Julia Santibáñez

Cuánta furia pelada

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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“Me interesa explorar la paternidad: de Amores perros a Bardo es muy importante”. Alejandro González Iñárritu platica con Jordi Soler y Jorge Volpi sobre sus temas de obsesión, en el marco de Con acento. II Encuentro de Creadores Iberoamericanos, en Madrid. Además de articulado, lo siento autocrítico y sí, neto.

He vuelto a ver casi toda su filmografía. Es verdad que en Amores perros, con guion de Guillermo Arriaga, tienen peso sustantivo tanto el papá ausente de Octavio (Gael García) y el vagabundo que abandonó a la familia, pero después vuelve, como el hombre que deja a dos niñas para mudarse con otra pareja. En 21 gramos, también guion de Arriaga, el bestia de Jack (Benicio del Toro) quiere acercarse a su prole y en Bardo, Silverio (Daniel Giménez Cacho) es tanto el adulto encogido por la mirada de su viejo como el tipo seguro de que hubiera sido buen padre del bebé muerto, aunque saque chispas con sus adolescentes. Un día el hijo irrespetuoso le dice: “No te pedí que me trajeras al mundo” y Silverio contesta: “Nadie me lo dijo. Es que nadie nunca nos habla de eso. La adolescencia llega sin avisar y es un trabajo de tiempo completo. Todo es un pinche problema”. Luego se topa con su mismo papá, quien afirma: “La edad se viene sin avisar. Y luego se vuelve un trabajo de tiempo completo: caminar, comer... Todo se vuelve un problema. Nadie me lo dijo. Nunca nadie nos habla de eso”. Iguales líneas. Igual el pálpito, la urgencia de no diluirse a solas.

Con frecuencia el artista se planta de cara a esa figura inaugural, que de tan cercana deviene misterio mayor. Para Mónica Lavín, ser hijo “es una demanda por la mirada única de los padres hacia nosotros, por la exclusividad”; Paul Auster narra la muerte de Samuel y su intento por reconstruir a ese hombre “invisible”, para entenderse a sí mismo, mientras Piedad Bonnett escribe: “... cuando yo nací me dio mi padre / todo lo que su corazón desorientado / sabía dar. Y entre ello se contaba / el regalo amoroso de su miedo”. Según Elvira Lindo, cada vez que se ha sometido a terapia psicológica, “he acabado hablando de él, como si al descubrir el origen de su estado mental pudiera acceder al mío”, Héctor Abad Faciolince desarrolla el “amor exagerado” que le dio el doctor Abad y Sharon Olds apunta: “Una semana después de que murió / de pronto entendí / que su amor por mí estaba seguro: / ya nada lo podría alterar”.

Hincar el dedo en lo que punza bajo la piel es prioridad del arte. En Bardo, Silverio le dice a su papá: “Me hubiera ayudado mucho saber que me mirabas”. Cuánta furia pelada, cuánta angustia, cuánto desesperado amor, cuántos naufragios condensa esa frase en la que, de algún modo, cabemos todos.