La violación de las leyes, un malestar en la cultura

ANTINOMIAS

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Por:

“El primer requisito de la civilización es la justicia”

Sigmund Freud

La creación de las leyes ha sido una de las formas que el ser humano estableció para poder vivir en sociedad, domesticando sus actos y reprimiendo sus instintos para no dañar al otro; por ello el derecho va hacia la cohesión social, por medio de las leyes limita el libre actuar del ser humano para que al final encuentre una compensación.

Freud nos mostró, en su gran obra denominada El Malestar en la Cultura, por qué el ser humano no logra ser feliz plena y permanentemente, y cuando lo alcanza, es de forma transitoria; una de ellas es cuando se encuentra enamorado, o bajo el influjo de una sustancia química o cuando está entregado a la creación artística. Por lo demás en todo momento se siente incompleto, incómodo, reprimido por las leyes, las cuales respeta porque sabe que con ellas puede lograr vivir civilizadamente.

Sin leyes el Estado no podría existir, sería el caos total, se cometerían todo tipo de delitos sin consecuencias legales, regresaríamos a la ley del más fuerte. El grado de cultura de un país se mide, en parte, de acuerdo al avance de sus leyes y el respeto a ellas. Para que las leyes funcionen y sean cumplidas debe existir un Estado fuerte, bien organizado, coherente, justo, inteligente y oportuno, actuando como un buen padre de familia.

Cuando el Estado permite que no se respeten las leyes, la sociedad se descompone, se deja de creer en las instituciones, se actúa instintivamente, y por no ser eficaz se deja de creer en el Estado. Por su parte, quien todavía cree en la ley vive un mayor malestar al sentirse atrapado entre respetar la ley o entrar a la espiral del caos.

En México, cada día vivimos una mayor violación de las leyes, se ha perdido el respeto al Estado, los grupos delincuenciales le retan sin encontrar resistencia. Los líderes criminales se placean libremente, exponen su prepotencia, muestran la satisfacción que se libera cuando se tiene el poder para violentar la ley, para disponer de la vida de los demás y para figurar como una autoridad de facto.

Las leyes marcan limitaciones a la satisfacción personal, la transgresión lleva una consecuencia, pero al mismo tiempo el respetar la ley nos traslada también a un terreno libre de tensión al saber que se hace lo que se considera correcto; sin embargo, cada vez hay menos personas que creen en ello, el observar el caos en el país nos lleva a vivir en la paranoia de que cualquier día seremos nosotros las víctimas.

El desorden social no sólo proviene de los grupos criminales, sino también del Estado, por toda su discursiva que presenta en las constantes contradicciones entre los buenos y los malos. Para lograr cambiar necesitamos primero un discurso coherente, de lo contrario seguirá creciendo nuestro malestar.