Bernardo Bolaños

Taibo II y el odio cultural al exilio judío

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
Bernardo Bolaños
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Algunos cachorros del exilio español son pilares del equipo gobernante. La directora del Conacyt, Elena Álvarez-Buylla, cuyo abuelo, Wenceslao Roces, tradujo a Hegel y a Marx. El famoso subsecretario López-Gatell. El director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II. Se trata de una unión perfectamente natural entre obradorismo e ideas de la izquierda republicana española.

Ambos oponen lo privado a lo público, como contraste entre enriquecimiento privado y Estado de bienestar, desigualdad social y prosperidad de la mayoría (véase el seminario “El retorno de lo público”, del 7 de septiembre, organizado por la Secretaría de la Función Pública, con López-Gatell y Álvarez-Buylla). El enfoque es parcialmente cierto, pero panfletario si no se analizan los casos problemáticos de países en los que la pérdida de bienestar y de prosperidad ocurrió más bien por un estatismo excesivo y por la huida de inversión privada.

Al celebrarse los 80 años de la diáspora española, la Cámara de Diputados aprobó en junio de 2019 inscribir en letras de oro, en el muro de honor del salón de sesiones, la leyenda “Al exilio republicano español”. Lo aplaudo sinceramente; gracias a la obra de Wenceslao Roces y de José Gaos, entre otros, puedo dedicarme a la filosofía.

Lo que no es natural, ni es justo, ni aplaudo sino que condeno, es que un exiliado español venga a escupir odio contra otro intelectual mexicano, también hijo de una gran diáspora. Decir que Enrique Krauze no es ciudadano porque carece de patria, como hizo descaradamente Taibo II, es más que un insulto personal. Es un desplante de odio cultural. Es un gesto intolerable para quienes repudiamos el estalinismo y el antisemitismo.

El exilio judío durante la primera mitad del siglo XX no fue en México, como sí en Estados Unidos, un parteaguas. Allá los científicos y humanistas perseguidos por Hitler llegaron a hacer una revolución cultural. De Einstein a Carnap, contribuyeron a que las universidades americanas se consolidaran como las mejores del mundo. Por sus prejuicios, México no abrió igual los brazos a los emigrantes judíos perseguidos (como ha documentado la historiadora Daniela Gleizer). No sólo pudimos salvar a miles de inocentes de las cámaras de gas y no lo hicimos (a pesar de que ensalcemos al embajador Gilberto Bosques), sino que perdimos a quienes se habrían convertido en activos mexicanos. Con excepciones, como la madre de Krauze y la familia de Claudia Sheinbaum, que afortunadamente pudieron entrar a México y nos han dado tanto en cultura, ciencia y política.

Hoy es intolerable que prejuicios antisemitas se propaguen desde el radicalismo patológico de Taibo II. Escritor exitoso, Paco Ignacio parece sin embargo adicto a la violencia: se autoelogia diciendo que sus novelas rojas son “reparadoras de injusticia”. Sus tropos favoritos son fusilamientos y campos de batalla sembrados de cadáveres. Después del reciente escándalo, se autoflagela y recuerda, en tono épico, el “vamos a coger gachupines” del cura Hidalgo. Freud sabrá qué le pasa.