Una voz indómita

Esta semana fue reconocido con el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima —por su novela
El expediente Anna Ajmátova— nuestro colaborador y consejero editorial, Alberto Ruy Sánchez,
quien comparte en esta página una lectura generosa de la poesía de Ana Belén López.
Su revisión detalla con puntualidad las cualidades y destaca los méritos
de una obra en marcha; la acompañamos con una muestra del libro más reciente de la autora. 

Una voz indómita
Una voz indómita
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Cada nuevo libro de Ana Belén López es recibido como una revelación y a la vez una confirmación por quienes somos asiduos a su obra envolvente, intensa pero tranquila, discreta pero seductora. La voz poética que sorprendió a tantos desde su primer libro, entre quienes estaban tanto Álvaro Mutis como Octavio Paz y su maestro Hugo Gola, se ha transformado sorpresivamente en cada nuevo ciclo de poemas, pero conservando el rigor de una aparente simplicidad en la cual las palabras crean lentamente una atmósfera más transparente, donde las cosas se muestran más profundas, significan algo más hondo e inesperado. Hay una visibilidad acrecentada que crea la impresión de verlo todo por dentro, llevándonos de la materialidad observada hacia algo que podríamos llamar la sustancia de nuestra relación con ella.

No era de extrañar que después de haber hecho una tesis brillante sobre el poema extenso en Octavio Paz, abriera su primer libro, Alejándose avanza (Tierra Adentro, 1993; Instituto Sinaloense de Cultura, 2020), con “Lienzo blanco del regreso”, considerado uno de los más bellos y contundentes poemas extensos de la literatura mexicana. Lo que no deja de extrañar es la manera en la que cada uno de sus siguientes libros, incluyendo Ni visible, ni palpable, aún siendo suma de diversos poemas breves, ha conservado muchas de las características del rigor compositivo del poema extenso. En su unidad dentro de la diversidad, en su regreso de ciertos motivos y de cierta música, nos deja la sensación de haber entrado y salido de un solo poema.

EL ESQUEMA DE SUS LIBROS no es, como muchos otros, una partitura, sino una perfecta coreografía. Algunos poemas se atraen, otros se alejan. Y su danza establece un territorio poético que Ana Belén no dejará de habitar y cultivar en todos sus títulos. Comarca de una voz que nombra directamente ciertos movimientos de la vida mostrándonos que son más profundos, más secretos, más intensos de lo que parecen.

Fugas que se convierten en cercanías, silencios que hablan, los poemas de Ana Belén López señalan detrás de las cosas a personas, encuentran en los lugares más frágiles presencias decisivas, ven entre la gente fuerzas misteriosas, perciben en el tiempo un fugaz vacío y, en silencio, en los pliegues agudos del silencio, el reino omnipotente del deseo. Callado, el deseo todo lo toca en esta poesía: sin decir su nombre, todo lo mece, lo vuelca, lo reanima, y las formas de su tiranía se vuelven las formas de la vida.

Ya en su libro Del barandal (Ediciones Sin Nombre, 2001), la mirada deseante se extendía hacia el tiempo remoto volviéndolo cercano, no sólo por la evocación sino por la conciencia de quien mira haciéndolo desde aquí y ahora. Y se sigue nutriendo sensorial y emocionalmente de lo que se ha ido. Luego, la mirada desde el barandal se extiende sobre las estaciones del año dejando que todos los sentidos gocen, festejen, vivan en el contac-to intensificado con el mundo cambiante.

Este libro pertenece a los raros incluyentes
porque su experimentación no es de estallidos
sino de seducción

Cuando publicó Retrato hablado (Andraval Ediciones, 2013) yo pensé que era el más hondo de sus libros, el más doloroso y al mismo tiempo el más gozoso. De nuevo un díptico pero en éste hay un profundo duelo, una memoria herida en la que hay pérdida que se transforma sutilmente en afirmación de la vida. Una mirada atenta a todo lo que ya no está y a todo lo que ya no somos pero, poco a poco, se mira simultáneamente todo lo que vamos siendo. Pensaba que su autora es como un Ave Fénix de sus propias cenizas que por el poder de su poesía se vuelven también las nuestras.

PERO SU VOZ RENACE indómita: Silencios (Instituto Sinaloense de Cultura, 2009) es un deslumbramiento mayor: nació de colaborar con el fotógrafo Martín Gavica y la coreógrafa Claudia Lavista. El poema fluye entre los bellos cuerpos desnudos en movimiento tomados desde muy cerca y surgiendo de una penumbra. Pero las palabras tienen tal fuerza que se independizan de las imágenes sin darles la espalda y toman un ritmo de brevedades y silencios que es totalmente suyo. Libre y hondo. “El sueño nació en la punta de la luz / cruzó la obscuridad / despertó en un cuerpo”. El poema se vuelve un cuerpo en el que vamos viendo cómo “un todo fragmentado / se desgarra / se desnuda / insiste / se levanta / se recoge / persiste...”.

El más reciente avatar de la poesía de Ana Belén López, como un manifiesto radical sobre la profundidad de las cosas de la vida, se titula Ni visible, ni palpable (Libros UNAM, El Ala del Tigre, 2020). Todos los espacios y los instrumentos poéticos que ha ido conquistando se intensifican volviéndose inusuales. Después de tantos años de lecturas, de amar poemas y elegir cada vez unos pocos, no creo haberme encontrado nunca un libro así. Sería fácil decir tan extraño, si la extrañeza fuera un lugar, un ámbito, un país imaginario donde las cosas funcionan de otra manera y los raros se encuentran, separados de todo lo que no es como ellos. Sería fácil pero muy poco preciso porque, ¿no es la extrañeza lo que caracteriza cada una de las obras creativas más verdaderas, las que crean algo nuevo en el mundo, en el lenguaje, en el flujo de las palabras compartidas?

La pregunta entonces sería, ¿qué tipo de extrañeza tiene cada uno de los raros que amamos? Este libro de Ana Belén López pertenece a los raros incluyentes porque su experimentación no es de estallidos sino de seducción.

Su creatividad nos concierne, no nos expulsa de su respiración. La vuelve nuestra. Ha decantado sus recursos convirtiendo sus poemas en la misteriosa aparición de lo que ella llama “las cosas simples”. Y su enorme disponibilidad sensible y reflexiva se vuelve capaz de decir, a través de ellas, lo incomunicable, como un eterno acercarse a ese centro candente donde todo significa mucho más de lo evidente: “Una flor deshidratada. / La luz golpeando el ventanal. // La cera de una vela que chorrea despacio. / El brillo del polvo de la luz. / El sonido diferente de la mañana. / Un jardín que despierta lejos del mar. // Una silla vacía, una taza roja, / La música de un radio que se apagó hace años. / Cosas simples. // Ni visibles / ni palpables”.