Silencio, por favor

OJOS DE PERRA AZUL

Silencio, por favor
Silencio, por favorFoto: Cortesía de la autora
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Hablo sola, sin parar, no puedo callarme. En el colegio me sacaban del salón por distraer a mis compañeros con pláticas interminables. Me defendía ante la prefecta con una explicación tan larga que ella terminaba por mandarme de regreso. Para mala suerte de la maestra, le contaba con pelos y señales lo que me habían dicho en la dirección. En la misa de los viernes interrumpía al Padre a la hora de la predicación, quería darle mi punto de vista sobre el cielo y el infierno y la falsa promesa de la vida eterna. Ni con la campanilla ni la eucaristía me silenciaba. Conquistaba con discursos amorosos a mis novios de la adolescencia, luego me dejaban por aturdimiento. Conseguí un primer empleo a base de una larga exposición sobre los beneficios que ofrecía a la empresa, me despidieron por abrumar a los clientes con mis peroratas imparables. Ayer me sacaron del cine por estar hablando en medio de las escenas eróticas de la película. Me cortaron el teléfono por saturación de las líneas nacionales e internacionales, ahora uso mensajes de voz a máxima velocidad para transmitir mis inagotables anécdotas.  

HABLO DURANTE EL SEXO y mientras duermo, para horror de mis parejas, que no pueden descansar. En el gimnasio canso a los entrenadores, no pueden dar indicaciones a los otros, han amenazado con retirarme la membresía. Cuando me arreglo por las mañanas le hago un recuento al espejo sobre todo lo que voy a hacer durante el día, he tenido que cambiarlos varias veces porque no aguantan la carga de mis discursos. Durante el desayuno platico con los cubiertos y los platos, le digo al café el placer que me provoca y a las frutas el provecho que me dan. Recostada en el diván no me detengo con las asociaciones libres, no permito que las interprete mi psicoanalista. Analizamos mi terror a la mudez.

En el colegio me sacaban del salón por distraer a mis compañeros con pláticas interminables

Parezco loca, sé que hablo sin parar, con las paredes, con las piedras y contigo, mi querido y paciente lector a quien prometo contarle todo lo que me ha ocurrido. No dejaré de confesarte mi vida personal desde que nací y empecé a hacer uso de la palabra. Juro no cerrar la boca, divertirte con mi verborrea, entretenerte con mis anécdotas reales o inventadas. Te contaré la historia desde la primera vez que me leíste, así como lo que pase por mi mente, cuerpo y lengua mientras duren los relatos que te ofrezco. No callaré.

*A otra prosa, mariposa.