Carlos Urdiales

El extraño caso de Hugo López-Gatell

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales
Carlos Urdiales
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En el curso de un semestre, el técnico se convirtió en rockstar, el científico se transformó en político. Hugo López-Gatell cultivó pacientemente su ascenso burocrático, brilló hasta eclipsar a su jefe nominal, el discreto secretario Jorge Alcocer. Ante el acoso que su pandémica fama implica, se acogió, apoyado en su antipatía hacia un prianismo que lo despreció, a la sombra del Presidente López Obrador.

Las críticas al desempeño profesional del vocero federal para el tema Covid-19, dice su jefe, es politiquería, lo que antes coloquialmente llamábamos grilla, en el contexto de la elección concurrente del próximo año. Comicios trascendentes; referéndum de facto sobre la 4T a medio trayecto sexenal.

Por eso, la suerte de López-Gatell impacta a la de López Obrador. Quien muchos vieron como un fusible desechable, que con su potencial colapso dejaría intacta la imagen y prestigio de la 4T al inicio de la infinita y errática pandemia, adquirió resistencia; tanta que hoy luce más prescindible el titular de la Secretaría que el cuestionado subalterno.

López-Gatell, campeón de oratoria, entretiene cámaras y micrófonos, pero deja ayuna la demanda de información concisa de medios y sociedad. Las imprecisiones, el subregistro de muertes, la chunga sobre la fecha pico de contagios, el absurdo sobre la utilidad sanitaria del cubrebocas, sobre el Presidente López Obrador y su inolvidable “fuerza moral no de contagio” edificaron la imagen de funcionario atrapado entre la coyuntura y la ausencia de certidumbre, pero capturando, a su vez, a la estructura jerárquica.

Sus extensas explicaciones se deformaron en justificaciones farragosas; comenzó a citarse a sí mismo precisando lo que antes quiso decir, aclarando lo que nunca mencionó a pesar de haberse interpretado de tal manera. En el extraño caso de Hugo López-Gatell, el subsecretario se erosionó a sí mismo a través de sus interpretaciones a toro pasado frente al espejo.

En la evolución de su singular desempeño y plegado a la sombra e influencia de AMLO, el vocero federal para la pandemia de coronavirus SARS-CoV-2 eligió guardarse; hace dos semanas, va para tres, que ya no atiende entrevistas.

Luego del episodio del semáforo epidemiológico que decidió no dar a conocer semanalmente por inconsistencias de los gobiernos estatales, que terminaron por reventar la relación política entre él y los gobernadores, no sólo de oposición, sino incluso con los de Morena, que se rebelaron ante las instrucciones del encargado oficial, hasta demandar la intervención de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, y un nuevo acuerdo quincenal; al rockstar de la pandemia le dio por abrir fuego contra los periodistas, los medios y sus presuntas intenciones políticas por cuestionar y, dijo, distorsionar sus informes y métricas, siempre perfectibles, por no llamarlas imprecisas.

El extraño caso político del científico que se convirtió en plaza imperdible para la 4T so pena de rendirse ante el acecho siempre neoliberal y conservador que busca opacar su épica y gloria. Ya lo hicieron demasiado grande para caer.