Guillermo Hurtado

La inmortalidad del cangrejo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Pídale a un escritor de oficio que redacte un cuento o un poema que lleve como título “La inmortalidad del cangrejo” y, lo más seguro, es que el autor no podrá resistir la tentación. El reto consiste en que el literato nos sorprenda con un escrito irónico o incluso profundo, que parta de aquella frase tan común y corriente en los países de habla hispana, “pensar en la inmortalidad del cangrejo”, que alude a quienes se pierden en sus pensamientos, desentendiéndose de lo que sucede en su alrededor.

Entre quienes han aceptado ese desafío está José Emilio Pacheco, autor de un buen poema sobre el tema. La composición tiene una clara influencia borgiana. Pacheco afirma que el cangrejo inmortal no es, por supuesto, el que echan a la olla de agua hirviendo, sino el cangrejo platónico, el que habita por siempre en las playas del ser. Si algo pudiera reprochársele a Pacheco es que hubiera tomado la frase “la inmortalidad del cangrejo” de manera literal y que, por ello, pasara de largo la relación o, mejor dicho, la absoluta falta de relación, entre la mortalidad o la inmortalidad del cangrejo y la condición de irse por las nubes en el pensamiento.

En un ensayo sobre la inmortalidad del cangrejo, el cangrejo es lo de menos. Lo más relevante es el verbo que no aparece en el título: pensar. Lo que el cangrejo ejemplifica es la extraordinaria variedad de cosas de las que se ocupan nuestras cavilaciones. En cualquier momento podemos divagar sobre el cangrejo y sobre su inmortalidad, como también podríamos hacerlo sobre la cantidad de granos de arena que hay en el desierto, el enigma de la sonrisa de la Mona Lisa o las costumbres de los ángeles. Lo importante es nuestra capacidad de ensoñación.

La grandeza del ser humano puede medirse de distintas maneras. Una de ellas es que su mente puede discurrir sobre todas las cosas que conoce e incluso que no conoce. Poder pensar en la inmortalidad del cangrejo es un rasgo que distingue a los humanos de los demás animales, que quizá también piensan, pero tienen que ajustar su pensamiento a su entorno, a las necesidades que éste les impone. Más aún, el ser humano no sólo es grande por ser capaz de pensar en asuntos tan insignificantes como la inmortalidad del cangrejo, sino porque pueda perderse en ellos. ¡Qué maravillosa libertad la de nuestra mente que nos permite escapar de las exigencias de la vida diaria para distraernos en fantasías, minucias y acertijos!

Hay quienes afirman, entre ellos Borges, que la inmortalidad sería una condena para los seres humanos porque no sabríamos qué hacer con tanto tiempo. Yo no estoy de acuerdo. Mientras pudiéramos seguir pensando sobre la inmortalidad del cangrejo, podríamos sustraernos del probable aburrimiento de una existencia eterna.