Tinta china

La crítica y el público lector coinciden desde hace años: Emmanuel Carrère es uno de los prosistas esenciales de nuestro tiempo. El adversario, Una novela rusa o Yoga son una muestra de su fuerza narrativa. El texto que ofrecemos, inédito en español, es el prólogo a una antología publicada por Gallimard en septiembre de 2023. El volumen recoge, además, por vez primera, una parte del notable trabajo periodístico de este gran escritor francés

"Mi hermano es muy serio, nunca hace tonterías. Todo el tiempo lee libros de gente grande."
"Mi hermano es muy serio, nunca hace tonterías. Todo el tiempo lee libros de gente grande."Fuente: Gallimard
Por:

Traducción: Guillermo de la Mora

CUANDO ERA ADOLESCENTE, dibujaba. He perdido la mayor parte de esos dibujos, como ha pasado con muchas otras cosas en mis múltiples mudanzas. Por suerte, le regalé unos cuantos en aquella época a mi amigo Stephan Martin, que los guardó con cuidado. No los había visto desde hace casi cincuenta años. Los veo y me intrigan, pues muestran habilidad ejecutoria con la tinta china, un talento situado claramente del lado de la artesanía y no del arte. Otro de mis amigos también pintaba a esa misma edad. Sus referencias eran Francis Bacon, Andy Warhol y David Hockney. Las mías eran las ilustraciones de las novelas de Julio Verne en las antiguas ediciones Hetzel, las de Gustave Doré y en el máximo de la ambición, los aguafuertes de Piranesi o de su discípulo francés, Charles Méryon. Mi único toque de relativa modernidad eran los títulos desenfadados, a la manera surrealista. El muchacho que dibujaba eso –y que dejó morir este talento cuando el gusto por la escritura lo reemplazó– hizo un autorretrato imaginándose de viejo. Así es al menos como esperaba verse. Cada quien tiene una edad gloriosa, aquella que le deparará lo mejor de la vida y de sí mismo (si es que se llega). Yo pensaba que ésa iba a ser la mía y que habría que esperar pacientemente hasta llegar a mi estiaje.

2

DESDE MUY JOVEN ya tenía gustos de viejo. No me gustaba el rock, sino la música clásica. Aunque desafortunadamente no soy músico, soy lo que se denomina un melómano. Mientras conduzco y sintonizo France-Musique o Radio-Classique, es raro que después de un fragmento no reconozca la pieza que se está tocando, incluso en ocasiones al intérprete. En materia literaria, que pronto se convirtió en el gran asunto de mi vida, era en mi juventud un extraño de todo lo que pasaba con mis contemporáneos: las cenizas de la nouveau roman, la revista Tel Quel y el situacionismo. Lo que a mí me gustaba, era la literatura fantástica y más tarde la ciencia ficción. A los once o doce años, encontré en mi biblioteca familiar un volumen de Lovecraft (regalo de mi tío Nicolas Zourabichvili a mi madre, un presente bastante raro, pues no tenía posibilidad alguna de gustarle a su destinataria). A mí me atrapó de por vida. Ningún texto literario me ha marcado tanto como el primer cuento de la antología “El testimonio de Randolph Carter”, ninguna sucesión de palabras tuvo alguna vez un efecto tan poderoso en mí como la última oración de este cuento, diferenciado del resto del texto por itálicas: “Idiota ¡Warren está muerto!” (algunos pocos me comprenderán, seguramente muy pocos). Un poco más tarde, descubrí la colección editorial Marabout-fantastique, establecida en Verviers, en el canal de Charleroi, lugar que irónicamente luego se convirtió en uno de los centros más activos del yihadismo belga. El autor estrella de Marabout era Jean Ray, un tipo astuto a quien le hice un retrato que aparece después de mi autorretrato como viejo. Jean Ray y sus fieles mantenían alrededor de su vida aventurera un halo de leyenda: había buscado oro en Klondike, contrabandeado en la Rum Row en el tiempo de la prohibición americana y también la había hecho de verdugo en China (una biografía menos romántica reveló que toda su vida había trabajado en la alcaldía de Gante). Otra leyenda mejor fundada: Jean Ray hizo algo de dinero traduciendo del holandés al francés cuentos policiacos populares, las aventuras de Harry Dickson, “El Sherlock Holmes americano”. Estos fascículos, que tenían como título Los tres círculos del terror, El vergel del diablo, La maldición de las gorgonas o Los espeluznantes, tenían portadas muy llamativas: saqueadores de cadáveres, espectros atormentados o jóvenes vírgenes aterrorizadas. Los cuentos originales eran tan malos que Jean Ray prefirió, en lugar de traducirlos o incluso leerlos, reescribirlos con base en el título y la ilustración. Escribía uno cada noche, casi en trance. El resultado es una mezcla de literatura popular y automática, con muchas tonterías, pero también con invenciones brillantes. El fan más célebre de Harry Dickson fue Alain Resnais, que soñó durante mucho tiempo con hacer una película sobre sus aventuras. De este sueño se publicó un álbum de fotos mágico, Repérages,1 que mantuve en mi mente por muchos años. En mis inicios como escritor, nada me parecía más prestigioso que ser publicado en Marabout, ningún premio literario más codiciado que el premio Jean-Ray (que obtuvo por su primera novela mi amigo René Belletto). Por mi parte, mi primer cuento se publicó en la revista Fiction.2 Se llamaba Víctor Frankenstein, libretas inéditas y era una variación de las memorables circunstancias en las cuales Mary Shelley, de diecinueve años, escribió un libro lleno de pompa anticuada, pero que seguirá leyéndose mientras haya lectores de libros, incluso si Dante y Faulkner cayeran en el olvido (al menos esa es mi opinión).

Hice mis pininos en Fiction y durante más de quince años, la ficción fue mi horizonte. Eso es lo que me interesaba: Frankenstein, Drácula, El hombre que fue jueves, El señor de Ballantrae, Grandes esperanzas…

3

HICE MIS PININOS EN Fiction y durante más de quince años, la ficción fue mi horizonte. Eso es lo que me interesaba: Frankenstein, Drácula, El hombre que fue jueves, El señor de Ballantrae, Grandes esperanzas… En quince años he escrito cinco novelas, de las cuales escogí dos para este volumen de antología. Las otras tres se ausentan felizmente. El amigo del jaguar fusionaba dos experiencias capitales a mis veinte años: mi primera historia de amor y los dos años que pasé como colaborador del Instituto francés de Surabaya, un puerto en la punta oriental de Java, donde se desenvuelve una de las novelas más bellas de Conrad, Victoria. Hacer el servicio militar en la cooperación internacional en aquella época era una bendición para un joven burgués recién egresado de sus estudios universitarios en ciencias políticas, lejos de todo lo que le resultaba familiar, de los abrigos de lana de la calle Saint-Gillaume. Este primer libro, así como lo veo a cuarenta años de distancia, es a la vez prometedor (allí uno puede ver, si se tiene buen ojo, que el chico que lo escribió podrá algún día escribir algo que valga la pena) y prácticamente ilegible. Podría decir lo mismo de Valentía, que es una extensión de mi cuento inaugural sobre Frankenstein y pretendía ser una demostración de virtuosidad al estilo de Nabokov. En ese momento, Nabokov era un dios para mí. Al día de hoy, sus obras maestras me resultan aburridas, a excepción de Lolita… Mi primer libro legible fue el tercero, El bigote escrito casi por sorpresa. La idea proviene de un cuento en el estilo de ciencia ficción paranoica de los años 1950 La invasión de los usurpadores de cuerpos de la serie Twilight Zone. Como ya tenía el principio, viajé a Biarritz en temporada baja, pensando en cerrar en algunos días una narración de unas veinte páginas. El primer día escribí el descenso a los infiernos por parte del héroe, que eran cerca de treinta páginas. Sin saber qué iba a seguir después, me fui a dormir, ya resolvería al día siguiente. El segundo día escribí el segundo día de la historia, ignorando totalmente lo que sucedería en el tercero. De esa manera, la narración se extendió unos diez días, que transcurrían paralelamente, sin saber a dónde iba a parar el héroe. El final fue suficientemente horrible como para que la correctora de la editorial P.O.L. se negara a volverlo a leer, lo que me pareció el mejor halago posible. Los críticos detectaron en este relato la influencia de Kafka, mientras que yo reivindicaba aquellas de Richard Matheson, Thomas Disch y Philip K. Dick, que nadie conocía en el mundo literario serio. El bigote fue mi primer éxito. Me acababa de casar y de tener un hijo y en ese momento decidí que mi labor era escribir libros, que terminaría uno cada dos años más o menos. Fue así que me obligué a escribir Fuera de juego, una novela naturalista, flaubertiana, a la vez competente y morosa, que con justa razón tuvo diez veces menos lectores que El bigote, que por poco merece el Goncourt, y cuyo fracaso abrió un episodio bastante siniestro de mi vida. Busqué refugio en la devoción católica, episodio que conté veinte años después en El Reino. Si pude salir de ese pantano, fue gracias a mi agente, François Samuelson, que me hizo reaccionar y me alentó a escribir la biografía de Philip K. Dick. De todos mis libros, esa biografía es uno de mis preferidos, y el único que lamento que no se encuentre (por falta de espacio) en algunas antologías.

"Autorretrato anticipado, cuando yo era un adolescente."
"Autorretrato anticipado, cuando yo era un adolescente."Fuente: Gallimard

4

A Yo estoy vivo y ustedes muertos.3 Le puse el punto final el 9 de enero de 1993 y el día 13 del mismo mes leí el primer artículo de Liberation sobre el caso Romand.4 Estaba escrito por Florence Aubenas, de quien veinticinco años más tarde adapté la obra El muelle de Ouistreham5 al cine. Su última frase “Y fue a perderse, solo, en los busques del Jura” fue para mí un mantra casi tan hipnótico como “Idiota ¡Warren está muerto!” de Lovecraft. Supe inmediatamente que iba a escribir un libro sobre esa historia atroz y se me ocurrió el título. Siguieron siete años de depresión y de exceso de trabajo alternados (la depresión era más presente, tanto en duración como en intensidad). En medio de este libro imposible a escribir, llegó otro, Una semana en la nieve, por sorpresa, como El bigote. Se trata de una novela corta, en el linde de lo fantástico. Al igual que El bigote, la novela se escribió prácticamente sola en unos diez días. La diferencia es que no la escribí en Biarritz, sino en Bretaña, en la casa que me prestó Olivier Rolin. Ésta no salió con la crueldad lúdica de El bigote, sino acompañada de miedo y lágrimas. No dormía, temblaba, tenía la impresión de que los muros goteaban sangre. Fin de la risa. Sobre este último libro de ficción, en mi opinión el mejor trabajado, podemos terminar la visita guiada de mi obra.

Formo parte de los convencidos de que estamos cerca de una catástrofe sin precedente, sin duda el fin de nuestra especie. Si esto es verdad: ¿Qué sentido tiene escribir sobre otra cosa?

5

TOMADA EN GRECIA por Charline Bourgeois-Tacquet, la última foto me muestra a los sesenta y cinco años, mi edad actual. Es más o menos la misma edad en la cual a los dieciséis o diecisiete, me dibujé en tinta china como un viejito simpático. El hombre maduro en quien yo imaginaba en convertirme y aquel en el que me transformo poco a poco al día de hoy, tienen cincuenta años de diferencia y ahora pueden verse de frente. Si uno se olvida del tweed, la pipa, y los atuendos anticuados del lector de Jean Ray, me parece que no estaba tan equivocado. Sin embargo, habiendo sido un aspirante a viejo desde joven, me da la impresión de haber rejuvenecido con el tiempo, algo que le debo en gran medida a mi trabajo.

6

LOS LIBROS O PELÍCULAS que más me conmueven son los que muestran al mismo tiempo las dimensiones horizontal y vertical de la vida. Horizontal: el amor, la amistad, los vínculos que uno genera cuando uno atraviesa la existencia en las mismas aguas, en los mismos tiempos. Vertical: las relaciones entre generaciones. Padres e hijos, antepasados y descendientes, que vivieron mundos diferentes, compartieron otras historias, otros valores y otras evidencias –ésas, las de nuestros antecesores que se han vuelto no solamente extrañas, sino cada vez más (habiendo tomando el gusto por escandalizarnos) escandalosas. Me gustan las historias que abren las puertas a esas dos dimensiones de la experiencia humana, incluso estoy convencido de que este es el secreto de las obras maestras (Guerra y paz, Los Buddenbrook, Kristin Lavransdatter…). Sin embargo, a medida que envejezco, lo que más me interesa es la dimensión vertical. Lo que más me interesa, no son tanto mis amigos y mis amores, sino mis padres, hijos y el hijo que yo mismo fui. La mayor parte del tiempo me digo que debería encontrar una forma de hablar sobre la guerra en Ucrania, sobre el desastre climático, sobre esta cosa enorme que se está fundiendo sobre nuestras vidas y que probablemente va a devorarnos: la Inteligencia Artificial. Formo parte de los convencidos de que estamos cerca de una catástrofe sin precedente, sin duda el fin de nuestra especie. Si esto es verdad: ¿Qué sentido tiene escribir sobre otra cosa? En momentos, sin embargo, me digo que mi padre que se acerca a la muerte y el abismo de tiempo que me separa del niño que fui, deleitado y aterrado por los simios locos del Barón de L’Espée es en verdad poca cosa y a la vez fundamental. Valorar aquello que hemos conocido en nuestro pequeño recorrido en la tierra y nada más, en nuestra pequeña existencia temporal y no en otra, en nuestro pequeño ser y no en otro, de eso se trata la tarea de las personas como yo, que se dedican a contar historias. Tal vez reunir estas fotografías y escribir este prefacio son una manera, de empezar a hacerlo.

"Visita a la ermita."
"Visita a la ermita."Fuente: Gallimard

Notas

1 Este libro de tiraje corto apareció en las Éditions du Chêne en 1974, con textos de Jorge Semprún. (N. del T.)

2 Revista francesa de ciencia ficción fundada en 1953, su principal editor fue Alain Dorémieux (1933-1998). (N. del T.)

3 Biografía de Philip K. Dick, publicada en 1993 por la editorial francesa Seuil. (N. del T.)

4 Jean-Claude Romand es un asesino francés que mató en 1993 a su mujer, hijos y padres. Se hacía pasar por doctor, aunque nunca se graduó de la escuela de medicina y vivía de préstamos de su círculo social cercano. Al estar a punto de ser descubierto, cometió los mencionados crímenes. (N. del T.)

5 Relato autobiográfico de la periodista Florence Aubenas que se inserta de manera voluntaria al mundo de la precariedad laboral, publicado en 2010 por la editorial L’Olivier y traducida en español en 2022 por la editorial Anagrama.

"Ilustración para El hombre que fue jueves, de G.K. Chesterton."
"Ilustración para El hombre que fue jueves, de G.K. Chesterton."Fuente: Gallimard