Aquiles contra el presente

Aquiles contra el presente
Por:
  • juliot-columnista

Siempre he sentido una ligera e instintiva repulsión por el presente y su pasajera vulgaridad a la que estamos condenados, como si fuera una moda impuesta e ineludible, un peligroso trending topic al que podríamos acostumbrarnos y olvidar que tenemos raíces y que, como escribiera famosamente Newton, estamos parados sobre hombros de gigantes.

Es por ello que en uno de mis lugares favoritos para estar, las librerías, me asalta una paradójica depresión: el alud (casi el ruido) de las novedades parece sepultar a todos los libros que las han precedido, y sobre todo a los clásicos, verdaderos cimientos que solemos dar por leídos (o incluso por releídos) cuando en realidad, ebrios de presente, los ignoramos. Contra esta poderosa imposición, suelo traer un Montaigne bajo el brazo, o un Byron, y nadar un poco todos los días contra la corriente del ahora.

Reconozco que esta actitud tiene algo de snob, y recurro a Calvino para moderarla: “La actualidad puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás. Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo contrario, tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. Así pues, el máximo rendimiento de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad”. Tiene razón, y ese equilibrio entre pasado y presente, tan difícil de conseguir, hoy lo podemos atestiguar en un escenario inusitado: Twitter.

¿Twitter, culmen de la fugacidad y de la brevedad, de la ocurrencia y la tontería, espacio virtual que parecería desenvolverse más rápido que el tiempo mismo? Sí, porque además de todo eso que sí es, Twitter también puede ser una conversación, y global. Hoy, y desde el 1 de enero, miles de personas leen y comentan La Ilíada en esa red social. Es el mejor uso posible de esa plataforma, tan dada a la estridencia, y es un milagro: un grupo de lectura, masivo, planetario, pone un pie en el pasado, aprende a detenerse y alcanza ese máximo rendimiento planteado por Calvino. Y todo porque un buen día, hace un par de años, a un profesor de literatura se le ocurrió anunciar que iba a leer La divina comedia a razón de un canto por día. La chispa prendió, los usuarios de Twitter —cientos, miles de ellos— se entusiasmaron y decidieron acompañarlo y así leyeron a Dante, a Cervantes, a Bocaccio y, ahora mismo, a Homero.

Yo vi de lejos la iniciativa de Pablo Maurette con escepticismo, pues no hay nada más íntimo y solitario que el ejercicio de la lectura, y soy antigremial, pero poco a poco comprendí que esa aventura, consolidada por un hashtag, no atentaba en lo más mínimo (qué expresión: lo más mínimo) contra el placer individual de perderse en un libro, al contrario: lo intensificaba al poder retroalimentar la experiencia propia con las lecturas de otros, especialistas o principiantes, todos unidos por un clásico y ofreciendo resistencia a la avalancha de la actualidad. Hoy la etiqueta #Homero 2019 es puro oxígeno para nuestros, a veces, sofocantes días, y la celebro y me uno, feliz, a la experiencia de compartir la cólera de Aquiles. No es tarde para sumarse: es altamente recomendable.