Carta de un ITAMita en apoyo a la comunidad del CIDE

Carta de un ITAMita en apoyo a la comunidad del CIDE
Por:
  • horaciov-columnista

Hace unas semanas, el Dr. José Antonio Aguilar Rivera, profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), publicó un espléndido artículo en Nexos. Titulado El árbol de todos, básicamente hace una descripción de las contribuciones del CIDE en sus 44 años de existencia, y las dificultades institucionales en los tiempos gubernamentales que corren.

Como integrante de otra comunidad universitaria —el ITAM— la reflexión de Aguilar Rivera me parece que tiene todo el sentido y me genera gran empatía.

En la búsqueda del mejor estudiantado, el mejor profesorado y la mejor reputación, es natural que se dé una sana rivalidad y colaboración entre instituciones de excelencia como el ITAM o el CIDE. Por muchos años, antes de que el CIDE produjera su propia cantera —sus licenciaturas más antiguas tienen apenas poco más de 25 años—, muchos estudiantes del ITAM fueron asistentes de investigación de profesores del CIDE, varios de los cuales también habían sido previamente docentes en el ITAM.

Todos quisiéramos que la universidad pública fuera la mejor oferta y alternativa posible para mexicanos y extranjeros que quisieran acceder a la educación superior en el país. Nadie lo discute. Pero como estamos lejos de ello —la contrarreforma educativa no abona a ese objetivo y el sistema de universidades Benito Juárez por lo redondo es un desastre—, hay que rescatar el papel central de los institutos y universidades privadas, y centros públicos que generan una oferta con estándares de excelencia académica, para producir cuadros con la mejor preparación posible para el servicio público, investigación, docencia o sociedad civil. En esa lógica se cuentan el ITAM, el CIDE o El Colegio de México, entre otras. Esas instituciones comparten el principio de que el talento y la excelencia sean los filtros de ingreso y permanencia, y que las condiciones socioeconómicas de los aspirantes no sean obstáculo para que, por sus méritos, puedan terminar como egresados de ellas.

No es lo mismo el calamitoso embate que recibe una institución como el CIDE, cuya viabilidad radica en el financiamiento estatal, que el caso del ITAM, que tiene un modelo de financiamiento que no depende de los caprichos presupuestales del gobierno. De cualquier forma, tampoco es correcto que desde el poder, o a través de la televisión pública, se intente —sin éxito— desprestigiar a la institución, sus estudiantes o egresados. Tanto la asfixia presupuestaria como las descalificaciones, violentas en su lenguaje, que provienen del púlpito presidencial y la repetición de sus acólitos, son formas graves e inaceptables de intromisión en instituciones universitarias.

Más allá de qué ataque fue primero y ante los variados embates provenientes del Gobierno federal y su discurso oficial, universidades y centros de investigación deberían hacer un frente común. Está en juego la defensa de su autonomía, su libertad de cátedra y sus muy loables fines y propósitos, como la primacía de la ciencia y de la técnica sobre cualquier ideología, y el logro de la excelencia académica y profesional. Nada menos.