Guillermo Hurtado

¿Tiene usted un pozo de agua?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En una situación de escasez extrema de agua, ser dueño de un pozo del líquido marca la diferencia entre la vida y la muerte.

Hay una escena de la película Lawrence de Arabia que se me quedó grabada por su crudeza. Se las cuento. Lawrence —interpretado por Peer O’Toole— y su guía hacen un viaje por el desierto cuando se encuentran un pozo a la mitad de la nada. El guía saca agua apresuradamente cuando, de repente, ambos ven un puntito en el horizonte. El guía corre a su camello para desenfundar su arma, pero antes de que pueda defenderse, cae muerto por una certera bala disparada por el hombre que galopa hacia ellos. Lawrence queda pasmado. Cuando llega el asesino, le reclama por haber matado a su guía. El hombre —interpretado por Omar Shariff— le dice que él es dueño del pozo, que su guía pertenecía a una tribu que tenía prohibido sacar agua de ese pozo y que lo que él hizo fue simplemente un acto de justicia de la ley no escrita del desierto.

Olvidémonos del desierto de Arabia y pensemos en la Ciudad de México. Leí que hay cervecerías, embotelladoras, condominios, escuelas y deportivos que tienen concesiones privadas para extraer agua de pozos privados. Se calcula que esos particulares bombean 93 mil litros de agua al día del subsuelo, mientras que, en varias colonias de la ciudad casi no se recibe agua por medio de la red pública.

Los dueños de esos pozos podrían reclamar, como el personaje de la película Lawrence de Arabia, que ellos son propietarios exclusivos del pozo y que, por lo mismo, tienen derecho de hacer con esa agua lo que ellos quieran. Si a su alrededor la gente carece del líquido al grado de no poder satisfacer sus necesidades mínimas, ellos podrían decir que no es su culpa y que los demás se arreglen como puedan.

Ante esta situación dan ganas de excavar en el patio de la vivienda para buscar agua y extraerla para disponer libremente de ella. Aunque habría que hacerlo por la noche, sin hacer ruido, para que los vecinos no vengan luego a pedirnos agua para ellos.

Imagínese usted que, de repente, cientos de miles de personas se pongan a hacer agujeros en sus patios para sacar agua del subsuelo.

Hay zonas afortunadas de la Ciudad de México en las que no ha disminuido el suministro de la red pública porque hay pozos cercanos que complementan el flujo. Pero no en todas las zonas de la urbe hay agua en el subsuelo. Quienes no tienen la suerte de vivir en esos barrios no reciben agua de los pozos públicos.

Mi conclusión es que es indispensable que se revisen las leyes y los permisos sobre la propiedad privada de pozos de agua.