Jacqueline L'Hoist Tapia

La Revolución Francesa, el camino hacia los derechos humanos

HABLANDO DE DERECHOS

Jacqueline L'Hoist Tapia *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Jacqueline L'Hoist Tapia 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Esta semana se celebró un aniversario más de la Revolución Francesa, cuya fecha establecida es el 14 de julio de 1789, cuando se produjo la Toma de la Bastilla.

Para Francia es su día nacional y, para el mundo, es el inicio de un cambio social completamente revolucionario, pues terminaría la idea de que los seres humanos nacemos con derechos distintos, según seas aristócrata o un simple pueblerino; ahora, todos serían ciudadanos y tendrían los mismos derechos por el simple y trascendente hecho de ser humanos.

Es interesante seguir el camino para la concepción global de los derechos humanos. En Francia existían tres estados: la Iglesia, la nobleza y los ciudadanos; el Rey los reunía eventualmente y cada uno tenía un voto. En 1789, hubo una convocatoria para mayo y desde el principio el tercer Estado se enfrentó a dificultades en su registro, que los llevó a buscar separarse y no hacerle el juego al Rey. Versalles fue cerrado para ellos y se mudaron a un edifico cercano, donde se jugaba pelota, y el 20 de junio hicieron el Juramento del Juego de Pelota, en el que decidieron no separase hasta hacer una Constitución.

El tercer Estado se autodenominó Asamblea Nacional Constituyente, el 9 de julio, y se planteó el tema sobre qué derechos debería respetar el Estado. Esto es importante, porque algunos negadores de derechos dicen que no existen si no están escritos, sin entender que los derechos ya existen y que toca a los estados y a las sociedades reconocerlos, definirlos y plasmarlos por escrito para asegurar su respeto.

El 11 de julio, el rey Luis XVI despidió al ministro de finanzas Necker, para reorganizar el Gobierno con la nobleza, lo que provocó levantamientos populares para defender a sus representantes, y tomaron el 14 de julio la Bastilla de Saint Antoine, símbolo del absolutismo monárquico, pues ahí confinaban a los prisioneros que se oponían al Rey (entre ellos estaba el famoso Marqués de Sade).

Mientras se daban las luchas populares y se lograba la detención del Rey, la Asamblea siguió presentando proyectos de Constitución, y para agosto quedó resuelto el último artículo. El 3 de noviembre de 1789 se promulgó por fin la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, que en su artículo primero establece la gran verdad universal: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Esto había sido verdad desde el inicio de la humanidad, pero sólo hasta ese momento se logró establecer.

Los hombres tenían derechos y eso no incluía a las mujeres, por eso no hay que dejar de enfatizar que el término hombre sólo es para el género masculino, y debe usarse el término mujer. En octubre ya las mujeres habían pedido que los derechos las incluyeran, pero no se logró, y a lo largo de 1790 hubo propuestas, como las del hombre Nicolas de Condorcet y la mujer Etta Palm d’Aelders, pero tampoco se logró. Fue Olympe de Gouges la que publicó por su cuenta la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en septiembre de 1791, que si bien no fue reconocida, señaló el camino a seguir que tardaría décadas en lograrse.

En la Revolución Francesa, fiesta de Francia y de la humanidad, se inició el camino para que todos los seres humanos nos reconozcamos en igualdad de derechos sin distinciones. Los que faltan por quedar escritos sí existen, sólo falta reconocerlos y escribirlos y, claro, hay que defenderlos todos los días.