Horacio Vives Segl

Biden y la nueva relación con Centroamérica y México

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl
Horacio Vives Segl
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A menos de 50 días de iniciado su mandato, Joe Biden empieza a diseñar una nueva relación con América Latina y, especialmente, con Centroamérica.

Hay, por un lado, un claro propósito de cambiar la política migratoria desarrollada por Trump, con la connivencia de los países del triángulo norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador); pero también, y más relevante aún, una revisión de las relaciones con los países que crecientemente experimentan pulsiones autoritarias (El Salvador) o que ya son francas tiranías (Nicaragua).

En este sentido, la administración Biden decide revertir dos de las medidas centrales tomadas por su antecesor: en primer lugar, marcha atrás a los acuerdos de “tercer país seguro”, por los que autoridades migratorias de Estados Unidos podían deportar sin más a ciudadanos de los países del triángulo norte; y, por otra parte, detener el absurdo gasto en la construcción del ineficaz muro trumpiano en la frontera con México. Se observa, además, en la nueva administración una clara intención de atender las causas de la migración desde las regiones donde más se origina, para así generar espacios de cooperación y desarrollo con miras a intentar disminuirla y ordenarla.

Pero lo más interesante del nuevo viraje del gobierno de Estados Unidos hacia Centroamérica es el establecimiento de una agenda que prioriza la defensa de la democracia, el Estado de derecho, el combate a la corrupción y el respeto a los derechos humanos (muy explicable que, después de los coqueteos de Trump con el autoritarismo, Biden busque marcar distancia tanto en su política doméstica como en la internacional).

En esa lógica, al presidente salvadoreño, Nayib Bukele, le están saliendo demasiado costosas sus innecesarias zalamerías hacia Trump, así como los dislates que ha cometido en las últimas semanas (el paso en falso —típico de un populista mediático— de su viaje inesperado a Estados Unidos, donde no fue recibido por ningún funcionario de la administración Biden, da cuenta claramente de la nueva situación). Más relevante aún es el caso de Nicaragua, donde el gobierno de Biden declaró tomar partido “en apoyar al pueblo nicaragüense y su demanda de democracia”, en clara alusión al severo deterioro autoritario que ese país experimenta desde 2018 por graves violaciones de derechos humanos y la proscripción de facto de la oposición para participar en elecciones que ya no tienen nada de libres.

En esa lógica, no le vendría mal a México poner sus barbas a remojar. Si bien es evidente que la relación de Estados Unidos con nuestro país es muy distinta a la que tiene con cualquier nación centroamericana, no deja de ser una advertencia el espíritu renovado de defensa a ultranza de los valores democráticos en el que Estados Unidos está cimentando sus nuevas relaciones exteriores.

En ese contexto se dio la primera reunión virtual entre los presidentes de México y Estados Unidos, apenas el lunes pasado. Más allá del clima cordial, no hay que perder de vista las agendas de ambos países. Será muy interesante observar cómo inevitablemente se tendrán que enfrentar las diferencias de visiones en temas tan relevantes como la pandemia, el cambio climático, el paradigma energético, la seguridad, la migración y, por supuesto, la defensa de la democracia ante cualquier posible deriva autoritaria.