TEATRO DE SOMBRAS

La inmoralidad del armamentismo

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Se ha dicho que las guerras comienzan en las mentes de las personas. Por eso, después de la carnicería de la Segunda Guerra Mundial, se creó la UNESCO como una institución a nivel global que buscaba fomentar la cultura de la paz. Así como sucede en la medicina, que se debe enfocar en la prevención de las enfermedades y no sólo en su curación, lo que se pensó en la UNESCO era que la prevención de la conflagración —que puede ser vista como una de las peores enfermedades sociales— debía ser uno de los objetivos del nuevo orden mundial de la posguerra.

¿Qué tanto éxito ha tenido la UNESCO en esa tarea pacificadora? Sin ánimo de menoscabar sus logros, me parece, que una rápida ojeada de la situación mundial nos permite darnos cuenta de que el espectro de la guerra sigue amenazando a la humanidad. Pienso que, para alcanzar la paz, no basta con intentar sofocar nuestros impulsos bélicos, sino que hay que dar un paso adelante y destruir —sí, destruir— todos los instrumentos de las guerras. Quienes hablan de la paz mundial y, al mismo tiempo, se arman hasta los dientes, sobre todo con poderosísimas armas de destrucción masiva, son unos hipócritas. Mientras existan esas armas diabólicas no podrá haber paz.

Hay algo inmoral en el armamentismo que debe ser señalado. El solo hecho de desarrollar, construir y poseer un arma que sea capaz de matar a miles de seres humanos es un acto que merece calificarse como inmoral. Incluso si esa arma no se utiliza jamás, hay algo moralmente inaceptable en su mera existencia. Por lo mismo, los científicos que participan en la industria armamentista son moralmente condenables, aunque no se manchen las manos de sangre.

Defenderé una tesis radical: el único camino hacia la paz es desarmarse por completo frente del enemigo. Una objeción es que al hacer esto se corre el riesgo de ser destruido por el oponente. La respuesta a esa objeción es que cuando nos quedamos desarmados ya no corremos el riesgo de destruir al enemigo y, lo que es peor, de que nosotros y los enemigos nos destruyamos mutuamente. La paz no se logra por medio de las amenazas, sino por una actitud de renuncia a pelear contra el otro que se eleva en un ejemplo moral. La lógica de la disuasión, la de la paz armada, nunca ha sido efectiva. La única lógica, llamémosla así, que puede acabar con la guerra es la del desarme, la de renunciar a la posesión de los instrumentos de la muerte. Sólo así podemos encontrarnos cara a cara frente al enemigo para convertirlo en un amigo, sólo así podremos salir del torbellino del odio en el que lo único a lo que podemos aspirar es a disfrutar de una tregua antes de la destrucción final.

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