Es como una pinza que se irá cerrando. El embajador Ronald Johnson y el jefe de la DEA, Terrance Terry Cole, tienen una idea nada agradable sobre lo que ocurre en nuestro país en lo que se refiere al crimen organizado.
A ello hay que sumar la propuesta del presidente Donald Trump de catalogar como terroristas a algunas de las organizaciones de traficantes de drogas.
Están ahí las pinceladas de lo que podría ser el diseño de una política intervencionista. Ése es el riesgo, la amenaza.
Ante esta situación, lo que convendría es concentrarse en las fortalezas que pueden provenir de la acción de seguridad que está en manos mexicanas, y en particular de Omar García Harfuch.
El secretario de Seguridad conoce a la DEA y sabe de sus rutinas, de la capacidad que tienen y también de los insumos que necesitan.
Hace algunos años, en los albores del gobierno de Enrique Peña Nieto, se optó por reducir la influencia de la propia DEA y por abrir una ventanilla de trabajo con la CIA.
El objetivo era hacer un contraste con la administración de Felipe Calderón, pero no reduciendo la colaboración con los vecinos del norte, sino encauzándola de otra manera.
En Estados Unidos tienen una alta experiencia en el procesamiento de la información para convertirla en productos útiles de inteligencia, pero requieren del acompañamiento de las autoridades locales para ser efectivos, ya que mucho del trabajo tienen que hacerse en terreno.
La clave estará en encontrar una mecánica adecuada para hacer que la relación con la DEA sea provechosa para México. El trato será con ellos, en primera instancia, aunque no se puede descartar que en Wasington eleven las apuestas.
En el pasado y ahora, ésa fue y puede ser una oportunidad, si se establecen reglas y se parte de un trato entre socios.
Hay agentes policiacos, sobre todo los que pertenecieron a la Policía Federal, que recibieron formación en la propia agencia antidrogas. El propio Terry Cole tiene confianza en grupos especiales de la Marina Armada de México.
Lo que parece irremediable, es que se tendrá que enfrentar una hostilidad cotidiana, alineada a la estrategia de comunicación de la Casa Blanca.
Por supuesto que existen factores que pueden ser explosivos y, son los que provienen o provendrán de la información que se obtenga, y que revele el grado de complicidad de autoridades de todo nivel con los bandidos.
Estas historias emergerán, tarde o temprano, y más valdría conocerlas de antemano, para reducir el daño, pero también para avanzar en la construcción de condiciones que desmantelen la influencia de los criminales en diversas regiones del país.
Hay que hacer la siguiente pregunta: ¿Quién preferimos que nos cuente lo que está ocurriendo? ¿La SSPC o la DEA? Las implicaciones de ello, sobra decirlo, son, ésas sí, definitorias al menos en el corto y mediano plazo.