolas. La segunda, “Slipping Away”. Fue un momento terriblemente hermoso. Todo ese dolor que se ve que está cargando el cabrón salió en la interpretación.

Escuchar ese rolón en ese momento, con unos Stones visiblemente diezmados pero en pie como cajero de Oxxo, es la mejor navidad adelantada. Y si pensamos que nada cambia en el script, esta vez no tocaron una balada. Siempre es “Wild Horses” o “Angie”, pero ahora el momento romanticón fue todo de Keith.

Y luego “Miss You” y a mover todos las nalguitas. Más que en un concierto de rock parecía que estábamos en una clase de pilates. Si Jane Fonda sacó su video, yo creo que Jagger ya se está tardando en abrir su canal de YouTube. Y entonces, pum: “Midnight Rambler”. Un calladero de hocicos multitudinario. Los Stones resucitando again and again and again. Doce minutos con cincuenta segundos de puro blues. La banda jameando como si tuvieran putos veinticinco años. El pacto con el diablo todavía no se acaba, señores. Y Jagger elevándose a las alturas con la armónica. Más que una canción es una sesión espiritista. A la que acuden todos los fantasmas: Robert Johnson, Brian Jones, Charlie Watts et al. Y el chipi chipi que a ratos iba y volvía le valió madre a Jagger y se puso a saltar como poseso. El poderío de los Stones sigue intacto. Y si no me lo creen pueden ver el video en YouTube. Entonces sí que Keith recorrió la pasarela y se unió a Jagger, como su fiel guardián, escudero y novia tóxica. Ouu yeah.

LO QUE SIGUIÓ fue una cascada de pu-ro rock & roll. Fue como agarrarte de la corriente y sentir la descarga pelona. Como la coca sin cortar. Como un trago de mezcal de ochenta grados. “Paint It Black” atronó con su malignidad a tope. Más que una rola es un canto de guerra. Un llamado a incendiarlo todo. Posee toda la energía del cántico de futbol. Es una cabalgata a todo galope. Sus coros parecen una invocación al mismísimo Satán. Y eso nos encanta. Ese primitivismo que jamás envejecerá. Lo que nos lleva a la pregunta eterna sin respuesta. ¿Los Stones han envejecido? Se puede ser viejo a los 76 y tocar con esa energía. Se puede ser viejo y tocar rock, por supuesto. Eric Clapton es un ejemplo. Pero se puede ser viejo y hacer un performance como Mick Jagger. La humilde opinión de este redactor es que no.

“Sympathy For The Devil” siempre es un agasajo. Ver a Mick con su saco rojo moviéndose como un diablillo que acaba de salir del infierno para hacer travesuras y vernos arder en llamas es algo de lo que nunca nos cansaremos. Es como decir que te vas a cansar de escuchar “Hoochie Coochie Man” de Muddy Waters. O “Boom Boom” de John Lee Hooker. Los Stones han logrado arañar las alturas del blues como nadie. Y han pagado todo el tributo del mundo. La muerte de Jones y los kilos de droga consumidos son algunos de los tributos que le han pagado al chamuco. Y el auténtico maligno no es otro que el rock & roll al que siempre han servido como los más fieles devotos.

Es imposible escuchar “Jumpin' Jack Flash” y no pensar en Fear and Loathing in Las Vegas. No hace falta que lo diga, pero alcanzado este punto es imposible no pensar en los Stones como una parte indisoluble de la cultura de finales del siglo XX y principios del XXI. Presentimos que nos acercábamos a la recta final. Y por supuesto no queríamos que terminara. Porque con el repertorio de los Stones la velada podría alargarse hasta cuatro horas. Y a diferencia de los conciertos de The Cure, aquí sí que aguantaría todo el tiempo de pie. Estoy seguro de que Jagger también lo soportaría.

Si existe una canción que me hace sentirme vivo, ésa es “Gimme Shelter”. Y en vivo los Stones la han perfec-cionado hasta niveles dogmáticos. El duelo entre Jagger y la corista es un espectáculo religioso. Es una lucha entre predicadores. Un combate entre las fuerzas del bien y del mal. Una guerra para rescatar nuestras almas de las llamas de infierno de la droga. Un combate a gritos. La antesala perfecta para la salida triunfal, el gran alarido final. La declaración de principios por excelencia: “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Siete minutos de pura historia. Un monolito tan ligero que pone a todo mundo a bailar. A orar. A decir, con Sir Jagger estamos y estaremos. Por los siglos de los siglos.

Y la misa satánica termina. Y no hay duda de que éste es el mejor show de los Stones que haya visto. Y sin Charlie. Igual he dicho lo mismo de todos. Pero nadie trabaja bajo presión como los Stones. Y esta noche lo han vuelto a demostrar. Y lo mejor de todo es que llenan estadios tocando blues. Só-lo ellos pueden darse ese lujo.