Ferlinghetti, la última resistencia

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio TrujilloLa Razón de México
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La cifra 101 alude al infinito, a la continuidad. Igual que mil y una noches, como si Scherezada quisiera salvar su vida para siempre. 101 fueron los años que vivió el poeta Ferlinghetti, y sí, parecía que iba a vivir para siempre.

Cuesta trabajo imaginarlo capitaneando un submarino el mismísimo Día-D, pero ahí estaba (tan sólo para convertirse en un recalcitrante pacifista poco después, al ver la devastación de la bomba atómica), o antes, pasando su infancia en Estrasburgo en los años veinte, pero ahí estaba. Hace casi dos años, cuando la gente celebró espontáneamente su cumpleaños número 100 y peregrinó a la librería City Lights en San Francisco, fundada por él, era un poco ridículo pensar que Ferlinghetti era mortal, y la noticia de su muerte, a pesar de su edad, nos cayó de sorpresa el lunes pasado.

Y es que la vida del escritor, editor y librero (tríada básica de la cadena del libro) Lawrence Ferlinghetti tocó todas las coordenadas de la cultura y, sobre todo, de la contracultura estadounidense del siglo XX. Por más que la gente insista en ello, no perteneció al grupo de los escritores beat (Burroughs, Kerouac, Ginsberg y un corto etcétera), pero sí estuvo en el epicentro de la creación de ese movimiento: el famoso recital en la Six Gallery, en 1955, donde Ginsberg leyó Howl por primera vez. Al escuchar ese portento, Ferlinghetti le envió un telegrama a su autor, copiando la frase que Emerson le dirigiera a Whitman: “Te saludo en el principio de una gran carrera”, y añadió: “¿Cuándo tendré el manuscrito de Howl?” Al publicarlo, Ferlinghetti inauguró dos cosas: una carrera editorial única, con City Lights Books y su célebre y posterior

Pocket Poet Series, dedicada a poner sobre papel poéticas de resistencia (es un obligado fetiche tener en nuestros libreros su edición de Howl, o de los Lunch Poems de Frank O’Hara, o de Here and Now de Denise Levertov); y, al ganar el juicio por obscenidad por el que fue arrestado en 1956, una inamovible postura antisistema y en favor de la libertad de expresión que convertiría a su librería en una especie de Meca de la contracultura en Occidente. Escribo esto en un apretado párrafo que podría extenderse cientos de páginas, como de hecho él lo hizo en su novela autobiográfica Little Boy, cuya puntuación se basa solamente en comas y que es una gran parrafada lírica sobre su vida y obra.

No olvidemos su obra. Ferlinghetti es uno de los poetas más leídos del siglo pasado. Su libro A Coney Island of the Mind (1958) se reedita y cita constantemente, es un poeta en el que se perciben sus tempranas lecturas francesas (Breton y Artaud, pero sobre todo Prévert, a quien tradujo), con algunos poemas que podrían estar en cualquier antología, como “En el mar”, “Perro” o “Los viejos italianos muriendo”. Su pequeño libro La poesía como un arte insurgente, también reeditado hasta el infinito, es una serie de reflexiones, aforismos y poemas sobre la poesía misma como ingrediente central del ser humano libre y rebelde que todos deberíamos leer constantemente. Ahí dice: “La poesía es la distancia más corta entre dos seres humanos”. Ahí dice: “El poeta es el bárbaro subversivo en las puertas de la ciudad, desafiando sin violencia al tóxico statu quo. Es la última resistencia”. Ahí dice: “Por definición, el poeta es el portador del eros, del amor y de la libertad, y por tanto el enemigo natural, no violento, de los estados policiales”. Que su resistencia viva para siempre, mil años y uno.