Josefina Vázquez Mota

Alas rotas, ¿por qué me lastimaste?

SIN MIEDO

Josefina Vázquez Mota
Josefina Vázquez Mota
Por:

Recuerdo la textura áspera de tus dedos, dolía. Era sólo una niña, ¿por qué lo hiciste?, ¿te sentías mejor al darme dinero después de tocarme? ¡Claro! Un premio para tu nieta favorita, para que “se compre unas Sabritas y una Coca”. Eso fue de los 2 a los 12 años. ¿Mi inocencia era el precio que debía pagar para comprar comida chatarra?

Aunque mi mente se ha esforzado en protegerme, aún recuerdo con claridad cómo me sentabas en tus piernas cuando estábamos a solas y cómo poco a poco lograbas meter tu mano en mis pantalones y mi pantaleta.

En este punto de mi vida puedo decir abiertamente que me jodiste la infancia, la adolescencia y parte de mi vida adulta. El silencio no me protegió, sólo me vulneró más.

Gracias a ti siento que mi cuerpo está sucio, gracias a ti siento que no soy suficiente, gracias a ti me considero un objeto roto, gracias a ti mi cuerpo siempre está alerta. Cada contacto tensa mi cuerpo, el dormir ni siquiera me ayuda a encontrar paz.

¿Qué tal si al abrir los ojos de nuevo estás sobre mí?, se suponía que debías cuidarme, ¿por qué me lastimaste?, si me amabas, ¿por qué abusaste de mí por 10 años?, si me amabas, ¿por qué me dañaste tanto?

La verdad es que nunca me amaste. Pero sí que me lastimaste. Gracias a ti puedo ver que eras un pederasta más que se esconde en el ambiente familiar.

Colaboración Marce Casman

Tenía cinco años, era una niña que le encantaba participar en todas las actividades de la escuela. Salió él, era un chavo como de máximo 17 años, alto, moreno, con estrabismo, el cabello negro cortado de hongo, traía una camisa negra holgada, short de mezclilla y tenis blancos. Lo recuerdo completamente.

Me habló y me dijo: “dice Oscar (mi hermano) que ya te va a enseñar a jugar, ¡ven, córrele!”, y yo fui corriendo a ver si era cierto, entré hasta donde estaban las maquinitas y escuché cómo cerraba la puerta, era una puerta de madera antigua de ésas que son muy pesadas para poder abrir.

Mi hermano no estaba, creí que era una broma, que se había escondido en la tienda y que iba a saltar de algún lugar en cualquier instante, pero no, mi hermano no estaba ahí.

Prendió una máquina y me subió a una caja de Coca, y cuando lo vi detrás de mí por el cristal de la máquina pregunté ¿por qué había cerrado?, ahí se quedó en silencio, me subió el vestido, me tapó la boca y me violó.

Entró alguien por la parte de atrás de la tienda, lo vio, mi agresor se rió y se fue, no hizo nada ni dijo nada. Terminó, dejó mi cuerpecito en el piso y me dijo en el oído que si decía algo le iba a hacer lo mismo a mis hermanas. Me abrió la puerta, me limpié las lágrimas, fui con mi mamá, ella estaba buscándome.

Llegué a mi casa, me metí a bañar y nunca volví a usar ese vestido. Sentía que estaba apestado y muchas peleas tuve con mi madre por eso hasta que terminó regalándolo.

Ellos se fueron de la comunidad en menos de un mes, nadie supo a dónde ni por qué. Yo me quedé ahí, sin saber su nombre y siendo una cifra más.

Colaboración Elva Leticia Cuenca

Éstos son dos de los testimonios que podrás leer en el libro Alas rotas. Un libro que nos da instrumentos, a todas y todos, de prevención y detección a tiempo, cuando niñas, niños y adolescentes son víctimas de este crimen. Muestra y comparte caminos para el acompañamiento a quienes estos criminales han roto sus alas.