Un reclamo, dos contextos

DISTOPÍA CRIOLLA

ARMANDO CHAGUACEDA
ARMANDO CHAGUACEDA
Por:
  • Armando Chaguaceda

Gracias a David Smilde y Javier Corrales, por sus ideas inspiradoras de este texto

Estamos asistiendo al unísono a dos eventos de trascendencia global. Las mayores protestas por justicia racial —derivadas del asesinato del afroamericano George Floyd— desde el movimiento por los Derechos Civiles en los años 60. Y las manifestaciones en Hong Kong, en respuesta a la aprobación por el Partido Comunista chino de una ley represiva que busca aniquilar el espacio y derechos cívicos en aquella región.

Se trata de dos contextos diferentes. EU es una democracia con vibrante sociedad civil, pujante ecosistema mediático y pluralismo político, asediada por las tendencias populistas y autoritarias del trumpismo. Una república que abriga —como han reconocido por estos días organizaciones como Freedom House, Human Rights Watch y Amnistía Internacional— desigualdades de todo tipo, que impactan estructuralmente el modo de ejercer los derechos.

Hong Kong es un enclave semidemocrático que forma parte de China continental, fruto del acuerdo internacional y la evolución doméstica que generaron el modelo de “un país, dos sistemas”. Un lugar donde la ofensiva de Beijing —modificación autoritaria del sistema legal y político hongkonés— ha sacado a la calle en rebeldía a la mayoría de su población. Produciendo, el pasado año, la mayor protesta ocurrida a nivel mundial.

El antiimperialismo sectario —dogma permanente de la izquierda antiliberal— celebra las protestas en EU como síntoma de una crisis terminal de democracia estadounidense. Al tiempo que ignora la represión sistemática que ocurre dentro del bloque bolivariano y sus aliados internacionales. El anticomunismo vulgar —barniz ideológico del movimiento neoconservador— subsume la denuncia a la intromisión china en Hong Kong dentro de su disputa geopolítica con Beijing. Pero es incapaz de superar el reduccionismo conspirativo que ve, detrás de cualquier protesta en democracias liberales, un protagonismo sobredimensionado —distinta a la presencia real— de las autocracias enemigas.

Ambos invocan las protestas de modo selectivo, para calzar sus respectivas agendas políticas. Los manifestantes de Minneapolis o Hong Kong se tornan para aquellos meras fichas, en una disputa binaria y polarizante donde desaparece el compromiso cabal con los Derechos Humanos. Éstos, por esencia, no pueden ser objeto de selectividad y no integralidad en su promoción, defensa o disfrute. Porque el agravio sistemático a dos elementos básicos de la condición humana —el respeto a la vida y la dignidad de su realización— están detrás de las actuales protestas en Estados Unidos y Hong Kong.

Si bien es analíticamente posible —y políticamente relevante— diferenciar los marcos que ofrecen la democracia y el autoritarismo para el ejercicio de la ciudadanía, en materia de Derechos Humanos es imposible, éticamente, establecer raseros. No hay opresiones excusables; tampoco hay víctimas o derechos superiores a otros. Justo porque en Estados Unidos el derecho a tener derechos es una posibilidad, la reivindicación de la justicia debe poner el listón alto a las autoridades y actores que los violenten.

Eso no implica debilidad a la hora de enfrentar, con realismo político, la injerencia de regímenes —como el chino— que impiden la protesta doméstica, mientras aprovechan los espacios de las democracias en provecho propio. Como la historia lo indica, la legitimidad y firmeza democráticas pueden ir de la mano, en casa y fuera de ella, en agendas concretas para hacer de este mundo un lugar seguro para la libertad, la justicia y dignidad humana.