Javier Solórzano Zinser

¿Un presente sin futuro?

QUEBRADERO

Javier Solórzano Zinser
Javier Solórzano Zinser
Por:

Las prisas del Presidente no sólo pueden costarle caro al país sino también al propio mandatario. 

A López Obrador le importa explicablemente que se haga justicia en todos los órdenes. La cuestión es que no atiende la forma, así como tampoco parece atender el papel que juegan las instituciones diseñadas ex profeso para ello.

Una vertiente tiene que ver con la concepción del tabasqueño sobre la justicia. El Presidente ha establecido que tiene una tirante relación desde hace tiempo con las autoridades judiciales, parte de ello se debe a un diagnóstico respecto a las limitaciones y necesidades de la sociedad, las cuales no son respondidas.

Muchos de los planteamientos presidenciales no merecen objeción. De los elementos más importantes y atendibles es el que tiene que ver con la corrupción y burocratización que prevalece y que convierten a la justicia en una instancia que inhibe y descarta a la mayoría de la población.

El Presidente también ha logrado con su estrategia de “primero los pobres” la gran virtud de colocar el tema en el imaginario colectivo. El país tiene una deuda histórica con los que menos tienen. El Presidente puso el tema en la mesa no sólo como un intento de provocación para alcanzar una toma de conciencia, también lo convirtió con sobrada razón en un objetivo central de su gobierno para revertir las condiciones de vida de millones de personas.

No tiene sentido cuestionar al Presidente, porque el problema y la deuda es de todos. Sin embargo, por ahora no se tienen elementos para conocer qué tanto se han logrado revertir las condiciones de la mayoría de la población.

Tendremos que esperar a que el tiempo pase para saber si los indicadores económicos se están logrando revertir, por ahora no se alcanzan a apreciar más bien andamos en una agudización de nuestros principales problemas.

De por medio está la pandemia, pero se cruza en el camino la falta de efectividad de las políticas públicas. No es casual que mientras el Presidente está sistemáticamente bien evaluado, en lo que corresponde a los programas de gobierno y a la gobernabilidad la percepción y la vida misma de los ciudadanos termine por ser crítica hacia el gobierno.

La prisa del Presidente a menudo lo lleva a pasar por alto a las instituciones, estableciendo la premisa de que si no funcionan las cosas cambiemos la Constitución. Al final el tema adquiere enorme relevancia, porque todo puede estar remitiéndose a una visión unilateral de los escenarios.

Las cosas merecen la mayor atención, porque si el Presidente no está de acuerdo con las cosas, la reforma eléctrica nos anda rondando, coloca a las instituciones como un dique para lo que quiere hacer. El Estado de derecho y la organización social bajo la cual vivimos, con virtudes y defectos, pasan a segundo plano.

Todo puede terminar estableciéndose riesgosamente en función de lo que el mandatario desea colocando a su gobierno, más bien a él mismo, bajo condiciones en que la única opinión y decisión que cuenta y vale es la suya.

De alguna manera hay signos de que para allá vamos. Los riesgos para la gobernabilidad del país son mayores. El nuevo sentido que le va dando a las cosas el Presidente rompe los marcos que nos dan una forma de organización. Están siendo sustituidos por respuestas coyunturales más que por pensamientos y proyectos de construcción social, incluso legal, del corto, mediano y largo plazo.

Se trata de pensar en el país en presente y futuro, pero si lo que se hace es resolver todo en el aquí y ahora sin mirada de largo aliento, el futuro puede terminar siendo una oprobiosa repetición del pasado y de este presente.

Eventualmente se pueden estar resolviendo algunos problemas aquí y ahora, pero no necesariamente se construye el futuro imaginado.

RESQUICIOS

Se sabía con mucha antelación que se vendría una gran cantidad de amparos por la reforma eléctrica. Ahora se habla de cambiar la Constitución, hubieran empezado por ahí.