Horacio Vives Segl

Apuntes sobre la diversidad

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Para Adriana Segl Zalce, por siete décadas de una vida plena.

En los días recientes ocurrieron eventos significativos que llaman a la reflexión en torno a los derechos de las personas integrantes de la comunidad LGBT+. Señalo, apenas, dos de ellos: la celebración de la marcha del orgullo en la Ciudad de México y el 110 aniversario del nacimiento del prócer y científico británico Alan Turing.

La agresión cometida por la policía en el neoyorquino bar de Stonewell, ocurrida el 28 de junio de 1969, ha sido utilizada para que, desde entonces, en distintas partes del mundo se realicen, durante el mes de junio, actos de protesta, conmemoración y visibilidad de las comunidades que representan la diversidad LGBT+. Siguiendo esa tradición, en la Ciudad de México se celebró este sábado la 44 Marcha del Orgullo, tras dos años de impasse por la pandemia. Un buen día de libertades y de participación ciudadana; un paso en la dirección correcta hacia un cambio cultural muy necesario en este país.

En esa lógica, y en coincidencia con la temporada del ya así conocido como “mes del orgullo”, me parece de la mayor relevancia homenajear a Alan Turing en el 110 aniversario de su nacimiento (el 23 de junio) y 68 de su muerte (el 7 del mismo mes). Las conquistas de derechos suelen estar asociadas a movimientos sociales colectivos; sin embargo, hay casos en los que algunas historias personales tienen una potencia tal, que son referentes indisputados. Es el caso de Turing, un matemático a quien, además de sus importantísimas contribuciones científicas —entre ellas, la máquina que lleva su nombre—, hay que atribuirle el mérito de haber logrado descifrar el código de las comunicaciones secretas de los nazis durante la batalla del Atlántico, lo que permitió inclinar el fiel de la balanza hacia los Aliados sobre las potencias totalitarias fascistas, impidiendo que se prolongara más la, de por sí, ya larga y desastrosa Segunda Guerra Mundial y, de esa manera, salvando incontables vidas. De ese tamaño es el legado de este héroe.

Sin embargo, para bochorno de la historia del Reino Unido, Turing fue condenado en 1952 por cargos de “perversión sexual” e “indecencia grave” por ser homosexual. El proceso paulatino de castración química al que fue condenado y sometido concluyó con su muerte, apenas dos años después, en oscuras circunstancias (a la fecha, siguen las especulaciones sobre si se trató de un envenenamiento por cianuro o un suicidio). Para mayor vergüenza aún —y como si no se hubiera aprendido nada del anterior caso de Oscar Wilde—, el posterior proceso de “indulto” sería extraordinariamente lento y tortuoso: apenas hasta este siglo, en 2009, el primer ministro Gordon Brown emitió un mensaje de disculpas en nombre del gobierno británico y, finalmente, en la Navidad de 2013, la reina Isabel II anunció su indulto total (algo que sólo se ha otorgado a cuatro personas desde la Segunda Guerra Mundial). Además, bien puede agradecérsele a Turing el haber colaborado decisivamente —aunque fuere post mórtem— para que, en 2017, el Parlamento del Reino Unido aprobara la conocida como “Ley Turing”, mediante la cual se aplicó una amnistía generalizada a todas las personas que, en el pasado, hubieren sido acusadas o procesadas de acuerdo a las derogadas leyes que penalizaban la homosexualidad. Más vale tarde que nunca.