TEATRO DE SOMBRAS

Verdad y virtud en el Quijote

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La realidad se resiste a nuestros deseos. Si yo quisiera traspasar un muro de piedra no podría lograrlo. Este efecto de resistencia de la realidad está en la base de las doctrinas filosóficas de que el mundo existe independientemente de nosotros y de que la verdad consiste en que lo que creemos sobre el mundo concuerde con cómo es el mundo en sí mismo.

Don Quijote de la Mancha, como todo caballero andante, aceptaba la regla moral de decir la verdad. Don Quijote no mentía ni engañaba ni confundía: él era un hombre honrado, honesto, fiel a sus valores. Lo trágico y lo cómico del asunto es que el hidalgo vivía dentro de una fantasía y, por lo mismo, caía, sin querer, en todas las dimensiones de la no-verdad.  

En una de sus primeras aventuras, Don Quijote ve unos molinos de viento a la distancia y cree que son gigantes malvados. Sancho Panza le advierte de su equivocación. Sin embargo, Don Quijote embiste a los molinos y al chocar contra ellos, choca literalmente contra su error: la realidad se le impone de golpe, no hay manera de que siga insistiendo en que son gigantes. En vez de aceptar su equivocación, Don Quijote da una explicación peregrina: su enemigo el mago Frestón lo ha burlado con un encantamiento: ha convertido a los gigantes en molinos de viento. 

Todos tenemos parientes, amigos y conocidos que a lo largo de sus vidas se estrellan contra los molinos de viento de su ingenuidad, su ambición, sus ilusiones vanas. ¿Tenemos el deber moral de actuar como Sancho con Don Quijote y advertirles que están equivocados? Yo diría que sí hemos de hacerlo. Ayudar al prójimo para que se libere de las redes del error o de la mentira o del engaño es una obligación que hemos de respetar, sobre todo con nuestros seres más queridos, como nuestros hijos o hermanos. No obstante, hay ocasiones en las que ese deber puede tener excepciones. Hay quienes por su tozudez, por su terquedad, no escuchan las razones más sensatas, no ven las evidencias más salientes y, por ello, dialogar con ellos se torna inútil. No son esos casos, sin embargo, las excepciones más interesantes de la norma antes mencionada. Hay ocasiones en las que no es evidente que sea correcto detener a quien embiste un molino de viento, no sólo por respeto a su decisión, por equivocada que sea, sino por algo más: porque incluso en su afán descabellado y en su derrota anunciada, hay algo bueno —moralmente bueno, quiero decir— aunque también sea falso, absolutamente falso. A esta característica tan peculiar de la acción humana se le puede llamar quijotismo, aunque no coincida con el significado más común del término. Entenderla cabalmente no es fácil y debemos tener sumo cuidado de no confundirla con otras actitudes que carecen de la misma dignidad moral. 

En la novela de Cervantes no hay sucesos inexplicables, no hay encantamientos genuinos, no hay nada que salga del orden natural. El realismo de Cervantes es como un bloque de granito en el que no hay fisura por la que pueda filtrarse el misterio, la magia, el milagro. Diríase que su realismo es crudo. En ningún momento hay concesión a la fantasía caballeresca de Don Quijote: Cervantes siempre retrata las cosas tal y como son. La primera moraleja del libro es que debemos vivir de acuerdo con la verdad para vivir de manera correcta. Eso es lo que, en su lecho de muerte, declara Alonso Quijano. Y, sin embargo, hay otra moraleja que convive con la anterior de una manera que no deja de intrigarnos. El valor de la vida humana no depende, en todos los casos, de las creencias bien fundadas, las razones mejor ordenadas y los hechos más sólidos. Hay actitudes que siguen siendo valiosas, aunque sean frutos de la imaginación más desbocada o estén sumergidas en la falsedad más honda o estén envueltas por la mentira más grosera. Lo que Cervantes nos revela con su imborrable retrato de Don Quijote es que la nobleza, el honor, la dignidad y la compasión son magnas virtudes capaces de subsistir por fuera de la esfera de la verdad. He aquí, quizá, la lección más profunda de la obra de Cervantes.