Julia Santibáñez

Tres autoras y el (mucho) calor

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Era verano cuando una mujer entró al Jardín Botánico de São Paulo. Vio que los troncos “eran recorridos por parásitos con hojas, y el abrazo era suave, apretado”.

Ante esa exuberancia, a la protagonista la invade el asco “y al mismo tiempo se sentía fascinada [...] el mundo era tan rico que se pudría”. Subraya el narrador: “La descomposición era profunda, perfumada”. Con náusea por esa vida que palpita y de la que es parte, la señora vuelve a casa, a los suyos, donde antes no había asomado el peligro como una púa. Pero toma el florero y siente el espanto de “la flor entregándose lánguida y asquerosa en sus manos”, mientras “el calor del horno ardía en sus ojos”.

Es el cuento “Amor”, de la ucraniano-brasileña Clarice Lispector. En él, la alta temperatura aturde como el zumbido de los abejorros. Como la hediondez bajo el sol grosero. Lo releo cuando estamos a 32 grados en la capital, mientras varios estados rondan los 50. Indago en los vínculos emocionales y culturales que tres autoras latinoamericanas de mediados del siglo XX dieron a la raíz hostil del acaloramiento.

Una madre vacaciona con su adolescente y el amigo de su hijo en “Estío”, de la mexicana Inés Arredondo. “Empezaba a hacer bastante calor”, anota la voz narrativa. Los chicos juegan voleibol, nadan; ella los mira. Los acompaña. Conforme la trama avanza, el bochorno “se metía al cuerpo por cada poro: la humedad era un vapor quemante que envolvía y aprisionaba”. Cuando los muchachos van al cine, la mujer se tiende desnuda en el cemento; luego pela con los dientes unos mangos y, asalvajada, permite que el jugo corra por los antebrazos. Su empleada comenta: “Nunca la había visto comer así”. Una noche sale a caminar: “Bajo mis pies la espesa capa de hojas, y más abajo la tierra húmeda, olorosa a ese fermento saludable tan cercano sin embargo a la putrefacción”. Ahí tropieza con las siluetas fajantes de la empleada y de su novio. Páginas más adelante, conforme avanzan “paso a paso en el verano”, la protagonista se queda desnuda por horas sobre la cama, lo que anuncia el final de la historia, tan sorprendente.

En ambos cuentos, de modo no explícito —las autoras esquivan la obviedad—, el calor intempestivo provoca relajamiento, evoca estropicio, conlleva sofoco y corrupción. El combo descoloca a mujeres que estaban en control. También en “Barlovento”, de la colombiana Marvel Moreno, aparecen “plátanos tetanizados por la hiriente luz del sol”, que envuelve en la selva a los personajes “como una garra espesa, inalterable” y explica el brusco giro de la joven Isabel.

En el imaginario de estos relatos la canícula sugiere blandura, celos, fiebre, rebeldía, hedor, rabia, pesadez, lujuria, insectos y, quizá en especial, una monstruosa hinchazón. El abombamiento de lo enfermo.

Sí, el calor también asusta.