Julio Trujillo

El tiempo y la espera

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Una treintena de breves párrafos de Simone Weil han detenido el tiempo para mí. Los leí en una antología titulada The Simone Weil Reader, publicada en 1977 por David McKay, en Nueva York, y editada por George A. Panichas. Es un libro grande y bello que saqué de la biblioteca de Penzance, en Cornwall, Inglaterra, y los párrafos mencionados carecen de referencia bibliográfica, por lo cual me disculpo. No creo que sean de La gravedad y la gracia, único libro de Weil que yo había leído previo a este Reader, pues sin duda los recordaría. Como saben los que la han leído, la prosa de Weil tiene una admirable densidad aforística.

Los párrafos a los que me refiero, que no puedo citar en toda su extensión y que pego a renglón seguido, comienzan así (traducción mía): “Dios mismo no puede evitar que lo que ha ocurrido no haya ocurrido. ¿Qué mejor prueba que la creación como renuncia? ¿No representa el tiempo la mayor renuncia de Dios? Estamos abandonados en el tiempo. Dios no está en el tiempo.”

Lo que hiciste, lectora, lector, nadie, ni Dios, puede deshacerlo (digo Dios y con mayúscula solicitando tu paciencia y comprensión, por respeto a Simone: tus creencias y las mías son ahora de minúscula importancia). La mismísima creación es un abandono, una derrota, un hecho enorme del que sólo tenemos una crónica a pedazos, y esos pedazos son el tiempo. Ése es el legado de los dioses (si prefieres) y tiene una brutal característica: es indestructible, lo hecho, hecho está. Tú y yo vivimos adentro de esa evidencia, como si fuera un cristal: nos abandonaron en un cosmos hecho añicos, nos reconocemos en cada pedazo, somos, de hecho, pedazos, y Dios, o los dioses, o como quiera que se llame ese poder, no vive aquí, no tiene residencia en el Tiempo: vive afuera, en otro código postal.

 

Luego dice Simone Weil: “Dios espera como un mendigo inmóvil y mudo ante alguien que tal vez le otorgue un pedazo de pan. El tiempo es esa espera”. La idea de Dios como mendigo, y no como un ser todopoderoso y brutal, me seduce, y aún más me seduce que ese ser esté esperándome. ¿Qué debo hacer? Darle mi amor, darme yo mismo como un pedazo de pan para un mendigo. Pero volvamos a la idea del tiempo: según Weil, la humildad es la aceptación de la espera, y ya vimos que la máxima versión de la misma es Dios como un mendigo. Entonces, atrapados en el tiempo, esperamos. “El arte es espera. La inspiración es espera”. No hay inacción en la paciencia, parece decirnos Weil, la inspiración misma, ese hallazgo súbito, nace de la espera…

La aceptación del tiempo y de lo que pueda traernos, sin excepción, comprende el infinito (“las matemáticas son su imagen”). “El tiempo, nuestra única miseria, es el contacto con la mano de Dios. Es la renuncia suya que nos permite existir”.

¿Y por qué estas líneas, que nos condenan humanamente al tiempo, lo han detenido para mí? Porque las dijo Simone Weil, porque comprenden el infinito, porque entiendo que puedo desaparecer en la ausencia o presencia de Dios, y porque, como un mendigo, espero. La espera es, tal vez, el más puro de los actos, y sólo es satisfecha con la muerte.