De tanto usarse, muchas palabras y frases van perdiendo su significado original, que, casi siempre, consiste en su significado más hondo. Si usted entra por la mañana a un elevador en México es muy probable que diga “buenos días” a las personas que van dentro y que ellas respondan de la misma manera. ¿Por qué lo hacemos? Podría responderse que se trata de un mero formulismo social que carece de un significado sustancial. Lo decimos y ya, pero eso no significa que nos atengamos a su significado literal.
Decir “buenos días” es la expresión de un generoso deseo, es decirle a alguien: que su día sea bueno, que le vaya bien.
Lo común de la expresión no debe hacernos olvidar su encanto. Desearle el bien a otro ser humano es una de las actitudes más bondadosas, más admirables, más entrañables que puede tener cualquiera. Cuando salimos por la mañana rumbo a nuestros destinos particulares, no sabemos qué sucederá. Podremos tener un altercado, perder algo valioso, incluso sufrir un accidente. Desearle buenos días a alguien es desear que nada de eso malo suceda, que todo le vaya bien, que regrese a casa sano y salvo e, incluso, que regrese feliz.
Podría replicarse que cuando alguien me dice “buenos días” en el elevador no dice todo lo anterior. Esa persona ni siquiera me conoce, no tiene por qué desearme el bien. Sin embargo, en ello radica, precisamente, lo admirable del asunto: en que alguien a quien no conozco me diga que espera que mi día sea bueno. En ese momento, el desconocido se convierte en un prójimo que comparte conmigo un deseo común de todos los seres humanos, el de que el fracaso, la desgracia, el dolor, no se crucen en nuestro camino, por lo menos el día de hoy; mañana será otro día, pero entonces repetiremos el hermoso ritual, desearnos los buenos días.
Lo anterior se puede apreciar mejor si modificamos nuestro ejemplo. Imaginemos ahora que el elevador está en un hospital. Se abre la puerta en la planta baja y entra una persona que verá a un médico que le dará un diagnóstico que puede ser fatal, luego entra el pariente de un paciente que está internado por tener un padecimiento grave, y, por último, entra un joven médico que tendrá una larga jornada de atención a numerosos enfermos. Cuando todos ellos se dicen “buenos días”, lo que eso significa para cada uno es justo lo que quiere escuchar: que el diagnóstico sea positivo, que el pariente mejore, que el día de trabajo no sea extenuante.
El ejemplo del elevador del hospital puede tomarse en una metáfora de la vida misma. Subimos y bajamos todos juntos dentro del elevador de la existencia, sin saber, como decía el poeta latino, cuál es el fin que los dioses quieran darnos.